José Martín asegura con una gran sonrisa que en España está un poco despistado. Algo que no es extraño para este religioso de la congregación de los Misioneros de la Consolata que, a sus 55 años, ha dedicado más de media vida a ayudar a los más desfavorecidos de Etiopía.
Por eso afirma que en este país, el segundo más poblado de Àfrica, está su corazón. No en vano, desde que llegó por primera vez «en noviembre de 1982 en plenas celebraciones del décimo aniversario de la revolución que derrocó al emperador Haile Selassie» ha pasado por momentos muy complicados.
Sin embargo Martín, que comenzó en la ciudad sureña de Shashemane, a unos 200 kilómetros de la capital Addis Abeba, logró «a base de mucho esfuerzo, de cambiar alimentos por trabajo y de poner en marcha un programa enorme en el que dimos semillas, aperos de labranza o bueyes a los habitantes para que produjeran por sus propios medios» salvar la vida de muchas personas y conseguir que otros muchos no tuvieran que acudir a los campos de refugiados.
Guerra y cambio de régimen
También vivió de cerca en 1991 la guerra civil que terminó contra todo pronóstico con el régimen comunista y alzó al poder a Meles Zenawi «tras unos meses donde todo era venganza, violencia, saqueo y destrucción sin nadie en el poder».
Entonces decidió volver a Valladolid, aunque tras tres años, Etiopía le tiraba demasiado y regresó. Tras encargarse durante un tiempo de los proyectos de la congregación decidió crear con un sacerdote diocesano una misión nueva y permanente en Ropi, un lugar muy pobre y aislado. Allí en 1998 vivió otra gran hambruna que sufrieron unos 12.500 niños y de la que sólo se enteró el resto del mundo «al ayudarnos las misioneras de la Madre Teresa de Calcuta que atrajeron hasta la zona a la CNN, la BBC e incluso La Vanguardia».
En este sentido, Martín agradece el trabajo que hicieron estos medios porque «hay un gran desconocimiento sobre la labor social de la Iglesia en estos países más pobres, como en Etiopía, donde los católicos son el 0,7% de los habitantes». Por eso, cree que «si se supiera un poco más de este trabajo la imagen de la Iglesia cambiaría mucho entre los españoles».
A ello se dedica ahora desde que en 2008 volvió a nuestro país para ejercer una labor de animación misionera que estos días le ha llevado a Eivissa donde «me he encontrado con jóvenes sensibles y receptivos a lo que les cuento».
Sin embargo en España se ha encontrado con otra crisis, muy diferente a lo de Àfrica: «Aquí la gente se ha acostumbrado a vivir bien y ahora tenemos que renunciar a cosas que antes teníamos mientras que en Etiopía no conocen nada mejor que lo que han tenido hasta ahora y por eso cualquier ayuda la agradecen mucho».
Además según este misionero «cuando pasas un tiempo en Etiopía te das cuenta que podemos prescindir de muchas cosas que nos son totalmente prescindibles y que con una simple vela y aunque sólo tengas luz eléctrica unas horas se puede ser totalmente feliz».
Por eso asegura con una gran sonrisa que... «ojalá vuelva a Etiopía lo antes posible».
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