Empezó a trabajar en la fábrica de calcetines de Can Ventosa a los 15 años. En una época en que casi toda la población, especialmente las mujeres, eran analfabetas ella fue una excepción. Quizás por eso, se convirtió en la voz del resto de sus compañeras y, como sindicalista de UGT, comenzó a dar charlas a las trabajadoras sobre sus derechos.
El 13 de julio de 1936, días antes de que estallara la Guerra Civil, las empleadas de Can Ventosa se declararon en huelga con carácter indefinido y poco después Margalida Roig fue detenida y encarcelada. Dos años después fue condenada a cadena perpetua por «delito consumado de adhesión a la rebelión» e ingresada junto a otras trabajadoras en la prisión central de mujeres de Palma. Se le impuso además una multa de 4.600 pesetas que su familia no pudo pagar y fue la excusa para que les expropiaran todas sus propiedades. La madre de Margalida murió sin que le permitieran entrar a la cárcel a ver su hija, a quien tampoco le dieron permiso para asistir al entierro.
En 1943, las autoridades le conmutaron la cadena perpetua por una condena de 12 años y un día y en septiembre de ese año salió de la cárcel con la condición de no salir de su domicilio salvo para «el cumplimiento de obligaciones y deberes religiosos».
Margalida vivió desde entonces, junto a su marido y tres hijos, en un piso de la calle Santa Creu de Dalt Vila en la que dejó aparcada su vocación sindicalista y se dedicó a ser una ama de casa que se ganaba la vida cosiendo manteles. «Había que comer y seguir adelante», explica su hijo Joan Bonet, quien asegura con una extremada humildad que, a pesar de todo, nunca mostró rencor por lo que había pasado. «Ella pensaba que en la vida se tenía que pasar página», dice.
Margalida Roig fue indultada en 1946 y murió 20 años después sin vivir la muerte de Franco, la llegada de la democracia y, mucho menos, los avances sociales, en especial sobre la igualdad de sexos. Si hubiera podido, dice Joan, «habría seguido luchando por las mujeres» porque «lo llevaba en la sangre».
Su historia volvió salir a la luz en 2008 cuando Vila le dedicó una de las pocas calles del municipio que reconoce la labor de una mujer cuyo único delito fue haber nacido demasiado pronto y ser una adelantada a su tiempo.
Can Ventosa, empleo de varias generaciones de mujeres ibicencas
La fábrica de tejidos de Can Ventosa dio trabajo a diferentes generaciones de mujeres ibicencas que formaron parte destacada de la historia de la industria local y del movimiento sindical.
Destinada a la producción de medias y calcetines de hilo, abrió sus puertas en la entonces carretera de Sant Antoni (hoy avenida Ignasi Wallis) en 1925 y dio oportunidad de trabajo a muchas mujeres en una época en que el empleo era escaso.
Can Ventosa era una de las pocas fábricas que había en Eivissa y la única en la que la mano de obra era exclusivamente femenina pese a que los jefes eran siempre hombres. En temporadas de gran volumen de trabajo, había más de 150 mujeres, principalmente del Pla de Vila que ayudaron a llevar un sueldo a sus casas en tiempos de grandes dificultades al mismo tiempo que atendían a sus familias.
El Ayuntamiento de Vila ha homenajeado hace unos días al colectivo de trabajadoras de Can Ventosa dedicándoles una calle de la ciudad con motivo del Día Internacional de la Mujer que se celebra mañana.
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