«Mi apellido es Bayer, como las aspirinas», Mercedes lo puntualiza así para que sepamos escribirlo bien. Sin embargo, lo que resulta curioso es que no es pura coincidencia que se apellide Bayer ya que, según nos cuenta, «son familia muy lejana».
De esta manera, esta cántabra de 75 años es una de las descendientes de la familia Bayer, empresa químico-farmacéutica fundada en Alemania por Friedrich Bayer.
«Yo no conocí a los abuelos ni nada pero mi padre me lo contaba. Vino un alemán a España, se casó, tuvo descendencia y ahí se pierde el apellido Bayer porque ninguno tuvimos niños, todas fueron niñas».
Eso es lo que Mercedes alcanza a rememorar de su pasado. Como dice, ella también fue madre de una única hija poco después de haberse casado a los 19 años. «En el campo no teníamos mucho más, nos casábamos muy jóvenes, la verdad es que corrimos bastante», se refiere a un noviazgo que empezó con 16 y que tres años más tarde acabó en boda, «aunque ya hemos celebrado las de oro, llevamos casados 56».
Fruto de ese matrimonio nació su hija, que ahora tiene 55 años, que a su vez tuvo otra niña que ya ha convertido a Mercedes en bisabuela del primer varón, en cuatro generaciones. «Fue gracias a mi hija el venirnos a la isla, porque ella se casó y vino a vivir aquí; tras jubilarnos tanto mi marido como yo, nos animó a que nos trasladásemos», una decisión de la que ninguno se arrepiente, «si lo sé me hubiera venido antes».
10 años llevan ya viviendo aquí y no deja de manifestar su alegría durante toda la entrevista, «estamos más contentos... como si hubiéramos estado toda la vida. Nunca pensamos que nos gustaría tanto, de hecho, al principio no vendimos el piso de Santander por si acaso teníamos que regresar, pero enseguida nos sentimos muy cómodos».
Tanto que hace poco fueron a Cantabria unos días y, aunque lo pasaron bien, estaban «deseando volver por los amigos y la familia, que somos poco pero bien reunidos».
Muchos jubilados eligen como destino para retirarse las islas, este fue el caso de Mercedes al jubilarse con 65 años, tras más de tres décadas trabajando en la consulta de un traumatólogo en Santander. «Estuve muchos años, empecé porque conocía a su mujer, que era mi amiga y también le ayudaba». Cuenta que su labor consistía en hacer historiales, archivar radiografías, dar citas... haciendo las labores de secretaria.
Además, su marido tuvo un accidente y quedó ciego de un ojo, perdiendo prácticamente la visión del otro, por lo que no vieron mejor momento para cambiar de aires. «Aquí enseguida vinimos al Llar y nos hicimos voluntarios, porque además a mí me sirve como terapia, me viene muy bien», tras esta declaración nos aclara que al año de estar residiendo en Eivissa le diagnosticaron un tumor en el cerebro del que fue operada. Sin embargo, era tan grande que le dejó secuelas y tras la operación tuvo que volver a aprender a hablar.
«Lo pasé muy mal porque me quedé sin habla dos años y tuve que aprender de nuevo con la ayuda de una logopeda estupenda de Can Misses que me ayudó muchísimo». Un duro proceso de rehabilitación en el que trabajó duro, día y noche, para recuperarse hasta que le dieron el alta. «Cuando fui capaz de decir ‘el cielo está enladrillado...' me dio el alta porque me dijo que ‘no podía enseñarme más', pero me costó muchísimo... hasta en la cama trataba de hablar».
De ahí, que el médico le haya aconsejado que continúe trabajando y que no deje dormirse al cerebro. Por suerte, gracias a su constancia diaria pudo superarlo y, aunque ya han pasado más de 9 años, no ha vuelto a desarrollarse, a pesar de las probabilidades que había. Por eso, Mercedes cree ciegamente en que cada uno tiene escrita su historia desde que nace. «Gracias a Dios, puedo contarlo. Nunca creí que vería a mis bisnietos y ya tenemos uno de dos años, yo pienso que desde que nacemos tenemos un destino».
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