—¿Se imaginó vivir algo como el coronavirus?
—Ni yo ni nadie. Parece todo ciencia ficción. Es impresionante ver a toda la gente enmascarada. Parece una película de miedo.
—¿Le han pedido consejo hoteles, restaurantes o administraciones para arreglar esto? ¿O para saber su opinión sobre cómo relanzar el turismo?
—No estoy capacitado para dar soluciones a este problema. Aunque siempre me he tratado con todo tipo de políticos. Siempre digo que no soy de derechas ni de izquierdas. Soy del que lo haga mejor para la isla.
—Pero sus opiniones siempre han sido tenidas en cuenta…
—Algunas veces. Entre mis trabajos está el corregir, perfeccionar y el estilismo. Puedo mejorar mucho a una mujer en 20 minutos. Yo recorro la isla, y siempre que veo algo que puede mejorarse lo comunico a las autoridades o a la prensa. Y algunos políticos se lo toman mejor y otros peor. Por ejemplo, el alcalde Xico Tarrés me hizo caso cuando le sugerí que pusiese una barrera para entrar en Dalt Vila y un minibús-lanzadera entre Vara de Rey y la Catedral. Lástima que ahora hace demasiado recorrido fuera de Dalt Vila.
—¿Intentaron crear un consejo asesor internacional?
—Eso fue en los años 80. Propietarios de casas y terrenos en la isla, pero sin empresas ni negocios, ofrecimos crear una plataforma internacional de asesoramiento. Pero la idea fue rechazada, por lo que la isla salió perdiendo.
—Al menos sigue siendo uno de los mejores portavoces de Dalt Vila.
—Puede ser, debido a que hay personas que tienen un problema y recurren a mí por mi relación con los medios y las administraciones. Pero podrían quejarse ellos, porque al final me convierto en un pesado.
—Pero su insistencia ha provocado cambios...
—No siempre. Por ejemplo, aquí en Sa Carrossa, en Patrimonio de la Humanidad, hay un edificio en estado absoluto de ruina desde hace 21 años. Lo hemos denunciado varias veces y sigue igual. Espero que no se derrumbe y provoque una desgracia. Si estuviese en una ciudad como Madrid o Barcelona ya estaría arreglado.
—-Hablando de cambios. ¿Cuántos años hace que aterrizó en Ibiza?
—Siendo un adolescente, con 17 años, tenía una íntima amiga que me contó que, navegando, había descubierto una isla casi virgen, que impresionaba por sus casas y la belleza de los faldones de las mujeres. Y que el precio del metro cuadrado de terrenos junto a las playas no costaba prácticamente nada. Así que, en la Semana Santa de 1965, vine por primera vez y me enamoré tanto que aquí me he quedado.
—Dos años después se compró una parcela y enseguida consiguió colocar el nombre de Ibiza en los medios de comunicación.
—Sí, la compré por muy poco dinero. Y mi primer contacto profesional fue en 1967, cuando Oriol Regás, el dueño de Bocaccio, la entonces mejor discoteca de España, me pidió que le ayudase a organizar un avión privado para llevar a 125 clientes divertidos a pasar tres días en Ibiza y Formentera. Fue un éxito total y por primera vez apareció Ibiza, como destino de fiesta, en algunos periódicos.
—Y eso mientras estudiaba. ¿Cómo se tomaba su padre, una eminencia de la Cirugía Cardiovascular, su profesión de relaciones públicas?
—Ya te puedes imaginar… No le gustaba nada. Él creía que un relaciones públicas de la noche era una especie de gigoló o un borracho de bar. Por eso me obligó a estudiar una carrera. Yo quise estudiar Filosofía y Letras. Pero me obligó a estudiar Derecho. En el cuarto curso abandoné la carrera y me vine a Ibiza, sin nada. Él mandaba mientras me pagaba la vida. Pero cuando me fui de casa ya no pudo mandar más.
—¿Cómo era aquella Ibiza?
—Un paraíso con gentes de todo tipo. Desde delincuentes, como un nazi o el famoso falsificador de cuadros Elmyr d'Hory, a artistas y más tarde hippies de familias ricas escondidos para no ir a la guerra de Vietnam. Era fascinante. Como retroceder un siglo y medio.
—¿Y estéticamente?
