Belén Alvite posa en la sala polivalente de las nuevas instalaciones del CEPCA. | Marcelo Sastre

Tras 18 años de actividad, el Centro de Prevención de Conductas Adictivas (Cepca) ha crecido y da sus resultados. Su directora Belén Alvite se muestra contenta de que la edad de consumo de drogas esté ahora a la par que en el resto del Estado. Cuando empezaron destacaba la precocidad en Ibiza del consumo de alcohol.

—¿Los padres son conscientes del daño que puede provocar el alcohol en sus hijos?
—Muchas veces lo que la gente no sabe es que el último órgano en madurar en nuestro cuerpo es el hígado. Por eso se ha retrasado el consumo legal de alcohol en nuestro país de los 16 a los 18 años. En esto Estados Unidos, por ejemplo, está mejor. Allí está prohibido hasta los 21 años, cuando el hígado ya está biológicamente formado. Pero independientemente de cuestiones más hepáticas, el consumo de alcohol es preocupante en la adolescencia porque es la época en la que se están produciendo todos los cambios a nivel neurológico. Se fijan las conexiones para que las diferentes partes que antes funcionaban por separado empiecen a trabajar en equipo. Se producen unos cambios estructurales importantes a los que perjudica el consumo de alcohol. Por eso este tema tendríamos que tomárnoslo en serio. Es el momento básico de construcción cerebral.

—¿Cuándo empiezan a consumir los adolescentes ibicencos?
—Los datos que tenemos no hablan de una precocidad superior a las medias que hay en el resto de España. Algo que sí pasaba hace 20 años. Cuando empezamos a trabajar el inicio de consumo de alcohol en Ibiza y Formentera era un año antes que en el resto de España. Si en la Península eran 13,6 en Ibiza eran 12,6. Ahora tenemos la misma media que en el resto del Estado, en torno a los 13 años y medio. Los porros a partir de los 14 y otras sustancias más adelante.

—¿La fama de Ibiza como campo de pruebas para nuevas drogas afecta en materia de consumo?
—En Ibiza las instituciones, sobre todo los municipios a través de planes municipales u otras actividades, están muy concienciadas y trabajan mucho este tema. Los datos de prevalencia de consumo no marcan una diferencia importante con respecto a otros puntos de España. Eso hay que tenerlo en cuenta. Lo que pasa es que en Ibiza tenemos consumo de ciertas sustancias que no se dan en otros lados, como puede ser de CHB, de ketamina, de sustancias más raras que aparecen aquí antes que en otros sitios. Ibiza ha sido y quizá es todavía un laboratorio donde las pociones mágicas que se usan en verano, si han funcionado bien, luego se venden en otras zonas de Europa. Otra cosa es que nuestros adolescentes tengan un acceso fácil a un tipo de ocio muy diversificado en el que para ellos es tremendamente atractivo el consumo de drogas. Es verdad que en principio es un tipo de ocio al que los menores de edad no tienen porque tener acceso y en general no lo suelen hacer. Nuestro problema y el mayor reto es el consumo de drogas legales.

—¿En qué sentido?
—Nuestros adolescentes pueden comprar alcohol. No es que se lo compren otras personas mayores de edad, es que lo compran ellos, nos lo dicen en nuestras encuestas. También el tabaco. Ha habido durante muchos años una lucha intensa contra el consumo de tabaco en jóvenes. Parece que todo el mundo lo tiene claro. Pero las generaciones con las que has trabajado crecen y se suman generaciones nuevas. Ahora tenemos toda una generación de niños y preadolescentes con los que se trabaja poco en materia de tabaco. Eso se ve en cosas muy concretas, como por ejemplo en el tema de los vapeadores. Vapear es lo mismo que fumar pero con otro producto con sustancias a veces más nocivas. Esta forma de fumar ha llegado a los institutos. No es que se deje fumar en los centros, pero hay niños que llevan los vapeadores a clase. Se compran por unos 15 euros y se está convirtiendo en un regalo de moda. Se aprovecha que la ley del tabaco no recoge estas nuevas formas. ¿Qué tenemos que hacer? Seguir dando mucha caña con el tema del tabaco.

