La COVID-19 tiene desbordados todos los centros sanitarios de la capital y la necesidad de personal de refuerzo ha hecho que este se convierta en el primer trabajo de esta ibicenca de 22 años. «He hecho un máster de UCI y Urgencias, aunque no he tenido la oportunidad de hacer las prácticas, que estaban programadas para mayo. Aquí una aprende a base de palos», aseguró.
Y es que, según Marina, sus propias compañeras le dicen que lo que está viviendo «es medicina de guerra, hay que apañarse con lo que hay y con lo que una tiene».
Una mala experiencia anterior le hacía ir con miedo, pero aseguró que una vez allí «el miedo queda atrás. No queda otra que ir a por todas porque el paciente depende de ti».
Falta de protección
Sus jornadas son muy largas y apenas tiene tiempo ni de «parar cinco minutos para comer algo». Asegura que no sabe cuántos pacientes llega a atender en un día. «Para una enfermera novata como yo, que acabo de terminar la carrera, está siendo muy duro, porque quieres correr, pero no sabes hacia dónde», explicó.
Está en una planta en la que «hay enfermos críticos, que deberían ir a la UCI, pero como están colapsadas es imposible. Quieres ayudar, pero no puedes». «Aquí todo el mundo sale llorando», aseguró.
Marina explicó que «los pacientes están muy solos. En las plantas todas las puertas están cerradas, tenemos el control de enfermería sellado con plástico y no podemos tener la humanidad que nos gustaría porque también tenemos una falta de material increíble. No estamos nada protegidas», apuntó.
En este sentido, indicó que ayer se les acabaron las batas quirúrgicas y que están atendiendo a pacientes con coronavirus «con mascarillas que ya no hacen efecto». «Yo llevo una desde hace cinco días, que la tengo que desinfectar con alcohol y cuando te la vuelves a poner no puedes casi respirar», explicó. Según esta enfermera, las mascarillas deben cambiarse cada 48 horas, pero «está todo agotado».
Apoyo en la distancia
Marina busca cada día el apoyo de su familia en la distancia, ya que todos están en Ibiza. «Es duro, llegas cansada y te gustaría ver a tus padres y que te den ánimo después de un día muy largo», señaló. Aunque sus sentimientos son contradictorios. Sabe que el estar trabajando con enfermos positivos la convierte en un «factor de riesgo» por lo que estar separada de ellos le ayuda a protegerlos. «La verdad es que con el Skype y las llamadas la situación se salva un poco», comentó.
Su madre la llama cada noche cuando sabe que ha salido de trabajar y también, según contó, habla bastante con sus abuelos. «Me insisten en que tengo que comer», dijo entre risas.
La preocupación de sus seres queridos es distinta a la suya. El estar viviendo la situación desde dentro le hace esperar y desear «que esto no pase en Ibiza».
En la capital ahora mismo asegura que están «en el pico de la curva». «Todos los días entran pacientes. Las urgencias están colapsadas y los ingresos son constantes», indicó.
«Lo que estoy viendo aquí es que los pacientes empiezan a empeorar y no hay forma de sacarlos. Se empiezan a acumular y llega un momento que no hay camas». «En Madrid aún hay más hospitales, pero en Ibiza con Can Misses y la clínica Nuestra Señora del Rosario, no quiero imaginarme. Creo que sería más difícil de llevar», señaló esta enfermera.
«Al menos he visto a la gente concienciada. Aquí en Madrid ya están viniendo menos por cosas que no son importantes», aseguró.
Marina señaló que todos los profesionales tienen «esperanzas puestas en que se va a salir de esta. A lo mejor será más tarde de lo que pensamos, pero mientras se salga y se salve a la mayoría de gente posible, eso es lo más importante».
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