Los ‘puentes' siempre me han resultado una metáfora preciosa. Designar con ese término arquitectónico, que nos invita a cruzar a lugares que de otro modo no podríamos alcanzar, a la unión de un festivo con un fin de semana es casi mágico, aunque mi novio diga que esta acepción es incorrecta, ya que arguye que realmente se refiere a un día laboral entre dos festivos que «se puentea» no trabajando. Sinceramente no voy a discutir con él y menos cuando me está cocinando un delicioso pulpo mientras les dedico estas letras.

Dividimos el año en esas conjunciones excepcionales que nos permiten cogernos tres días seguidos de vacaciones, en ocasiones hasta cuatro si los astros se alinean de la forma correcta, y planeamos escapadas a diferentes destinos. Algunas veces nos vamos a «casa», a ese otro hogar que sigue oliendo a nosotros aunque haga décadas que no nos habita, y otras dibujamos en el mapa líneas que nos llevan a conocer nuevas capitales, castillos o tesoros. Hoy comienza, sin embargo, un puente cerrado con una valla de espino por el nombre que le ampara, ya que celebramos el Día Internacional de los Trabajadores con la mayor tasa de desempleo de nuestra historia. Una cifra que afectará en junio al 34 por ciento de la población activa, si sumamos a los ERTE, aunque gracias a estos expedientes de regulación temporal de empleo no se perderán cuatro millones de puestos y el 14 por ciento podrá recuperar la «nueva normalidad» cuando esto escampe. Eso sí, como ocurre con las grandes tormentas que nadie predice, no sabemos cuándo ocurrirá ni los verdaderos desastres que arrastrará a su paso.

Los pequeños y medianos empresarios, para quienes nuestros empleados son parte de nuestra familia y el mayor valor de nuestros negocios, no nos hemos sumado por picaresca, como afirman algunos, a esta medida que aplaudimos y que nos dará oxígeno durante estos meses tan duros que vienen. Los ERTE nos aportan esperanza y la fantasía de que seguiremos en pie, sin cerrar nuestros proyectos vitales y manteniendo a quienes los han hecho hasta hoy posibles cuando salga el sol de nuevo. Puede que algunos aprovechen la situación, no lo dudo, como esas familias que salieron el domingo al completo para tomar el sol en vez de seguir las normas y pasear con sus hijos como tocaba, pero siempre serán excepciones que no marcan la regla, y de las que nos apartamos duplicando la distancia de seguridad.

Hoy sonreímos tristes al ver nuestros nombres publicados en el BOIB y descansamos en una jornada en la que nada nos gustaría más que poder trabajar las diez horas a las que acostumbrábamos en estas fechas. El siguiente paso de esta desescalada es saber si estos expedientes se podrán prolongar hasta que termine la crisis económica que sucederá a la sanitaria. ¡Cómo son las cosas! ¡Piénsenlo! Este 2020 que se prometía afortunado para aquellos a los que nos gusta salir fuera cada vez que podemos, y que llegó con una puntería fina para que el calendario nos uniese los días señalados con viernes o domingos, nos ha relegado a ver pasar varias fechas a puerta cerrada sin poder hacer nada. Aun así, hoy más que nunca, debemos recordar qué día es y estirar la espalda hasta que cruja mientras respiramos fuerte. Vamos a sacudirnos los miedos, la desesperanza y la incertidumbre porque juntos seguiremos trabajando para reconstruir este mundo que tal vez aprendamos a erigir mejor, con más cordura y respeto. Puede que de estas ruinas surja una oportunidad única para cambiar el cristal con el que mirábamos la vida.