—¿Cómo se podría cortar con esto?
—En materia de alcohol y tabaco, los negocios que los dispensan deberían ser más escrupulosos de lo que son, porque hay fugas aunque digan que no las hay. Es verdad que cada vez se ponen más carteles y más limitación, pero hay gente que sigue pasando. Hay un perfil de adolescente que engaña porque parece mayor. Pero si pedimos el carnet a todos los jóvenes entonces no tendremos coladeros.

—¿Está bien que un niño de 12 años tenga un móvil?
—Creo que el smartphone se lo tendríamos que dar a nuestro hijos cuando en su actividad de vida es necesario para algo concreto. Pero con cuentagotas. Un smartphone no es algo que me acompaña las 24 horas del día ni que uso en cualquier momento. Puedes tenerlo por la tarde cuando llega tu actividad extraescolar para que tengas un rato de contacto con los amigos. Pero no tienes por qué llevarlo al colegio o al instituto. Si te hace falta llamarme lo puedes hacer desde el centro como se ha hecho siempre. Además se tienen que apagarlo temprano para garantizar su descanso. Eso de que el teléfono esté apagado a las 9 de la noche a veces lo dices en charlas y te miran como diciendo «sí hombre, si tuviera que hacer eso verías la que se monta».

—¿Cómo puede el padre restringir el uso del móvil de su hijo cuando todos sus compañeros lo usan cuando quieren?
—Conectando con quién quieres ser como modelo de padre o madre. Hacerle entender a nuestro hijo que las cosas que tienen que ver con él tienen que ser algo en lo que yo he pensado. Que quiero explicarle una forma de vivir y las decisiones las tomo yo según cómo pienso que tiene que vivir. No según lo que piensan los padres de otros a los que no les interesas lo que haga. ¿Quién va a poner los límites a tus hijos? ¿Gente que no conoce? Eso no tiene ningún sentido. Creo que esa es la única pregunta que tendríamos que hacernos como padres. Todos llegan a las tres de la mañana el fin de semana. ¿Y qué? Igual a los otros padres no les importa pero a ti sí. Pues tú tienes que actuar.

—¿Los padres saben cómo usa el móvil su hijo?
—Hay mucho descontrol y las familias no tienen ni idea de lo que están haciendo sus hijos en internet. Una de las cosas que más nos preocupan ahora es el consumo de pornografía de niños y niñas con los que los padres ni siquiera han tenido la necesidad de sentarse a hablar de educación afectivo-sexual. Ahora hay pornografía a tutiplén, sin ningún tipo de filtro, donde hay cosas muy discutibles como la cosificación de la mujer, el uso de la agresividad, el sexo en grupo en el que el grupo son varios hombres con una mujer. Creo que se está gestando un problema serio. Los jóvenes se van a dar cuenta de que hay una fantasía que no se puede alcanzar. Tengo testimonios de chicos que me han dicho que se les da muy mal esto del sexo y que ya no lo quieren practicar nunca más. Creen que no lo hacen bien porque no pasa lo mismo que en la pornografía que han visto. Tienen que identificar que eso que ven no es algo real. Y chicas que te cuentan que su primera relación sexual ha sido nefasta, las han tratado de una forma horrorosa. Aquí las víctimas son todos. Ellos y ellas.

