Por suerte, las cosas están empezando a cambiar y, cada vez más, se empiezan a tocar estos temas en la escuela.
Pero, a los que crecimos sin este conocimiento, nos ocurre a menudo que nuestras emociones nos complican muchísimo la vida, porque no sabemos qué hacer cuando una emoción nos embarga y nos desborda.
Para empezar, decir que prefiero llamar emoción difícil a ese tipo de emoción que nos hace sentir mal, las tradicionalmente llamadas emociones negativas.
En mi opinión, ninguna emoción es negativa, porque todas cumplen una función adaptativa importante y contribuyen a que podamos adaptarnos a nuestro medio de la mejor forma posible.
Surgieron para salvarnos la vida y, por ese motivo, tienen muchísima importancia.
Sin embargo, a menudo, nos sentimos desbordados y sufrimos mucho por ellas. Emociones como el miedo, la rabia o la tristeza, por ejemplo, son complicadas de manejar y, frente a ellas, podemos llegar a sufrir mucho.
Por este motivo, me gustaría compartir una serie de pasos que nos pueden ayudar a gestionarlas mejor, y a que no nos superen y nos paralicen.
Se basan en dos premisas importantes:
Si no queremos sentir lo que sentimos y lo rechazamos, esa emoción se hará aún más fuerte y será cada vez más difícil de manejar.
Necesitamos darnos cuenta de lo que sentimos y focalizar nuestra atención en ello, pues esa es la única manera posible de poder hacer algo después. Si desviamos nuestra atención, no podremos gestionar nada.
Dicho esto, vamos con los pasos para aprender a manejar nuestras emociones difíciles:
1. Pararnos, detenernos. Cuando estemos sintiendo una emoción que nos sobrepasa, el primer paso más importante, y quizás también el más difícil, es detenernos y no dejarnos llevar por lo que estamos sintiendo.
Al principio, eso nos puede costar mucho, pues a menudo funcionamos de forma automática y para cuando queremos darnos cuenta ya es tarde y ya hemos hecho o dicho algo de lo que después nos arrepentimos. Pero, con un poco de práctica, poco a poco, veremos como se puede conseguir.
2. Calmarnos, tranquilizarnos. La forma más rápida y efectiva es realizando unas respiraciones profundas, muy lentamente y, a poder ser, inspirando y espirando por la nariz. Haciéndolo así es mucho más fácil serenarnos y no dejarnos llevar por nuestra emoción.
3. Darnos cuenta de lo que estamos sintiendo. Tomar conciencia. Se trataría de observar con todo lujo de detalle qué estamos sintiendo exactamente, cómo lo sentimos, cómo está afectando a nuestro cuerpo, en qué zona lo sentimos más.
También podemos observar qué es exactamente lo que ha desencadenado esa emoción. Después, podemos identificar nuestra emoción y darle un nombre. De esta forma, pierde fuerza. ¿Qué es lo que estamos sintiendo exactamente? ¿Qué nos diría esa emoción si pudiera hablar? ¿Qué expresaría? ¿Qué nos impulsa a hacer? Toda esta información nos puede ayudar mucho a la hora de conseguir nuestro equilibrio emocional.
4. Aceptar y permitir nuestra emoción. Como he explicado antes, lo que resiste, persiste. Si le damos un espacio a nuestra emoción y nos permitimos sentirla plenamente, seguramente, bajará de intensidad y después nos sentiremos mucho mejor. En lugar de huir de ella, dejar que nos embargue.
5. Darnos cariño. Tratarnos con amabilidad y gentileza de la misma manera que haríamos con un ser querido que estuviera sufriendo. Pero no para no sufrir sino porque estamos sufriendo.
El objetivo no es dejar de sufrir sino darnos cariño porque sufrimos y aceptar que, en algún momento, nuestro sufrimiento se irá. Se trata de apelar a esa parte amable y compasiva que todos tenemos, esa que nos surge espontáneamente con nuestros seres queridos y dirigirla hacia nosotros mismos.
Si no nos sentimos capaces de hacerlo, quizás, podemos traer el recuerdo de alguien que represente ese cariño y cuidado hacia nosotros. Quizás nuestra madre o un buen amigo o amiga.
6. Dejar ir nuestra emoción. Cuando nuestra emoción haya perdido fuerza, podemos empezar a desidentificarnos de ella y liberarla.
No somos nuestra emoción, sólo la hemos albergado por un tiempo. Si no nos implicamos en el círculo vicioso de alimentarla con nuestro pensamiento tenderá a menguar y, en algún momento, desaparecerá. Se trata de dejar que siga su curso natural y que se vaya cuando sea el momento.
7. Actuar o no, según las circunstancias. Una vez que hemos transitado por todos los pasos anteriores, será mucho más sencillo para nosotros dar una respuesta adecuada desde la serenidad y la calma, si es lo que decidimos hacer. O también podemos ver que, quizás, es mejor para nosotros no dar ningún tipo de respuesta.
En lugar de reaccionar de forma automática y actuar con precipitación permitirnos el tiempo necesario, manteniéndonos presentes para decidir con serenidad.
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