Un momento de la entrevista en el programa ‘BNP Entrevistes’ de TEF.

El fotógrafo Guillermo Ferrer ha charlado con Agustín Prades en el programa Bona Nit Pitiüses Entrevistes de la TEF.

—¿Cómo fue su infancia?
—Aquella época fue un orgasmo porque, como no había juguetes, los teníamos que inventar. Hacíamos batallas de piedras, íbamos a pescar y si cogíamos algo, íbamos al cine. Una vida en la calle total. Las batallas de piedras las hacíamos entre los de la Vía Romana y Es Molins contra los de Sa Penya, Dalt Vila o Sa Capelleta. Íbamos a Es Codolar a buscar piedras redondas para que no nos doliera tanto.

—¿Cómo fueron después la escuela y el instituto?
—Fui a la Consolación y después a una escuela que estaba sobre el Católico, en la avenida de España. En el instituto viví la época ‘hippy’ y como había que ser ‘un hombre de provecho’, me fui a la universidad. No tenía claro que quería ser arquitecto, pero había tenido muy buenas notas porque era un buen estudiante. En cuarto y quinto curso saqué todo Matrícula de Honor. Para mí, la escuela siempre fue algo fácil. Arquitectura, para nada fue lo que me esperaba, aunque terminé porque no podía ser un fracasado. Tenía que aprobar y trabajar. Me planteé una meta y acabé la carrera con 22 años. Durante cinco, estuve trabajando como inspector jefe del MOPU, nada menos. Después, dije que hasta aquí habíamos llegado. Durante toda la carrera no había visto un ladrillo y, de repente, me convertí en el jefe de 50 arquitectos. Sin mi firma, allí no se hacía nada.

—¿Ganó dinero en aquella época?
—Sí, me ofrecieron dinero y me tentaban, pero siempre he sido una persona a la que le ha gustado ganar lo que tocaba. Regalos y estas cosas, no. Tienen un precio muy alto.

—¿Su afición por la fotografía le vino después?
—Durante mi trabajo como arquitecto. Siempre he tratado la cámara fotográfica como un talismán mágico que te permite parar el tiempo. Me parece fascinante. Pensé que si pudiera mostrar cómo veo la vida a través de imágenes, me parece mucho más fascinante que contarlo. Mi primer tema fueron las payesas, que me flipaban. Resulta que me fui a Balàfia y había una payesa, Catalineta, que era muy famosa porque no tenía padres y era muy liberal. Cogí la cámara para hacerle una foto y me dijo que si quería la foto, le tenía que dar 5.000 pesetas. Después, me dijo que un beso en la boca de un hombre tan guapo, también le servía. Yo me quedé todo cortado. Tenía 28 años y ella me dijo ‘Carai, veniu flaquets els joves d´avui en dia’. Fue mi primera modelo. Ya en el año 80 salió la oportunidad increíble, el famoso París-Dakar que hacen ahora, y yo hice el Alicante-Dakar con un Ford Fiesta. Lo acababa de comprar y era el coche de mis sueños. En la vida no hay que ver monumentos y comprar cosas, sino tener experiencias. Así que con el Ford Fiesta opté por la experiencia. Todavía lo tengo.

—¿No había mucha diferencia entre los países de Europa que también visitaba y la isla?
—Era todo un mundo nuevo, pero después me pareció poca aventura. Muchas normas ya en aquel tiempo. La primera vez que salí de Europa y me topé con unos tuaregs, me sentí como en casa. Yo no tengo miedo y me fascinaron por sus valores humanos. Aquella gente, a las que llamamos del tercer mundo, conserva esos valores. Además, me preguntaba los motivos por los que esta gente se iba a vivir al desierto y resulta que era por el concepto de libertad, para decir que me escapo de las normas. Es gente con una manera de pensar fuerte.

—¿Se le pegaron formas de pensar de esta gente?
—Muchas, y durante toda mi vida. Noté cambios y me reafirmé en la idea de que Europa no era lo mío, ni ser arquitecto. Lo mío, realmente, era la aventura. Ya en Europa me dijeron que era un fotógrafo excelente y ni me lo pensé. El dinero que me daban, que al mes eran 6.000 euros en el año 79 como arquitecto, mirando un programa de National Geographic, dije que me iba y cinco días después lo había dejado todo.

