Pocos lugares en la isla conservan la esencia de la hostelería ibicenca anterior a la llegada del turismo masivo. Pequeñas tiendas y a la vez bares, normalmente ubicados en la misma vivienda de la familia propietaria, que servían a los vecinos más cercanos todo tipo de víveres y utensilios, al mismo tiempo que cafés, tostadas y bebidas espirituosas.
Este es el caso de Cas Campaner, en la vénda de es Novells, en Santa Eulària, donde Carmen Colomar continúa manteniendo un modelo de negocio y de trabajo prácticamente extinguido.
Colomar abre su tienda y bar los siete días de la semana, «aunque cierro los domingos por la tarde para descansar un poco», matiza.
Junto a la puerta de la tienda, un timbre «por si viene alguien y estoy en casa, pueda salir un momento a atenderle».
Espacio
Cas Campaner se compone de tres espacios distintos, además de la casa familiar en la que sigue viviendo Carmen con su familia. Por un lado está la tienda, en la que cientos de productos distintos se acumulan en las estanterías. Tras el mostrador, Colomar tiene una pequeña cafetera con la que servir café a sus clientes, aunque el espacio del bar se encuentra separado de la tienda por otro, que sirve a la vez de almacén y de pequeña tienda de sombreros de paja, ‘espardenyes' e incluso artículos de segunda mano.
La austera decoración de Cas Campaner convive con una excepcional colección de matrículas, la gran mayoría americanas, a la vez que con depósitos de Harley Davidson. «Mi marido, Joan, es muy aficionado a todo lo americano y tiene una colección inmensa de matrículas de por allí, entre otras cosas», argumenta Colomar. Sin embargo, el espacio del bar se mantiene prácticamente igual que «cuando mi padre se juntaba con los amigos de la zona por las noches para jugar a las cartas (al ‘tuti' o al ‘cau' normalmente) y ‘torrar' sobrasada y ‘xuia' en la chimenea… Incluso hacían ‘xacotes'», tal como recuerda Carmen.
Historia
Vicent y Maria, padres de Carmen, construyeron la casa y la tienda en 1972. «Mi padre tenía un camión y se dedicaba a llevar algarrobas, almendras y hasta ganado; mi madre era modista y enseñaba a muchas jóvenes a coser», explica Carmen quien asegura que, «en un momento dado se preguntaron por qué no montar una tienda».
Allí crecieron Carmen y sus dos hermanas, Cati y Marga. «Al principio vendían solo las cuatro cosas básicas», asegura la responsable de Cas Campaner para explicar que «poco a poco fueron construyendo almacenes y, un poco más adelante, el bar». «Ahora tenemos desde escobas de brujas hasta ‘sedalinos', como en la canción de Pota Lait», asegura Carmen entre risas sobre la variada oferta de su tienda.
Mientras Maria se ocupaba principalmente de la tienda, Vicent y su hermano Andreu se encargaban del bar. «Mi tío era muy buena persona, pero tenía mucho genio y, cada vez que perdía a las cartas, acababa tirando la baraja al fuego», recuerda Carmen entre risas.
«No sé cuándo exactamente, pero la luz y el agua llegaron muy tarde», recuerda Carmen, que explica que «el baño estaba fuera y ni siquiera tenía ducha o bañera, nos lavábamos en tinajas». Otra prueba del ancla al pasado que ha venido manteniendo Cas Campaner a lo largo del tiempo es que, tal como asegura Carmen, «ni siquiera tuvimos teléfono hasta más allá del 93».
Aunque, tanto Carmen como sus hermanas «siempre echábamos una mano en la tienda», explica que «estuve trabajando en una guardería hasta 1993, cuando mi madre falleció repentinamente con solo 58 años». A partir de ese momento y hasta la actualidad es Carmen quien se ha hecho cargo del negocio familiar. «Ahora son mis hijos, Arnau y Oriol, quienes me echan una mano a mí llenando la neveras», explica Carmen para dar pistas sobre la continuidad del negocio familiar.
Clientela
«Viene todo tipo de gente, desde ibicencos de toda la vida a extranjeros de todos los lugares del mundo, todos los domingos se llena de motos y se para mucha gente que va en bici o hace deporte por la zona. Aquí hay una mezcla un poco rara», describe Carmen con humor a su clientela. Uns clientes con la familiaridad suficiente como para servirse ellos mismos unos refrescos con tal de no interrumpir las explicaciones de Colomar. «También viene mucha gente de Vila para estar tranquila», añade Carmen, que asume que «es mejor que no venga demasiada gente, si se me llenara perdería todo el encanto». «Hubo una época en la que venía el trenecito turístico que llevaba Alfredo Marí», añade Carmen, que recuerda que «entonces teníamos un dogo argentino que, si no lo amarrábamos, se comía los helados de los turistas».
«Desde la pandemia creo que viene más gente», reconoce mientras recuerda que «en esa época vendí más cerveza que nunca: antes me apañaba con un pedido cada 15 días, en esa época necesitaba hacer hasta dos a la semana».
Joan de Can Jaumet es de Sant Llorenç y, tal como explica él mismo, «vengo siempre que puedo para tomar algo y charlar con los compañeros, aunque hoy parece que no va a venir nadie».
«Es el punto de reunión de los amigos», asegura Joan de Can Vicent d'en Ribas, que vive en los alrededores y explica que «cuando termino de hacer los trabajos en casa no hay nada mejor que venir, charlar, fumar y tomar un refresco o unas buenas hierbas».
Ramona trabaja cerca de Cas Campaner y hace compras básicas habitualmente en su tienda: «Carmen siempre te trata con mucha amabilidad y la paz que encuentras en este lugar no la encuentras en ningún otro sitio».
Vicky y Rocco se enamoraron de «la magia de lo simple que tiene este lugar: es un regalillo para uno mismo». Ambos han visitado apenas un par de veces Cas Campaner y coinciden en subrayar «el encanto de que no tengan aguacate ni pan de semillas como en los sitios que pretenden ser ‘cool'», mientras Vicky añade que «la última vez que vine no pude tomarme un zumo de naranja como este, porque los naranjos todavía no habían dado naranjas, esto es maravilloso».
José María también es vecino de la zona y, tal como delata Carmen, «es de los que vienen cada día». «Es un lugar espectacular: la paz que hay aquí no la encuentras en ningún otro lugar», asegura José María mientras Carmen le observa con atención. «Menos mal que no has dicho nada malo, si no te ibas con un buen par de palos encima», zanja entre risas la propietaria de Cas Campaner.
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