Víctor Martínez, sentado sobre el capó de su coche en el que lleva durmiendo más de un mes. | Daniel Espinosa

Víctor tenía empleo en Granada. Su contrato se acababa en el mes de mayo, pero su jefe ya le había ofrecido renovar. Sin embargo, él tenía otros planes. Quería venirse con un amigo a trabajar a Ibiza. Finalmente, su amigo, en vez de ir a Ibiza, se fue a Brighton y Víctor se quedó solo en su aventura veraniega. Lo que no esperaba es que esa experiencia laboral le llevaría a dormir más de un mes en su coche debido a la falta de vivienda asequible en la isla en época estival.

Este joven de 23 años dice que estaba cansado de estar en Granada y se planteó venir a Ibiza a trabajar porque había oído que había mucho movimiento en verano. Cogió 400 euros que tenía ahorrados y apostó al ‘todo o nada'. A finales de mayo se vino sin trabajo y si encontraba algo en Ibiza se quedaba. Si no, se tendría que volver.

A través de la aplicación móvil Jobtoday vio un par de ofertas y se fue a Platja d'en Bossa a echar currículums. Entregó nueve o 10, le llamaron de cuatro empresas y eligió la que más le convenía: aquella que le ofrecía empezar a trabajar al día siguiente. Llegar y besar el santo.

Pero, entonces, empezó la odisea de buscar habitaciones a precios razonables. Para él eso significaba encontrar algo a un precio de entre 300 y 400 euros. Eso ya era otro cantar.
«Te piden por una habitación doble 1.200 euros. Yo, la verdad, es que si he venido a Ibiza es para ganar dinero, no para gastármelo en el alquiler. Hablaba con la gente que ofrecía estos alquileres por ver si veían normal el precio y todos me decían lo mismo: es que la cosa está así en Ibiza».

Durante ese tiempo se apañó para dormir en su coche. Agradece haberlo traído porque si no dice que no hubiera durado ni una semana. Aparca en una zona apartada, pone el parasol, tapa con camisetas las ventanas y duerme como puede.

Dice haberse acostumbrado a esta situación. Sin embargo, recuerda dos momentos en los que lo pasó peor: al principio y después de una semana.

Los primeros días porque relata que empezaba a trabajar a mediodía y, a partir de las 09.00 horas o 10.00, «era imposible seguir en el coche por la luz y el calor».

El segundo inconveniente lo empezó a sentir al cabo de nueve o 10 días. Al no poder estirarse completamente las piernas se le cargaban y empezó a notar mucho dolor en los gemelos.

En cuanto a la higiene diaria, explica que tiene ducha en el trabajo, por lo que aprovecha al final de la jornada para ducharse. Después ayuda a sus compañeros y se va a la playa y a tomar algo a un bar hasta las 22.00 horas cuando se vuelve al coche para, sencillamente, abrir las puertas y ponerse a dormir.

Ahora dice que ya está acostumbrado a esta situación tan anómala en la que se encuentra. Más cuando sabe que pasará pronto. Mañana tiene previsto entrar a vivir en una casa de campo que compartirá con otros cuatro chicos. Es afortunado. Pagará 470 euros por «una habitación grande con baño en una casa preciosa de estilo ibicenco». Además, dice que ha hecho muy buenas migas con los que serán sus compañeros.

Peor de lo que pensaba
Víctor dice que ya le habían comentado cosas respecto a la situación de la vivienda en la isla, pero que no se «imaginaba al nivel que estaba esto. Es una pasada. Si lo llego a saber no hubiera venido».

Recuerda que sus padres le dijeron que estaba loco cuando les contó cómo estaba, que no sabían qué hacía en Ibiza cuando podía tener trabajo en Granada.

En este tiempo ha conocido a nueve o diez personas en una situación similar a la suya. La mayoría viven en caravanas, otros en furgonetas viejas que alquilan por 500 o 600 euros al mes.

Dice que no entiende cómo pueden vivir así, más cuando le dicen que su intención es hacerlo todo el verano. Ellos le cuentan que necesitan vehículo y casa: «Si combinan los dos, al precio que está la vivienda, pues eso que se ahorran», concluye.