Tranquilidad
El bar restaurante San Juan es el único establecimiento hostelero del pueblo en el que tomarse algo durante el invierno. Sin embargo, cierra sus puertas tras el servicio de comida. «Por las mañanas tenemos a la gente del Ayuntamiento, del banco y quienes vienen al médico, que dan un poco de movimiento. Pero, por las tardes, está muerto; no hay nada», asegura Juan tras la barra mientras prepara un desayuno. Admite que «en verano se anima más, pero la gente va más a sitios con playa y aquí estamos siempre tranquilos». En su terraza, los clientes se van sucediendo, ocupando las mesas donde pega el sol mientras leen la prensa y se ponen al día.
Fuera del bar, José Ripoll compra el Periódico de Ibiza y Formentera en el estanco de su pueblo. Es otorrino jubilado y asegura que «se está muy bien en este pueblo. «Es un lugar muy tranquilo», añade. Habla del movimiento y la vida que proporciona el mercadillo al pueblo los domingos, «aunque estos meses no lo hacen», recuerda. Un mercadillo contra el que no tiene ningún reproche, aunque admite que vive «enfrente de donde aparcan y se me llena la casa de polvo». «Podrían hacer un aparcamiento», reclama.
En el estanco, quien atiende a Ripoll es María Vanessa Duque, que lleva dos años tras el mostrador. Califica de «calma total» el estado del pueblo en el que lleva cuatro años viviendo. «A partir de Semana Santa se empieza a animar todo. Hasta entonces, por las tardes, sólo estamos abiertos el estanco, el supermercado y la farmacia» explica. Echa de menos cuando, antes de la llegada de la pandemia, el bar abría por las tardes «y había un poco de movimiento». «Entonces, aquí también servíamos bebida, pero la pandemia lo ha cambiado todo», lamenta Duque. Habla también del mercadillo: «Es lo que da más vida al pueblo».
La farmacia la atienden Margarita Torres y su hijo Marc Torné. También echan de menos el mercadillo, que aseguran que «dinamiza la zona, no sólo Sant Joan». «Cuando la gente viene hasta aquí para el mercadillo, aprovecha para ir a otros lados del norte de Ibiza. Comen en Sa Cala o van a tomar algo por Portinatx», afirman. Reclaman estrategias para dinamizar el pueblo, tal como se hace en otros lados. «En Santa Eulària, por ejemplo, hacen la feria d'es jerret», explica Marc mientras Margarita le recuerda que ya se hizo una feria de la sepia en un par de ocasiones antes de la llegada de la pandemia. Marc también pone el foco en el transporte público, cuyos horarios no favorecen las visitas a este pueblo.
Esperando al doctor
Hay otra reclamación popular entre los vecinos de Sant Joan. Tiene que ver con el Centro de Salud del pueblo y con su médico de familia. «Lo que queremos es tener a alguien fijo de una vez», explicaba la farmacéutica de Sant Joan. Rafael Vargas fue el médico de familia del pueblo durante décadas, pero, tras su jubilación en 2020, «vino otro que era un desastre absoluto. Estábamos todos muy enfadados», comentaba una de las vecinas del pueblo.
«Lo que queremos aquí es un médico fijo», reclaman los vecinos de Labritja, para «que no haya que estar explicando una vez tras otra tu historia cada vez que venga un doctor nuevo». La reclamación se extiende a la presencia de una enfermera. Desde que se jubilaron el médico y la enfermera, en 2020, no hubo «nadie fijo». «Es lo que reclamamos», dice Margarita Torres. Los vecinos hablan de la última enfermera, Daniela, con la que «el pueblo estaba encantado» y que «ahora se han llevado a otro lugar de la isla».
Las críticas al sustituto del doctor Vargas giran en torno a distintas actitudes hacia sus pacientes. «Nos tomaba el pelo. Nos trataba como si fuéramos payeses que no nos enteramos de nada», comentan. Le llegan a calificar de «faltón e irrespetuoso» en el trato con el paciente. Aseguran que se recogieron muchas reclamaciones. Su postura en contra de las vacunas era otro factor que desagradaba a algunos vecinos, actitud que otros vecinos –ninguno quiere dar su nombre– aseguran que comparte con la nueva doctora.
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