—Imagínate. La arquitectura payesa era impresionante. Muchas veces el dinero es el enemigo de la belleza rural. Como ocurre, por ejemplo, en África, donde construyen chabolas con hojas de palmera y, si les regalan 300 euros, las cambian por uralitas, cargándoselo todo.
—¿Como ocurrió con Sant Antoni?
—En parte sí. Y es una pena, porque era un pueblo con unas posibilidades increíbles, una magnífica puesta de sol y bellísimas playas donde era frecuente ver nadar a delfines. El terreno que compré hace mucho tiempo, me lo encontré muchos años más tarde rodeado de edificios. Y me lo compraron para hacer un aparcamiento. Una pena.
—¿Se considera el precursor de la figura del relaciones públicas en España?
—En parte sí, porque fui precursor organizando un tipo especial de eventos, incluso en Nueva York y en París, y para grandes marcas como Vuitton, Cartier, Gucci, Dior, Tiffany, etc., como puede verse en mi documental Carlos Martorell Polifacético. Y organizaba aperturas de discotecas, hoteles, restaurantes, cuando prácticamente nadie más lo hacía.
—¿Cuál era su secreto?
—Fui un innovador que se ocupaba de todo. Buscar el local adecuado, diseñar las invitaciones, diseñar la decoración y crear shows espectaculares y teatrales. Mi objetivo era que los invitados recordasen mis eventos.
—¿Es cierto que también llevaba las invitaciones puerta a puerta?
—Solo en Ibiza. Y lo sigo haciendo, porque aquí casi nadie tiene una dirección. Te dicen: La piedra azul, la segunda palmera a la derecha. No es como en las grandes ciudades que se pueden usar Correos o mensajería. En Ibiza sigo yendo a fiestas, casas y playas con una mochila llena de invitaciones escritas a mano. Y uso el whatsapp para confirmaciones
—De todos los eventos que ha organizado, ¿con cuál se queda?
—Tal vez con cuatro. Uno fue la presentación en Madrid de La Revista, del Grupo Zeta, que me encargó su presidente Antonio Asensio. El Duque de Alba fue el presentador. Hice venir a una orquesta desde Nueva Orleans. Jockey, el entonces mejor restaurante de Madrid, sirvió el catering. El photocall era con dos espectaculares sirenas. Y acudieron ministros de todos los partidos, incluso Santiago Carrillo, y personalidades como Julio Iglesias, que llegó con su avión privado. También me divirtió mucho organizar una fiesta para Baby Dior, por encargo de la Princesa de Orleans. Fue una fiesta para niños pequeños, con mesas y buffets de medio metro de altura, decoradas con muñecos del Pato Donald, Mickey Mouse, etc. y números circenses.
Y fue impresionante el premonitorio evento ‘Funeral por el Mediterráneo', en 1978, en la discoteca KU. Quise avisar, hace 41 años, para que no polucionásemos el mar, llenando la piscina con plásticos. Pinté un pedalo de negro con plumeros de avestruz, me disfracé con un traje de Cardenal Richelieu, de Plácido Domingo, que me prestó el Liceo de Barcelona, y todos los invitados debían ir de luto o con hábitos religiosos. En procesión, con el Réquiem de Motzart, dos frailes llevaban en una camilla a una sirena muerta, que era la sobrina de un conocido político catalán. Y mientras yo, con una amiga de luto, pedaleábamos entre los plásticos.
—¿Y fuera de España?
—Un evento que organicé en París, para Llongueras, con sirenas balanceándose sobre trapecios y modelos desfilando vestidas por Francis Montesinos. Lo que más me gusta de ser relaciones públicas es la parte creativa. Cómo crear un evento para que los asistentes la recuerden siempre.
—¿Siente nostalgia de aquello?
—Siento el ya no ver a la gente vestida elegante y de largo en grandes eventos.
—Con su experiencia, ¿hacia dónde cree que va la isla?
—Ibiza podría acabar muriendo de éxito. Yo no tengo turismofobia. Tengo ‘excesodeturismofobia'. No me resultan agradables los sitios en los que se concentra demasiada gente. Y eso está sucediendo en Ibiza, donde las calas y las playas están llenas, es difícil aparcar y hay colas de coches en las carreteras. ¡Yo iba a caballo por la isla!
—¿Y qué opina de cómo ha cambiado el mundo de los famosos?
