La psicooncóloga Paloma Martínez.

Su segundo apellido es Colomina, como el nombre del uno de los institutos de Ibiza y por eso mucha gente le pregunta si es de la isla, pero no, es valenciana por los cuatro costados aunque lo dejó todo para venir a Ibiza, por su marido.

Usted iba para sexóloga. ¿Por qué decidió cambiar?
—Cuando acabé la carrera tenía claro que lo que me gustaba más era la parte social que la clínica, la de los trastornos mentales, y me especialicé en la parte de sexología y terapia de pareja. Mi marido es ibicenco y cuando acabé me vine a Ibiza. En Valencia trabajé la parte más social pero en Ibiza, más la clínica porque la parte social no triunfaba. Aquí nada, no iban al sexólogo. Me gustaba mucho el trabajo con la pareja, el maltrato y en aquella época no había ni la Ley de Violencia de Género. En la facultad hacia las prácticas con abusadores y maltratadores, en Valencia trabajé en ello pero en Ibiza empecé a trabajar en la Policlínica comunicando malas noticias en accidentes de tráfico cuando hay fallecidos y con la Asociación Española del Cáncer empecé con el mundo de la oncología y de allí al hospital Can Misses donde trabajo.

Usted, por lo que cuenta, es de las que se vino a Ibiza por amor.
—Me vine por amor puro. Mi marido me lo dijo así de claro: ‘si quieres que esto siga adelante te tienes que venir a vivir a Ibiza'.

Qué tajante fue.
—Sí, sí, él tenía clarísimo que tenía que venirse a vivir aquí, porque es ibicenco. Yo no tenía ningún problema. A mí qué más me daba.

¿Cómo recuerda sus inicios trabajando?
—Todo empieza por la Policlínica, con el tema de comunicar malas noticias, situaciones complejas a las familias y empezó a gustarme. Se creó el grupo de atención a Emergencias del 112 y entré allí. De ahí me llamaron de la Asociación Española contra el Cáncer y pensé que era el destino. Es verdad, se me da bien. En la Facultad nunca me lo había planteado y hablando con compañeros o gente que ha estado aquí, comentamos que tienes que tener una vocación, porque si no, no lo aguantas. La vida te va llevando a sitios. Creo cada vez más en el karma.

¿Cómo se prepara para comunicar malas noticias?
—No es una situación fácil, tienes que formarte. Es satisfactorio porque cuando te vas formando ves que hay una forma de hacerlo bien; hay una buena forma de hacer las cosas.

¿Con esa carga emocional que tiene su trabajo no se lo lleva a casa?
—No tengo tiempo, tengo una hija, una familia, soy muy activa. Hago un montón de cosas. Es algo difícil de entender pero cuando estas en tu trabajo y algo no ha ido bien, te lo llevas a casa, por eso hay que intentar hacerlo bien. Es verdad que no lo puedes controlar todo y eso lo tienes que asumir. En el trabajo intentarás hacerlo bien, pero no todo depende de ti. Asumir que no está todo bajo tu control es una parte importante de nuestro trabajo y que lo que controlas lo has hecho bien, aunque sea dar una mala noticia, es gratificante.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia?
—Yo le digo a mi marido que a mí me dan besos todos los días. He tenido muchas. Por ejemplo, el otro día en un supermercado saludé a un señor inglés, no me conoció al principio, luego me buscó y empezó a abrazarme. El hecho de que la gente valore tu trabajo, a lo mejor es una parte muy narcisista y a pesar de que estas trabajando en un momento difícil y traumático te recuerden como algo positivo.

¿Y la peor experiencia?
—Esas situaciones en las que tú crees que puedes controlarlo todo, pero no todo es controlable. La gente que no acepta que su familiar está al final de su vida o el propio paciente que no acepta esa situación se mete en un síndrome de desmoralización y no permite que trabajes con él. Si pudieras trabajar cosas se podía aliviar el sufrimiento o ayudarte, pero no te lo permite y eso es muy triste. Sabes que puedes aportar pero no te lo permite, no todo depende de ti. El fallecimiento de un bebé fue un momento muy difícil y hoy en día me encuentro con sus padres por la calle; es una situación muy bonita por el recuerdo que tienen de ti, a pesar de que los acompañastes en el fallecimiento de su hijo.

Pero estos reconocimientos son buenos, le compensan.
—Mucho, es una parte importante. Si la gente te recuerda con ese cariño eso quiere decir que algo has aportado en ese momento tan complejo.

Dice que no se lleva el trabajo a casa, pero ¿qué es lo que le aporta en su vida?
—No darle importancia a ciertas cosas o no posponer planes que son agradables, como un viaje; éstas cosas hay que hacerlas ahora. Ahora que tengo una hija intento transmitirle la idea de que hay cosas que no son importantes; siempre le comunico la verdad de las cosas adaptado a su idea. Cuando tienes alguien enfermo en casa o si alguien está en el hospital, mi hija tiene que saberlo, que vea la verdad. Cuando mi hija vio Frozen me preguntó donde estaban los padres y le dije que estaban muertos; la gente se muere. Todo eso es lo que me aporta en mi vida personal.

En la sociedad se vive muy de espaldas a la muerte y usted lo ve cada día.
—Cuando le hablo a mi marido del seguro de vida, de defunción o del testamento le parece una barbaridad, pero yo tengo que explicarle que no es así, es una realidad. Estas cosas sí te marcan en tu trabajo o comentarles a mis compañeros que a mí no me hagan determinada técnicas; si ven que me estoy muriendo, que me dejen tranquila, que ha llegado mi momento y no se encarnicen conmigo. Todas esas cosas las aprendes en tu trabajo.

Llama la atención su carácter vivaracho y sonriente.
—Siempre me lo dicen. A lo mejor la vida me ha puesto aquí por eso, porque era así desde pequeña. Es importante en este trabajo; tienes esa parte de estar triste e incluso de llorar, pero también esa más amable.

¿Cómo afronta la muerte cuando es alguien cercano como un familiar?
—He tenido una vida en ese aspecto bastante normativo, como le llamamos. Cuando te fallece un padre muy joven no es normativo pero sí con un abuelo con 80 años. Mi primer fallecimiento en casa fue mi abuelo. Había acabado la carrera y tenía 22 años. A veces hablando estas cosas me he dado cuenta que mi abuelo quería estar conmigo y falleció estando sola con él. Estuvo un mes ingresado y estuve acompañándole, le hablaba de la muerte y el de lo que deseaba. Se me daba bien, el karma.

¿Le gustaría dedicarse a otra faceta?
—Si, cada día.

Pues cualquiera lo diría.
—He tenido muchos cambios. Los psicólogos tenemos el problema de que muchas veces no elegimos nuestra especialidad, nos lleva la vida, hay pocas salidas profesionales, no existen especialidades. Espero quedarme aquí muchos años, pero no lo sabes. Si esto acaba, volveré a mis orígenes, a la terapia de pareja, a la sexología. No sé, no depende tanto de nosotros. Se te van abriendo y cerrando puertas y te vas adaptando. Me gustaría quedarme aquí y creo que he tenido una buena formación en estos últimos años; me lo he currado.

¿Si no hubiera sido psicólogo?
—No, jamás. Con 12 años les dije a mis padres que quería estudiar y no me bajé del burro.