Uno de los vendedores que operan en Sant Antoni, ofreciendo su mercancía a un grupo de turistas. | Irene Arango

La venta ambulante de todo tipo de productos es una práctica habitual en la totalidad de los municipios turísticos de la isla, especialmente en el casco urbano de Sant Antoni, que históricamente ha sido uno de los puntos neurálgicos del turismo en Ibiza. Y al igual que el turismo ha venido cambiando en las últimas décadas, también lo ha hecho la venta ambulante, que se ha convertido con el paso de los años, según manifiestan los expertos policiales, en algo muy organizado y jerarquizado.

La distribución de esta venta ambulante también está muy diferenciada dependiendo de las zonas. En las playas del municipio operan vendedores de diversas nacionalidades, principalmente españoles y senegaleses, y los productos ofertados suelen ser pareos, bebidas y fruta. El casco urbano, por su parte, está en su práctica totalidad copado por vendedores senegaleses o nigerianos, que ofrecen a los turistas básicamente gafas de sol, abanicos, unos colgantes con unas minúsculas cucharillas utilizadas para esnifar cocaína y, en los últimos años, gran variedad de drogas entre las que destacan cocaína, óxido nitroso o gas de la risa y éxtasis.

Una vendedora pone pulsera a unos clientes en la playa del Arenal.

Fuentes oficiales consultadas por este periódico reconocieron que es muy difícil conocer el número de vendedores ambulantes que operan a día de hoy en el municipio, aunque sí que señalaron que «hay muchos menos que otros años debido a la presión policial que se ha ejercido sobre ellos».

Estas mismas fuentes indicaron que alrededor del 97% de las detenciones que se han realizado en el municipio por la venta de drogas como el óxido nitroso son de origen africano, básicamente senegaleses y nigerianos.

En cuanto a la forma de operar, a la hora de vender los artículos legales es bastante sencilla. El vendedor aborda a un turista o a un grupo de turistas, se intenta hacer su colega y le ofrece su producto. En este tipo de abordajes cualquier tipo de discreción brilla por su ausencia y, cada vez más amenudo, se realiza en las terrazas de los comercios legales. En este sentido, las reacciones de los comerciantes son muy dispares. Alicia, que regenta un souvenir en las inmediaciones del Paseo de las Fuentes, ha optado por evitarse problemas. «Una vez se me ocurrió decirle a uno que no podía vender sus artículos en mi terraza y la propia policía me dijo que tuviera cuidado, que podía denunciarme por racismo, por lo que he optado por no decirles nada», explica.

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La otra reacción es enfrentarse a ellos, llamar a la policía y aguantar con el mayor estoicismo posible las amenazas de estos vendedores ilegales. Este es el caso de Marisa, que regenta un comercio a la entrada del casco urbano en el que, según comenta, lleva aguantando al mismo vendedor durante varios años. «En más de una ocasión le he tenido que pedir que se abstenga de vender cualquiera de sus productos en mi terraza», indica, «y he tenido que aguantar que me vacile e incluso que entre en mi establecimiento a amenazarme».

«En una de estas ocasiones que entró en mi tienda me dijo que iba a hablar con su abogado y me iba a meter en problemas, ya que estaba pendiente de un juicio por tráfico de drogas porque, según aseguraba, yo le grabé vendiendo estupefacientes a unos turistas y se lo pasé a un policía, cosa que nunca sucedió. Lo que sí que pasó es que una vez que le detuvieron le pillaron con drogas, y no entiendo cómo estando a la espera de juicio puede seguir impunemente vendiendo por las calles de Sant Antoni».

En lo referente a las ventas de drogas, la forma de operar es muy diferente para evitar detenciones y acusaciones por tráfico de drogas. En este caso, los vendedores suelen llevar muy poco material encima para, en caso de ser detenidos, poder alegar que es para consumo propio. Al igual que con el resto de productos, suelen abordar a los turistas en la calle. Cuando concretan el tipo de droga que quieren y la cantidad, se efectúa el pago y uno de los turistas acompaña al vendedor a una zona más apartada, donde el vendedor tiene escondida la mercancía. Cuando no le queda material o se trata de cantidades más grandes, el vendedor ambulante realiza una llamada telefónica. A los pocos minutos se presenta un compañero con una moto tipo scooter que le entrega la droga. Este motorista, según ha podido saber Periódico de Ibiza y Formentera, se encuentra en continuo movimiento para poder llegar cuanto antes a las zonas donde se le requiere, que suelen ser el propio Paseo de las Fuentes, los grandes hoteles del casco urbano (donde siempre hay de forma fija uno o dos vendedores en cada uno de ellos por el volumen de clientela que aportan), y el Paseo Marítimo.

Otro aspecto que ha cambiado en la venta ambulante en los últimos años es que, anteriormente, la gran mayoría de los integrantes en la organización se dedicaban a la venta y hacían caso omiso a la vigilancia, lo que facilitaba las detenciones por parte de la policía y la incautación de material

Ahora la organización que opera en Sant Antoni utiliza numerosos aguadores, que son las personas que ponen a vigilar en los accesos a las principales zonas de venta para poder dar aviso vía telefónica a los vendedores de la presencia de agentes policiales.