—¿Cuándo decidió comprarse el primer equipo y hacer millas?
—Tengo una anécdota buenísima. Un tío mío se marchó al Vaticano y el Papa de aquel momento bendecía las cámaras Kodak. Así, que tuve mi primera cámara pequeña bendecida por el Papa. La conservo.

—¿Cuántas fotos ha hecho a lo largo de su vida?
—Un total de ocho millones contadas.

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—Su casa, la Torre des Xebel.lí, tiene una forma curiosa.
—Es hexagonal. Hay otra parecida en Ibiza, pero esta es muy potente. Es de época árabe y sale ya en libros de historia porque tiene un ‘safareig’ gigante de 11 por 11 metros. Estaba a tres kilómetros de la ciudad y la finca producía frutas y verduras porque tenía 18 hectáreas.

—¿Cuál fue el primer destino como fotógrafo?
—Casi obligados fueron Marruecos, Argelia, Nigeria o Mali. También, México. Me fui a todas las selvas del sur del país.

—¿Encontró alguna similitud entre estos países?
—Todos tienen cosas muy similares que son un contacto con la tierra, con un sistema muy bien organizado de escalafones sociales. Además, en el 90% de los casos manda la mujer y tienen un nivel humano superior. Todas las tribus a las que he ido han sido hospitalarias. Si me preguntas por los peligros que he sufrido, te diré que en Londres me quisieron robar, en Barcelona también. En los países civilizados, allí es donde te pinchan. Tenemos un concepto de la civilización totalmente equivocado. ¿Quiénes son los que no contaminan o están en contacto con la tierra?

—En casi todas sus fotografías la gente sale sonriendo.
—Porque no robo imágenes. Con el primer tuareg con el que estuve, a quien nunca vi la cara, me dijo que no le podía hacer una foto porque le robaba el alma, pero que si quería robarle una imagen, que lo hiciera. Me marcó tanto aquello, que pensé que a mí no me gustaría que me robaran fotos, así que siempre tengo contacto con la persona a la que voy a fotografiar. Tengo 135 libros y la cosa continúa.

—Insisto, en Berlín o Londres. Tengo que decir que nunca, ni una sola vez, en las tribus o en estos países he tenido esa sensación. Cuando he podido estar en peligro, me he ido.

—En Cuba asistió a una ceremonia en la que no todos son bien recibidos.
—Yo soy muy curioso y preguntón. Cuando estoy en un sitio, me gusta preguntar a la gente. Estando en casa de uno me dijo que en tres días iban a celebrar un ritual con el santero mayor de todo el sur de Cuba y le dije que quería ir. Me hizo un ritual ante sus dioses y les preguntó si yo podía filmar aquello. Hizo todo y los dioses le dijeron que sí, aunque no quedó convencido. Avisó a otros santeros mayores para volver a preguntar y le dijeron que sí. Después pude filmar algo increíble. Eso es mi legado. Nunca he buscado la fama o el dinero. Para mí, supone dejar un legado. He visto el mundo así y tengo la suerte que he podido vivir todo esto.

—¿Qué país le ha impactado más?
—El que más me ha impactado y seguiré yendo siempre que pueda es India. El hinduismo tiene grandes cosas y el pueblo cree firmemente en la reencarnación. Ello significa que si en esta vida te has portado mal, en otra serás un perro o una hormiga. Allí hay castas y aquí, clases sociales. La única diferencia es que aquí sufres por no tener cosas o dinero y ellos no.

—¿Ha estado alguna vez en India en alguna ceremonia funeraria?
—Claro. En India, la muerte se ve como una liberación y cuando uno viaja a Benarés ve a 5.000 ancianos con los pies en el agua esperando la muerte y sonriendo porque se van a reencarnar. La familia, feliz porque van a tener una vida mejor.

—¿Hay algún país al que no volvería ni que le pagaran?
—A Estados Unidos.

—Le gusta también cultivar.
—La finca de la familia era un paraíso porque era de regadío e íbamos en carro y era un terreno muy fértil porque está cerca del Torrent de sa Llavanera. La cultivaban mi madre y mi padre y 13 mayorales. Teníamos dos vacas, 60 ovejas y todo el día había magia. Cuando no me quería ir de allí y me venían a buscar, me escondía en un corral de una cerda. Cuando volví de estudiar, todos se habían marchado al sector turístico y fue un palo. He estado 40 años trabajando en la zona. Mi concepto era crear una selva mediterránea.