—¿Cuándo empieza a trabajar con marionetas?
—Soy escultor y decorador, pero en una ocasión construí una escultura de cinco metros para una fiesta. Era tan grande que para sujetarla utilicé cuerdas y estirando de aquí y de allá empecé a fijarme en cómo se movía. Desde entonces estoy fascinado.
—El teatro de marionetas se vincula con el público infantil, pero sus personajes tienen un rostro demasiado inquietante para dirigirse a unos niños.
—Sí, es que las marionetas de por sí ya son inquietantes. Cuando animas algo inanimado tiene ese punto oscuro que se aprovecha en los shows. Yo trabajo para un público adulto aunque estoy pensando en hacer cosas para niños y estoy investigando qué es lo que quieren, voy a los mercados con mis marionetas y, de momento, se asustan.
—La idea clásica de la marioneta de guante y el marionetista tras el retablo ya está superada...Usted no se esconde.
—No, el espectador te ve pero si centras tu atención en la marioneta en dos minutos dejan de observarte. Otras veces se juega con eso, se comparte el protagonismo y a veces incluso el cuerpo.
—¿Qué diferencias establecería entre el teatro con actores y el de marionetas?
—El teatro de marionetas tiene su propio lenguaje y te da libertad para todo, es un mundo muy mágico donde todo es posible. Lo que harían los efectos especiales en el cine lo puedes hacer tú. En un monólogo gana el actor, pero en todo lo demás no. Cualquier acto sencillo de la vida se convierte en un momento épico si lo hace una marioneta. Por ejemplo, coger un vaso y beber se convierte en algo interesante.
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