—El móvil también ha creado nuevas formas de acoso, ¿el adolescente es consciente del daño que puede provocar a otros compañeros?
—Aquellos que han trabajado este tema en sus centros escolares y en sus familias sí. Hay otros con los que nadie ha hablado de este tema. El problema de las nuevas tecnologías con respecto al acoso es que ha provocado que el acoso se convierta en algo privado de los niños, de lo que no pueden escapar. Antes te podía pasar cuando estabas en el colegio o el instituto, a la entrada o la salida, pero llegabas a casa y ese era el refugio en el que nadie te tocaba. Pero ahora llegas a casa y siguen. Además lo que ocurre es que hay muchos que son espectadores y no participan de forma activa para ponerse de tu lado. La victimización se magnifica. Así apoyan al acosador. Por eso es necesario que los buenos programas de acoso tengan diferentes mensajes para cada eslabón de esta cadena. Hay uno muy importante para los espectadores: da un paso. Ponte al otro lado. Tienen el miedo de que si se identifican el acosador ponga sus ojos en ellos. Ahí es cuando deben saber que sí se identifican solos sí, pero si hablan entre ellos y son varios los que se posicionan, hasta los acosadores se cansan.

—¿Se trabaja bien este tema en los centros?
—Sí, además tienen programas de convivencia y protocolos muy concretos de cómo actuar cuando se detectan estas situaciones. Lo que pasa que a veces son difíciles de detectar. Algo que suele ocurrir con las víctimas es que cuando llevan tiempo sufriendo algún tipo de vejación o acoso terminan pensando que no tiene arreglo. Que se lo merecen de alguna manera. Muchos se callan porque piensan que así protegen a sus familias. ¿Cómo no se lo dicen a sus padres? Porque piensan que si se lo cuentan sus padres van a sufrir y no lo van a arreglar. Por eso tenemos que estar muy alerta, tanto los profesionales en las aulas como las familias. Las familias tienen que hablar con sus hijos para que vean que se lo pueden contar todo. Puede que no tengan respuesta pero la pueden buscar juntos. Ese es el mensaje que hay que darles.

—¿Cómo se puede alcanzar esa relación de confianza con el adolescente al que a veces es tan difícil acercarse?
—Hay que trabajarse la calidad de la comunicación, pero es un trabajo continuo. Los adolescentes utilizan todas las trampas dialécticas que tienen a mano para quitarnos la razón y hacernos perder los nervios. De esa manera no avanzamos en los puntos importantes. Ahí los padres y las madres caemos a la primera, es una cuestión muy emocional. Si existe un deterioro de la comunicación previo a la adolescencia, el deterioro en esa etapa ya va a ser total. Por eso hacemos muchas escuelas de familias para que se den cuenta de que la comunicación es un saber hacer que se trabaja desde la infancia. Cuando llegue la adolescencia tendremos conflicto, evidentemente, pero se puede tirar de fondo de armario.

—¿Cómo valora la evolución del servicio en 18 años?
—Cuando empezamos, yo personalmente tenía un poco de complejo de vendedora de libros. Llegaba a los centros con mi catálogo de cosas y decía «mira, estaría chulo que hiciéramos tal... y necesitamos hacer un estudio de consumo de drogas y, por favor, necesitamos que nos dejéis el acceso a los alumnos». Tras 18 años seguimos pidiendo las cosas por favor pero la sinergia de trabajo que hay con los centros ya es totalmente distinta. Todos los centros de Ibiza trabajan con nosotros y cuando creamos algo y se lo enseñamos nos dicen que sí por el hecho de ser nosotros. Luego nuestra cartera de servicios creció. Antes nos dedicábamos al consumo de drogas y nuevas tecnología. Ahora somos como un servicio de prevención de conductas de riesgo. Cuando nos encomendaron que el tema del sida decidimos que no podíamos hablar de sida sin hablar de prevención sexual. Al trabajar el plano afectivo sexual también teníamos que trabajar el papel de la mujer, la igualdad, el acoso... que son las conductas de riesgo en la adolescencia. Ahora ya, menos la prevención de incendios que se lo pasan a los bomberos, todo lo que tenga que ver con conductas de riesgo y adolescencia es algo que nosotros normalmente asumimos.