—Yo digo que hay un virus llamado ‘chollo', muy peligroso, y de transmisión sexual. Un auténtico famoso se acuesta con una persona, le contagia el virus y la convierte en famosa, sin haber dado ni golpe. Y ésta se lo contagia a un amante, a su hijo u otra persona, y así se forma una cadena de famoseo barato.
—Eso ha cambiado mucho desde que usted comenzó.
—Sí. En gran parte por culpa de ciertos usos de los teléfonos móviles y las redes sociales. Antes los famosos eran más cercanos en Ibiza. Pero, ahora, cuando cualquiera puede fotografiarlos y colgar la foto en Instagram, prefieren quedarse en casa. En 1976, llevé a los Reyes de Bulgaria y a la Princesa Maria Gabriela de Saboya a bailar a Pacha, y fue genial porque nadie les reconoció, ni había móviles. Eso, ahora, sería impensable. Y por esa razón se quedan en sus villas o en sus yates.
—¿Eso afecta a sus fiestas?
—¡Claro! Cuando hay fans histéricos persiguiendo al famoso para hacerse un selfie, consiguen que el famoso se marche rápidamente o no aparezca. En una fiesta que organicé, a Mick Jagger, una fan le intentó arrancar un mechón de pelo.
—También es muy crítico con los avances de las tecnologías...
—Por ejemplo, con los emoticonos. Hace un tiempo le dediqué un gran post de mi blog a una íntima amiga muy famosa, de 78 años. En vez de llamarme y darme las gracias, me envió un whatsapp con setenta aplausos, veinte copas de champán, treinta corazones y muchas rosas. Increíble. A este paso vamos a acabar comunicándonos por jeroglíficos, como los egipcios. Es la muerte de la conversación y de la ortografía.
—También es escritor de éxito. ¿Cómo está la adaptación a una serie de televisión del ‘Réquiem por Peter Pan en Ibiza'?
—Fatal. ¡Solo faltaba el coronavirus! Todo está parado en Estados Unidos. Además es un problema grabar en Ibiza por los altos precios. Películas y series sobre Ibiza, como la infame White Lines, en la que se me nombra en una reunión de pseudo mafiosos, se ruedan en lugares fuera de Ibiza, por que la isla está muy cara.
—¿Y me imagino que usted eso no lo quería para su libro?
—Claro que no. Cuando me ofrecieron hacer una serie yo dejé claro que quería controlar el casting para elegir bien a los actores, controlar el vestuario, porque sé dónde conseguir ropa hippy, y decidir las localizaciones. Hay que hacer una serie creíble y con la mayor calidad posible.
—Ahora, con el confinamiento, ¿ha escrito algo más?
—No paro. Todas las noches, desde hace 50 años, escribo una especie de diario contando todo lo que hago durante el día, para no olvidarme de nada. Durante el confinamiento he leído muchos de esos diarios, y me han parecido muy interesantes porque son parte de la historia de Ibiza.
5 comentarios
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Muy interessnte, Carles. Yo también me acuerdo como un amigo y un servidor fuimos una noche hace años a casa de una amiga en Castellón de la Plana, encontramos un plumero y un mando de televisor en la mesita del comedor (la casa no tenía tele), y al lado sobre un taburete una cajita de madera que abrimos por curiosidad, tenía una juanamaría estupenda. Salimos a la calle a reírnos, nos reíamos hasta de la parada del bus. Jo qué noche, y además nos salió gratis.
"el precio del metro cuadrado de terrenos junto a las playas no costaba prácticamente nada"... Y ahora, después de depredar la costa para hormigonarla, vale lo inalcamzable
El dinero siempre ha sido el principal enemigo del ser humano, su perdición. Aunque me da la sensación de que Vd. no hace nada gratis. No creo que Vd se mezclarse con los nativos de las chabolas de hojas de palmera.
Reconozco que muchas veces he criticado al Sr Martorell pero como rectificar es sabios decirle que tiene mucha razón en todo lo que dice en esta entrevista y espero que se intente ver lo que realmente se quería de Ibiza y en que la hemos convertido, animo.
Con todo el respeto hacia este señor y lo que representa, decirle que aunque anónimos para sus eventos, la mayoría de la gente de la isla tenemos una dirección y una vida a la que le damos el máximo sentido. Su elitismo provoca cierta distancia que es recíproca. Una pena, ya que es una muestra más de las clases sociales que tenemos.