Cuando Guillermo de Inglaterra besó en los labios a su prometida Kate Middleton convirtiéndose ya en marido y mujer, una sonora ovación atronó en uno de los salones del pub The Old Smuglers Inn de Sant Antoni.
Éste fue uno de los locales en que los ciudadanos británicos de Eivissa se unieron para ver la retransmisión de la ceremonia y que habían organizado fiestas especiales para la ocasión, como una barbacoa o menús especiales.
En este caso, al pub de Sant Antoni acudieron una cien personas de todas las edades que, entre cerveza y cerveza y desayuno con huevos y bacon, no se perdieron ni un segundo gracias a las distintas pantallas que, junto a multitud de banderitas con el retrato de los protagonistas, había instalado el equipo del dueño, Paul Munroe.
Contentos con Kate
Así, mientras el sentimiento patriótico lo invadía todo, se oían comentarios para todos los gustos, sobre todo entre las numerosas mujeres congregadas. A la mayoría de ellas no les gustó en absoluto el vestido de color amarillo que vestía la reina Isabel II, ni tampoco el de Camila Parker Bowles, al tiempo que criticaban o alababan las distintas pamelas, tocados y derivados que llevaban las invitadas.
Sin embargo, si estaban más contentas con el traje de la protagonista, e incluso alguna como Barbara, que estaba con su novio y sus padres, reía comentando que ya estaba contando el tiempo que faltaba para verlo a la venta en los grandes almacenes de Londres.
Kate Middleton fue de las que más agasajos se llevó entre la concurrencia. Incluso alguna como Gabrielle, la comparaba con la princesa Letizia por ser «una mujer que no desciende de la nobleza». Y eso, según esta ciudadana británica que lleva viviendo en la Isla doce años, «es un soplo se aire fresco y de alegría ante tantos años malos que ha vivido recientemente nuestra monarquía».
Mientras el ambiente era totalmente distinto en otro de los lugares que se llenó de ciudadanos de las islas británicas, el Sandy's Bar de Santa Eulària.
En este lugar, que había preparado un menú especial al precio de 18 euros, también el sentimiento patriótico se respiraba en todos los rincones del lugar, decorado para la ocasión con banderitas y recuerdo de la ceremonia.
Sin embargo, ésta se siguió de manera mucho más tranquila y en lugar de cervezas, los congregados tomaban te y café y charlaban de forma más relajada sobre lo que iban viendo en la televisión. Eso sí, la mayoría iba ataviado con unos sombreros con flores y la bandera de su país preparados especialmente para este día. Y es que como aseguraba Sophie, con una taza de te en la mano, «hoy es un día para sentirse orgulloso de ser inglés».
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