—¿El interés que tiene por la educación es vocacional o por necesidad después de ser madre?
—Ambas cosas. Empecé a interesarme por la educación a raíz de la maternidad y se convirtió para mí en una verdadera vocación. No puedo imaginar dedicarme a otra cosa ahora mismo y me considero privilegiada de poder hacerlo como parte de mi trabajo.
—¿Qué es el asombro?
—El asombro es el deseo de conocer. Es no dar nada por supuesto, abrirse a la realidad viéndola como si fuese por primera o por última vez. Ver todo como un regalo. El asombro es lo contrario al cinismo, que es incapaz de reconocer la belleza de la realidad.
—En su libro Educar en el asombro habla de lo que puede ser una nueva teoría de aprendizaje, ¿Qué diferencias hay entre la educación de hoy en día y la que usted propone?
—La educación actual oscila entre el mecanicismo y el constructivismo. El mecanicismo ve al niño como un ente que se mueve desde fuera. Con sangre la letra entra. Esta visión adiestra. Por otro lado, el constructivismo entiende el niño como la semilla que crece sola, defiende que el alumno construye su conocimiento desde su propia representación de la realidad. En cambio, la educación en el asombro se inspira en la corriente clásica. Para esa corriente, la realidad no se construye ni se inculca, se descubre. La realidad existe y luego el alumno se asombra ante ella.
—Cada vez se percibe más tecnología en el aula y muchos docentes hablan de ella como un nuevo método.
—Se habla de la tecnología como un método educativo pero aún no se considera como tal en la literatura académica. Hoy por hoy, no hay un conjunto de estudios publicados en revistas serias que consideren que esas herramientas aporten algún beneficio objetivo a la educación. ‘Gusta más', ‘motiva', pero hablamos de indicadores subjetivos que no se materializan en resultados educativos tangibles.
—En alguno de sus artículos habla de lo negativas que pueden ser las TIC en el aula pero en el currículum de educación cada vez que se aprueba una ley nueva aparecen más competencias fomentándolas.
—El mercado educativo es muy atractivo desde un punto de vista económico para el sector tecnológico y ese sector tiene recursos infinitos para convencer a sus clientes y a los gobiernos. Antes de dejar que las empresas tecnológicas colonicen las aulas convendría pedirles que realicen tres pruebas. Primero, tienen que hacer la prueba de los beneficios educativos. Esa prueba hoy por hoy no existe. En segundo lugar, tienen que probar que no hay efectos secundarios. Se conoce cada vez más la existencia de esos efectos: inatención, pérdida del sentido de relevancia, impulsividad, pérdida de la sensibilidad, adicciones, etc. Y para terminar, se ha de hacer el balance de los inconvenientes y de las ventajas. El estudio Students Computers and Learning sobre el impacto de la tecnología en los colegios de todos los países de la OCDE concluye que un uso de los ordenadores por encima de la media lleva a resultados significativamente peores.
—¿Qué consecuencias tiene el uso de pantallas por parte de los niños?
— Los niños tienen naturalmente deseo de conocer y se interesan por la realidad. Cuando están continuamente ante los estímulos intermitentes de las pantallas se acostumbran a esos estímulos y a estar todo el día ‘flipados'. Entran en esa dinámica. El umbral de sentir del niño sube y no entiende lo que dice el educador porque está habituado a otro tipo de canal, entonces nosotros también subimos el nivel de estímulo hablando más alto, utilizamos más pantallas, hacemos cosas más estridentes y rápidas, etc. Y el niño entra en una espiral. Acabamos empapelando toda la escuela de pantallas porque no sabemos cómo entretener a los niños. Por tanto, tenemos que dar marcha atrás en esa espiral de estimulación y llevar a los niños a la realidad ‘lenta' porque aprender es lento, conocerse es lento, tener amistades es lento...
—Y para eso es importante el contacto con la naturaleza...
—Sí, porque la naturaleza es lenta y es la primera ventana de asombro. Un niño pequeño después de un día de lluvia en un bosque con una lupa será protagonista de sus descubrimientos. Descubrirá la cosas porque se asombra ante ellas, no porque las cosas le están continuamente bombardeando y agobiando.
—Hoy en día la gran mayoría de los materiales que hay en las aulas son de plástico y con colores estridentes. Están lejos de lo que encontramos en la naturaleza...
—Creo que la educación no consiste en sobreestimular a los niños sino en educar la sensibilidad, educar los sentidos. ¿Y cómo se hace eso? Tenemos que ayudar a los niños a afinar su comprensión de la realidad, que sean capaces de reconocer varias notas musicales seguidas, que sepan cuándo los sonidos son demasiado estridentes o cuándo las cosas están frías y calientes. Para que eso se desarrolle es importante limitar la cantidad de estímulos, así será capaz de percibir estímulos delicados, refinados y simples. Sobreestimular con colores chillones hace todo lo contrario, vuelve al niño un ente pasivo e insensible.
—¿Cuál es el juego más completo al que los niños pueden jugar cuando quedan fuera del colegio?
—No creo que haya un juego ideal que vaya como un traje único a todos los niños. Depende del niño, del contexto y también de la edad. En general, soy defensora de los juegos tradicionales, los juegos de toda la vida. En cualquier caso, el juego es algo más amplio. Cocinar, pescar, ir a correr, coser, hacer jardinería, bailar, todo eso también es juego si se hace con ganas e ilusión.
—Hay familias que aunque saben que su hijo no debe jugar con el móvil o la tablet, les cuesta poner el límite porque los demás amigos «juegan a eso».
—Sí, el argumento «mamá, es que todos los demás lo tienen» es muy fuerte. Es clave recuperar la conciencia de que somos los primeros educadores de nuestros hijos y que mandamos nosotros en lo que debe configurar su ambiente. No educan ni las estadísticas, ni las empresas tecnológicas, ni la industria del consejo empaquetado. Educamos los padres. Y tirar la toalla de educar es el preámbulo a todos los desastres educativos y sociales.
—¿Cuál es la mejor forma de poner un límite sano en ese caso?
—Primero tenemos que tener claro qué es adecuado para el niño, tenemos que basarnos en estudios sobre efectos secundarios, recomendaciones pediátricas, campos de estudio reales... cuando tengamos las ideas claras tenemos que ponernos de acuerdo con el resto de padres y posteriormente implementarlo. Los padres estamos para educar, no solamente para hacer lo que los niños nos piden.
—Después de indagar en su larga trayectoria como investigadora y en la gran cantidad de ponencias que ha realizado, ¿Realmente cree que escuchando una conferencia las personas cambian?
—Sí y no. Una conferencia excelente e inspiradora puede cambiar la mirada, puede ser un punto decisivo para un despertar o un cambio radical en la forma de pensar. Pero si ese entusiasmo no viene acompañado de un seguimiento, todo ese fuego artificial queda en la superficie. Cuando hablo de seguimiento me refiero a profundizar leyendo libros sobre lo expuesto y crear un plan para pasar a la acción. Educar no es compatible con improvisar. Para educar bien hay que tener un plan. Después tendremos que ajustar el plan millones de veces para adaptarlo a las circunstancias de cada niño pero hay que tener el fin claro y un plan de cómo vamos a lograr ese fin.
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