Cinco plantas por arriba, con acceso al audio de la sala, pero sin imágenes. Así fue como siguieron los periodistas la segunda jornada del macrojuicio por el robo de más de 2,7 millones de euros del Grupo Empresas Matutes. Las condiciones eran mejores que 24 horas antes, pero manifiestamente mejorables en unos juzgados con menos de dos años de vida y teóricamente acondicionados a los tiempos que corren.
Interrupciones y cortes de sonido al margen, la señal de audio permitió escuchar las interioridades de la investigación y el envoltorio de un robo con pasajes kafkianos o berlanganianos como el desconocimiento del director de seguridad de la presencia de una caja fuerte.
Activo y pasivo
Ese momento fue la guinda en una sesión de cuatro horas de testificales con el rocambolesco recuento de dinero en un campo de Sant Llorenç, cómo se registra en caja una Coca-Cola de 10 euros o los 30.000 euros chamuscados en una caja. Todo en un juicio marcado por el torrente de preguntas y repreguntas del abogado de José Joaquín Fernández, y la escasa participación del representante del acusado principal, quien llegó a juicio con la intención de firmar un acuerdo y ahorrarse los cinco días de vista en una sala que hoy escuchará el testimonio de Abel Matutes Juan.
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