La cala de Benirràs colgó ayer el cartel de ‘completo' a partir de las 18 horas en el primer domingo con restricciones al tráfico que transcurrió con normalidad pese a la celebración de la multitudinaria fiesta de los tambores.

Las nubes y la fina lluvia que cayó en varios momentos del día y el hecho de que estemos todavía en junio favorecieron que no se formaran grandes colapsos a la entrada a la cala. A las cinco de la tarde, el aparcamiento que hay en un solar junto a la playa estaba al 80 por ciento, por lo que las tres barreras que vigilan los accesos no se cerraron hasta una hora más tarde.

El dispositivo especial que se montará los domingos está compuesto por dos patrullas de la Policía Local, dos de la Guardia Civil, además de un grupo de informadores en la carretera y en los aparcamientos que explican a los conductores las restricciones al tráfico.

Paco Escandell, de la Asociación de Vecinos de Benirràs, comentó que la jornada estaba transcurriendo sin problemas aunque reconoció que el dispositivo «todavía no está al cien por cien», especialmente por la falta de señales. No obstante, señalaba satisfecho la ausencia de vehículos en uno de los lados de la carretera, donde antes aparcaban hasta dos kilómetros de coches encima de la acera pese a la prohibición que marcaba la línea amarilla pintada sobre el asfalto. «Antes no podía pasar ni una ambulancia», recordó.

Las barreras de acceso estarán abiertas hasta que el aparcamiento está completo y, a partir de ese momento, se indicará a los conductores que tienen que dar la vuelta y aparcar de forma gratuita en el solar habilitado a 600 metros de Can Curuné, desde donde sale cada 30 minutos un autobús lanzadera que sube y baja a los visitantes del aparcamiento a pie de playa y viceversa hasta la medianoche. Además, hay dos nuevas líneas de autobuses que van a Benirràs desde Vila y Sant Antoni.
Manuel Núñez, conductor de uno de los autobuses que hacen este trayecto desde Vila, se mostró optimista sobre

los resultados del nuevo servicio aunque reconocía que todavía «falta rodaje». «El primer día el autobús vino vacío, el segundo traje a seis personas, el sábado a 6 y hoy (por ayer domingo) he traído a 15. En Cala Salada también empezaron con problemas pero, a medida que pasaron los días, mejoró», recalcó.

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Mónica y Eva, dos turistas de Madrid, bajaban satisfechas del autobús que les había traído desde Vila atraídas por la fiesta de los tambores que no conocían. «No hemos tardado nada, unos 40 minutos, pero hemos tenido que investigar por internet para saber desde dónde salía», afirmaban.

Verónica y David, una pareja de turistas alicantinos, pisaban la arena de Benirràs mucho menos contentos porque no habían encontrado el aparcamiento disuasorio de Can Curuné por falta de señalización. «Al final lo hemos dejado donde hemos podido, a unos quince minutos caminando», explicaron. Lo malo, según contaban, es que «al llegar hemos comprobado que sí había huecos y no nos han dejado aparcar».

De hecho, eran pocos los usuarios que, a media tarde, ocupaban este aparcamiento. María, una turista gallega que se disponía a coger el autobús lanzadera, también reconocía que le había costado localizar la zona habilitada: «Nos parece que está un pelín lejos. Pensábamos que no íbamos por el camino correcto hasta que vimos a señores con chalecos reflectantes».

Benirrás pasa la prueba el primer domingo de restricciones con el objetivo, como señala Mike, responsable desde hace años del parquin, «de acabar con la mala costumbre que todos tenían de aparcar donde fuera».

LA NOTA

3.000 personas y 400 plazas de aparcamiento

La popularmente conocida como fiesta de los tambores de Benirràs reúne cada domingo de verano unas tres mil personas de media. Sin embargo, el aparcamiento oficialmente habilitado para dejar los coches solo tiene 400 plazas. El resultado de esta ecuación, imposible de resolver, era una carretera de acceso convertida en un embudo y tremendamente peligrosa para emergencias como la ocurrida durante el gran incendio forestal que quemó parte de la cala en 2010 y que obligó a evacuar a parte de los bañistas por mar ante la imposibilidad de salir de una cala convertida en una ratonera.