Sandra tiene 27 años. Es la última okupa que queda en la cárcel vieja de Palma, un recinto que se encuentra en estado de degradación y abandono, como ya denunció este periódico el pasado mes de marzo. La joven dejó su Eivissa natal para estar cerca de su marido y poder visitarle en la prisión vecina, donde cumple condena, o estar con él cuando tiene permiso. Madre de dos hijos de 9 y 10 años, habita sola una de las antiguas viviendas de los funcionarios de instituciones penitenciarias. Los niños viven con su familia en Eivissa, a la espera de que ella regrese después de más de cinco meses de ausencia.
«Cuando llegué aquí, en junio de este año, el edificio estaba lleno de gente, sobre todo de personas que se drogan y de las que no te puedes fiar», nos explicaba esta joven menuda pero enérgica mientras nos enseñaba todas las dependencias del antiguo penal. Antes de entrar en cualquier habitación o abordar un nuevo pasillo, Sandra gritaba para detectar si había alguien que pudiera representar un peligro.
Ayuda
«Sólo pido vivir un poco mejor, que alguien me ayude. Nunca he estado peor. Es una situación límite. Desde hace tres meses estoy con un psiquiatra y me encuentro algo más animada, con más fuerzas, porque he tenido depresión y lo he pasado muy mal. Sigo en el hoyo pero saldré de él», relataba entre las antiguas celdas. «El jueves tenía una cita con los servicios sociales para poder recibir algún tipo de ayuda, pero como llegué cinco minutos tarde no me quisieron atender y me dieron hora para dentro de un mes y pico», explicaba, desesperada.
«Yo no bebo, no me drogo; no tomo absolutamente nada, sólo fumo tabaco. Si ahora viniera alguien y me dijera ‘mea en este tubo y si das negativo te damos un apartamento', me tiraba de cabeza. Es lo único que pido: un lugar decente, sencillito, con una cama y una ducha. Con un estudio me conformaría totalmente», confiesa Sandra.
«Lo único que tengo de valor en la casa es el móvil y lo llevo siempre encima. Hace unos días me reventaron la cerradura y he tenido que poner un candado para poder cerrar la puerta. Estoy expuesta a que un loco entre y me pueda matar, o yo qué sé. Soy muy pacífica, nunca hago nada malo a nadie, pero si me tengo que defender me defiendo», nos contaba, preocupada.
Abandono
Sandra se quejaba también de que los bomberos utilizan frecuentemente las dependencias carcelarias para realizar maniobras y prácticas, y entonces llenan de humo todo el recinto. También comentaba que hace meses el interior de la cárcel era frecuentado por grupos de jóvenes que realizaban botellón y pintaban las paredes y muros, pero eso ya no es así. Se han marchado.
En nuestra conversación, la okupa no se olvidó de la clase política. «Es una vergüenza: se gastan millones en construir muchos edificios nuevos y tienen espacios como este en los que se podrían hacer viviendas sociales. Los dejan pudrir hasta que no sirvan para nada».
«Todo el mundo me dice lo mismo: que vaya a Ca l'Ardiaca o a Sa Plaçeta (dos centros especializados en ayudar a personas en riesgo de exclusión) pero es que yo no me fío -explicaba Sandra-. Sé lo que es. Ahí, a la mínima que te despistas, te quitan el bolso».
A pesar de estar viviendo una situación extremadamente delicada, Sandra se resiste a resignarse. «Es lo que hay. Le tengo que echar ovarios y punto».
«Estoy en el hoyo pero saldré de él»
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