Tras la fiesta de la Inmaculada Concepción, que ayer celebramos, casi dejamos atrás el puente de la Constitución y embocamos las fiestas de Navidad que concluirán pasado Reyes, el día 8 de enero. Esta época se caracteriza por una tendencia a hacer balance de lo ocurrido durante todo el año que pronto terminará, mezclado con los mejores deseos para nuestro prójimo de cara al futuro. Es lo que se conoce como el espíritu de la Navidad. Así se explica que el pasado jueves, cuando se conmemoró el 40º aniversario del referéndum de la Constitución, casi todo el mundo rememorase los innegables y relevantes aspectos positivos que la Carta Magna de 1978 trajo a la sociedad española. Otros pocos destacan lo que no ha sido tan positivo, o más bien lo que no se ha acabado de solucionar o que no se cumple como sería deseable.
En todo caso, siempre surge por estas fechas un buenismo general con los consabidos y reiterados deseos de felicidad, incluyendo la reforma de la Constitución, de la que llevamos hablando más de 15 años, que parece ser ahora más conveniente y necesaria que nunca, aunque pocos dicen para qué o para quién. Tampoco se dice qué es lo que se quiere reformar. Se repite mucho -y yo concuerdo- que la Constitución no es algo inamovible ni perenne, que no hay que tener miedo a modificarla. Pero nadie pone sobre la mesa a dónde se quiere llegar.
Cambios. El PSOE y Podemos quieren garantizar más y mejor los derechos sociales en la Constitución, pero eso pasará por admitir que ya lo están, aunque no como ellos quisieran. Los nacionalistas quieren que se contemple el derecho a la autodeterminación, que no contempla ninguna constitución del mundo porque eso supone un suicidio que no es sensato contemplar. Hay quien plantea el espinoso asunto de la forma política del Estado, de forma que se consulte a los ciudadanos si España deja de ser una monarquía parlamentaria para convertirse en una república. Desde luego está el tema de la sucesión de la Jefatura del Estado y la prevalencia del hombre sobre la mujer, algo que hoy en día no tiene ningún sentido y debe ser superado.
Todos estos aspectos y muchos más centran el debate, pero nada se dice acerca de si una modificación sustancial de la Carta Magna es viable en la actualidad, a la vista de la coyuntura política. Y es que aquí está el fenomenal engaño que se está perpetrando a toda la sociedad española, porque no hay hoy en día ni capacidad y voluntad de lograr el mínimo entendimiento para afrontar el cambio que se dice desear tan ardorosamente.
Consenso. Se pretende hacer creer que se puede abrir el melón de la Constitución cuando no se es capaz ni de aprobar unos presupuestos generales para 2019. Un proceso así debería ser liderado por un Gobierno fuerte, sólido y estable. ¿Alguien lo ve por algún lado? Yo no.
Si el proceso constituyente que culminó en 1978 es alabado en muchos países del mundo es porque en él primó el ánimo de superar la dictadura franquista a través de la concordia y la unión entre españoles. ¿Alguien ve este ánimo ahora? Yo no.
El gran logro de la Constitución de 1978 es que no es un texto de un partido político, ni de las derechas o de las izquierdas, como habían sido las anteriores (de ahí que durasen tan poco), sino de todos. ¿Alguien percibe ahora que los que proponen modificarla no lo hagan para convertirla exclusivamente en suya, laminando al contrario? Yo no.
Por último, ¿aceptarían los republicanos la victoria de los monárquicos, o viceversa? Ante un eventual resultado de un referéndum, si por poner un ejemplo, la república no obtuviese la victoria, ¿apoyarían la reforma los partidarios de la república como sí hizo el PCE en 1978? Lo dudo mucho.
Así las cosas, la reforma constitucional es inviable de toda inviabilidad. ¿Ustedes imaginan a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera, Quim Torra, Íñigo Urkullu, etc. firmando un nuevo pacto constitucional? Yo no.
Los deseos de cambios en la Carta Magna son como desearnos salud, paz y felicidad por Navidad. Y la cura del cáncer, ya que estamos.
Inmigración irregular. En tres días han llegado a Ibiza más inmigrantes irregulares en cinco pateras que las arribadas en los diez años anteriores. Tan brutal ha sido la avalancha que ha desbordado los servicios policiales, legales, judiciales y de inmigración. De este modo, 18 de los más de 50 recién llegados han de ser puestos en libertad por falta de capacidad de los centros de internamiento de la península, ya de por sí desbordados.
El fenómeno de la inmigración es de tal magnitud que pensar que no tiene consecuencias políticas, una de las más recientes y visuales es el auge de Vox, es puro autismo. Pero es muy lamentable que se aproveche la llegada de inmigrantes para acusarles de constituir un peligro para la seguridad o la salud. Así, sin pruebas, sin datos. Para hacer política no es preciso criminalizar a nadie ni atemorizar a los ciudadanos.
Feliz domingo.
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