«Fue por un amigo americano que tenía una novia sevillana que su padre vivía en Ibiza. Vine con él y me fui quedando». Así empezó la vida en la isla de este pintor toledano que estudió ingeniería en Telecomunicaciones en Madrid, y «como España era en blanco y negro y yo quería ser pintor, me fui a París con 22 años».
Gente de todo el mundo
Cuando Villanueva llegó se instaló en Santa Eulària, alquiló una casa en la carretera de Cala Llonga y allí pasó su primera etapa. En aquellos días, «la isla estaba llena de ingleses, americanos, canadienses, suecos, franceses, belgas y alemanes, quienes colonizaron la isla de otra manera». Piensa el artista que los ingleses y americanos tenían más tradición de viajeros y no tomaban posesión de los sitios. «Sin embargo los alemanes sí que tomaban posesión con salchicherías y panaderías».
Ese fue uno de los grandes cambios para el artista. «Había muy buena relación entre hippies y pageses que hasta intercambiaban los nombres de sus hijas. Pero claro, llegaron los otros a pagar más por las casas y echaron a los hippies. Hubo una historia con una revuelta contra los peluts en Sant Carles por este asunto. Pero antes había una armonía fantástica, había grupos de personas muy válidas que eran capaces de organizar teatro y hacer cosas fantásticas».
En cuanto al arte, Santa Eulària tenía la galería El Mensajero donde Villanueva exponía. «Y yo me acuerdo de ir a la galería Ivan Spencer, en Dalt Vila. Allí en cada inauguración había una jam session, donde cada uno tocaba un instrumento durante al menos una hora y aquello era un auténtico desastre porque nadie era bueno tocando. Pero al menos 5 segundos eran maravillosos y todo merecía la pena por aquellos 5 segundos», revive el artista entre risas al comentar que «allí acudían los pintores, las mujeres de los pintores, los hijos, y había un ambiente fantástico».
Pero esto ha cambiado tanto, señala resignado Antonio Villanueva, «que el otro día fui a la exposición de unos amigos míos y, ¿sabes cuánta gente asistió a la inauguración? Pues yo solo. Sin embargo cuando el Museo de Arte Contemporáneo (MACE) hizo la fiesta Loewe estaba lleno, pero era por la fiesta de la marca. Antes era otra cosa y había más cultura de verdad porque la gente que venía aquí era gente muy culta, eran artistas, gente que hacía cosas. No tiene nada que ver con lo de ahora».
El circo azul
Una de las anécdotas que Antonio Villanueva recuerda con más cariño de aquellos días es la relacionada con El Circo Azul. «Fue una cosa maravillosa». Comenzó un día de lluvia que Villanueva estaba haciendo autostop. «Entonces me paró un tío que nada más subirrme al coche empezó a soltar tacos y a maldecir porque aseguraba que no le daban crédito y no podía salir de la isla. Por lo visto, había venido a la Ibiza con su circo, le había hecho muy mal tiempo y no tenía dinero ni para dar de comer a los animales, ni para volver a Valencia, ni para nada. Estaba desesperado.» El pintor recuerda que le dijo que le diera algo de tiempo para intentar contactar con los artistas que conocía, montar un espectáculo y tratar de llenarlo para que consiguiera dinero y pudiera volver.
«Al principio me miró muy desconfiado y finalmente me dijo: ‘Haz lo que quieras'. Entonces me fui a Sandy's Bar de Santa Eulària, que era el centro de reunión, les conté el rollo a los artistas y empezaron a interesarse». El artista recuerda que ese mismo día los pintores comenzaron a hacer pósters. «El cómico inglés Terry Thomas, que era una estrella, también participó e hizo el último número de payaso. Cantaron Nina y Frederik y montones de gente, de bailarinas. Y se llenó, no había manera de entrar en el circo. Fue un día en la vida», resume Antonio Villanueva.
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