El tema que traigo esta semana me parece de vital importancia para nuestro bienestar.
Como ya comentaba en días anteriores, nuestro evolucionado cerebro humano tiene unas capacidades únicas que nos hace diferentes al resto de las especies.
Por ejemplo, tenemos la capacidad de evocar y recordar el pasado, de manera que podemos traerlo a nuestra memoria y revivirlo, como si estuviera sucediendo todo de nuevo en este momento.
Por otra parte, también podemos imaginar el futuro y, aunque en realidad lo desconocemos, sí podemos, en cierta forma, ‘verlo' o visualizarlo, como si también estuviera sucediendo ahora.
Pero, eso que puede resultar tan maravilloso, también encierra una trampa que nos puede hacer muy infelices.
No hay ningún problema en decidir adentrarnos en nuestros recuerdos y en disfrutar reviviendo momentos felices de nuestra vida.
Tampoco es algo negativo decidir imaginar o visualizar un hipotético futuro, con el propósito de trabajar por conseguir nuestras metas y objetivos, o de planificar algo importante para nosotros.
El gran problema viene cuando, sin darnos cuenta, estamos permanentemente en el pasado, o en el futuro y nos escapamos de vivir en el único momento que realmente existe: el momento presente. Es decir, el problema está en no hacerlo de manera intencionada y consciente, sino en que nuestra mente se escape continuamente allí, sin que nos demos cuenta y que no seamos conscientes de ello.
Si pasamos la mayor parte de nuestro tiempo pensando en el pasado, lo más probable es que tengamos propensión a la nostalgia, o incluso a la tristeza.
Estar permanentemente sufriendo por algo que pasó y que no podemos cambiar puede llegar a hacernos muy infelices, si no somos capaces de aceptar que las cosas fueron como fueron, y que ahora ya no son igual.
Frente a una ruptura amorosa, la pérdida de un ser querido, o de un trabajo importante para nosotros, o de nuestra salud, frente a algún otro tipo de circunstancia que nos haya resultado dolorosa y dura de sobrellevar, es normal sentir dolor y pasar un tiempo más o menos largo pasándolo mal. Ha habido un cambio importante en nuestras vidas que ha supuesto un duro golpe y eso es normal que duela mucho.
Pero, frente a ese dolor primario ‘normal' e inevitable, está el llamado ‘dolor secundario' o evitable, que es el sufrimiento que sentimos por no poder aceptar lo que ha sucedido y por quedarnos anclados a ese duro momento, resistiéndonos a que fuera como fue y queriendo que nunca hubiera ocurrido, o que hubiera sido de otra manera.
Cuando una experiencia bonita y feliz termina, no queremos que sea así, y quedamos anclados en ese recuerdo, sin poder seguir adelante, porque querríamos que siguiera siendo igual siempre.
Ese estar permanentemente en el pasado queriendo que las cosas hubieran sido de otra manera o que hubieran seguido siendo igual, nos puede llevar a sufrir tanto, que puede llegar a afectar a nuestro ánimo y llevarnos a estados depresivos.
En la parte contraria está vivir permanentemente en el futuro, pensando continuamente en todo lo que pasará, en todo lo que tenemos que hacer y en todas las posibles consecuencias de nuestros actos.
Sufrir por cosas que aún no han pasado y que, además, no sabemos cómo serán, y estar permanentemente preocupados por lo que pasará, hace que se eleve mucho nuestro estrés. También es lo que está detrás del miedo, cuando imaginamos todas las cosas terribles que sobrevendrán como consecuencia de algo que ni siquiera ha ocurrido.
Esta situación de estar siempre preocupados por el futuro, si se agrava, puede llevarnos a sufrir trastornos de ansiedad.
Lo cierto que, el único momento que realmente existe y sobre el que tenemos algún control es este momento presente. Y solo viviendo en este momento y centrando nuestra atención en el ahora, en lo que estamos pensando y sintiendo en este momento, es cuando realmente podemos saborear y disfrutar lo positivo, o afrontar y superar lo negativo.
Es muy común en nuestra competitiva sociedad estar continuamente en ‘modo hacer' atendiendo a mil frentes a la vez y llevando mil cosas en la mente que nos agotan y dispersan nuestra atención. Pero, solo cuando estamos aquí y ahora es cuando podemos realmente estar, y dejar el ‘modo hacer' para pasar al ‘modo ser'.
Aprender a darnos cuenta de cuándo nuestra mente se ha ido al pasado o al futuro involuntariamente, para así poderla traer de vuelta, es un sano ejercicio que nos puede llegar a proporcionar mucha calma y mucha paz, además de permitirnos vivir y disfrutar más de nuestra vida.
Liberaremos a nuestra atención de muchísimos estímulos innecesarios que solo nos estresan y nos angustian. Aprenderemos a aceptar lo que es y, sin duda, seremos mucho más felices.
¿Y tu mente dónde está ahora?
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