Frank J. Cogollos protagoniza el programa de la TEF, ‘Bona nit Entrevistes’, en el que reconoce que le gustaría dedicarse a componer para el mundo del cine. También repasa sus inicios en la música. A finales de mes, tiene previsto estrenar una obra encargada en Cataluña.

—Usted procede de tierras valencianas, tierra de músicos.
—Efectivamente, todos los músicos de España estamos concentrados allí. Menos mal que nos vamos expandiendo por otros lugares. Yo creo que se debe al asociacionismo que se crea a partir de la banda de música, la tradición y la fiesta en la calle, que en Valencia se celebra tanto. Existe esa pasión musical que acompaña todas las fiestas. Esta necesidad siempre ha existido, sigue existiendo y puede ser uno de los motivos para que haya tanta tradición.

—¿Se le mueven los pies cuando escucha ‘Paquito el Chocolatero’?
—Por supuesto, así es.

—¿De qué pueblo es usted?
—Mis padres son de Carcaixent y mi padre era maestro y aprobó unas oposiciones, por lo que se marcharon a un pueblo entre Gandía y Oliva y allí pasé mis primeros 14 años. Mi padre y mi tío crearon la banda de música del pueblo. Allí comencé en el tema de la música. A los 14 años volvimos a Carcaixent y ya empecé a formarme en el Conservatorio, hice después la carrera y aprobé unas oposiciones en Ibiza de maestro de formación musical. Llevo ya 25 años por aquí.

—¿Cómo era Frank Cogollos cuando iba corriendo por el pueblo?
—Me dicen que bastante bicho. Era un niño de aquella época, de la calle. Siempre íbamos en grupos, con gente de diferentes edades. Ahora se han perdido muchas cosas. A nivel social estamos evolucionando de forma diferente y es evidente que la sociedad está cambiando. Todo va demasiado rápido y es un problema de la sociedad y también del mundo de la música. Una de las claves de la música, para mí, es el esfuerzo. Querer ser músico, tocar bien un instrumento, cantar bien, es un proceso largo y la gente está cada vez menos acostumbrada a esforzarse. Quieren todo de manera inmediata.

—Volviendo a hablar de su adolescencia, dicen que los músicos son los que ligan.
—Yo tocaba la batería y también se liga. Cuando teníamos 14 o 15 años montamos un grupo y el primer nombre que nos pusimos era ‘Ni idea’. No engañábamos a nadie. Estuvimos unos años y después montamos otro grupo. También toqué en una banda de mambos.

—¿Le está esperando todavía esta pieza especial?
—Seguramente. Esperemos que sí. Además de la composición, en el mundo de la música hay muchas cosas detrás. No sólo es que el tema sea bueno. Hoy en día la música es un producto. Tiene que tener unos requisitos para que se quede en la gente, pero la repetición es muy importante. Hay estilos que se escuchan varias veces y, aunque al principio no gusten, acaban por ser algo a lo que te acostumbras.

—¿A qué edad comenzó a estudiar música?
—A los seis años, pero antes ya siempre tenía alguna cosa por casa.

—¿Qué tienen de mágicas las bandas?
—La parte social es muy importante y que haya 100 o 140 personas tocando todos en comunión hace que se cree una magia. Además, hay que pensar en el hecho indescriptible de poder hacer música y escucharla. Formar parte de ella es otra manera de disfrutarla.

—¿La banda tiene el lugar que le corresponde en la sociedad?
—No, pero por desconocimiento. Es una labor nuestra como directores o compositores dar a conocer el repertorio que tienen, sus posibilidades. Siempre han estado en un segundo plano y estamos trabajando para que se vayan reconociendo y vayan subiendo de nivel. Yo siempre compongo para bandas. Yo me he criado entre la banda y la orquesta porque soy violinista. De hecho, cuando llegué aquí nadie sabía que era violinista. Fue un descubrimiento de Projecte Mut. Yo, en el grupo, iba como percusionista y en un ensayo le dije a Joan que faltaba un instrumento acústico como el violín. Cuando he dirigido orquestas, al tener conocimiento de la banda, es más fácil para mí.

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—¿Qué prefiere interpretar o dirigir?
—Últimamente, dirigir. Me encanta. Es una sensación muy bonita. Un director, en una orquesta, es un poco como un partido de tenis en el sentido de que tú das unas acciones y la orquesta debe responder y uno debe saber si responde bien.

—¿Cómo le gusta componer?
—Primero de todo, con el lápiz y la partitura y el teclado y, a partir de ahí, empiezo con los borradores y los voy trasladando al ordenador. Trabajo mucho con él. Con la edición de partituras, tienes la suerte de tener una orquesta o banda y poder probar. Funciona muy bien.

—¿Es muy perfeccionista?

—Sí. Es el trabajo de uno y serás juzgado por ello. Normalmente los músicos juzgan mucho, sobre todo los clásicos. Parecemos miembros de un jurado y no vamos a un concierto a disfrutar. Siempre intento ser lo más pulcro posible, aunque tengo claro que las críticas están allí.

—Sólo hay alguien con más premios que usted: Rafa Nadal.
—Es una manera de tener una fecha para terminar los trabajos. Voy teniendo suerte, esfuerzo y trabajo y poco a poco. No hay ningún otro truco más que el esfuerzo. Si no participas, no ganas. También, lo de la composición y los concursos es como un vicio. Vas evolucionando y estoy muy contento, ya no por los premios, sino por esta evolución en mis obras porque son más profesionales y voy participando en concursos de mayor nivel. No tengo ningún concurso fetiche que me gustaría ganar. Mi recompensa es que mis obras se interpreten porque la música es muy difícil de evaluar. Lo bonito es que la música se mueva porque si la haces y se queda en un cajón, no tiene ningún sentido. Intento que la obra quede para los músicos lo más clara posible.

—Si hablamos de su variante pedagógica, la música en las escuelas debería estar presente desde el principio.
—Más en serio, debería ponerse en todas las edades. Comienzan con tres años, pero creo que hace falta más. Es una lástima tener especialistas en música y que no den artística. La música, tristemente, se ha quedado muy atrás e incluso en los institutos desaparece la música durante unos años y después regresa. Está menospreciada. En otros países la miman más.

—¿Qué se podría hacer?
—Es el arte más completo y que conocemos desde siempre, desde que nacemos o incluso antes de nacer. Nos acompaña desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. No conozco a nadie a quien no le guste.

—¿Qué panorama se encontró cuando llegó a Ibiza?
—Me sorprendió porque allí hay mucha tradición y aquí sólo existía la banda del Patronato con Manuel Ramón Mas. Recuerdo que vi un anuncio en prensa porque buscaban un profesor de percusión. La banda era una mezcla interesantísima de gente mayor y de jóvenes, pero el clima era fantástico, una familia. Después, pasé al Conservatorio, que antes estaba en Cas Serres y se encontraba un poco apartado.

—¿Es curioso que Ibiza sea tan conocida por la música electrónica y tenga un movimiento tan interesante en otros estilos.
—Es muy interesante. Ahora puedes ver cada fin de semana grandes cosas.

—Usted ha colaborado con ‘Ressonadors’.
—Ha sido impresionante. Son sensaciones que sólo puedes tener con la música. Este sentido de comunión que existe sobre el escenario, con el público que canta todas las canciones, también en el camerino. Los dos conciertos de ‘Ressonadors Sinfònics’, como director, han sido espectaculares.