La última vez que las campanas de la catedral ibicenca voltearon fue antes de la Guerra Civil. A partir de ese momento, dejaron de hacerlo y los toques se empezaron a hacer solo con el badajo hasta que, en la década de los 70, las campanas se electrificaron. Desde entonces, se mueven dirigidas por un ordenador tan sensible a los rayos de las tormentas que está estropeado por las últimas lluvias.
El campanero Eliseu Martínez se refiere al «lenguaje de las campanas» para explicar las diferencias de los toques en cada zona. «Igual que el catalán se habla de manera diferente en cada lugar, los toques también cambian», señaló ayer minutos antes de empezar el concierto.
El sonido de las campanas, tal y como recordó el canónigo archivero de la catedral, Francesc Xavier Torres, «marcaba antiguamente el ritmo de la vida litúrgica y cotidiana» en las Pitiusas en unos años en que no había relojes y donde había tan poca contaminación acústica que el repicar de las campanas se oía a larga distancia hasta el punto de que, en un día de poco viento, las campanas de la catedral se oían hasta en Sant Rafel. «Cuando las mujeres escuchaban el avemaría a las 12 del mediodía sabían que era la hora de poner la olla en el fuego y en el momento en que oían el toc d'ànimes al atardecer, los jóvenes regresaban a casa», explicó.
Para el canónigo, los campanarios son instrumentos musicales que no solo hay que conservarlos sino darles también vida como patrimonio inmaterial. Y, aunque tocar estos instrumentos no requiere estar en buena forma pese a los mil kilos de peso de la campana más grande de la catedral, el secreto está en «leer las partituras, escuchar pero sobre todo tocar y practicar mucho», dice Eliseu Martínez, nieto y sobrino de campanero, que ejerce de profesor en Santa Eulària.
Su compañero Mauro Llop explica que un buen campanero tiene que saber «cuándo tirar y cuando parar para que la campana haga todo el volteo» y, sobre todo, vigilar que la cuerda con la que se voltea la campana esté lejos de los pies para que no se enrede.
En la Comunidad Valenciana, hay en la actualidad una treintena de grupos de campaneros y la intención es implantar la tradición en las Pitiusas para que las campanas de la catedral, las únicas de la isla que dan vueltas, sigan hablando y expresándose en su lenguaje.
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