Carmen Fano Pereda (Bilbao, 1948) Vivió muchos años en Santander y en la Escuela de Caminos, recién inaugurada, conoció a un ibicenco. En la época hippy vino de vacaciones a la isla con una amiga donde volvió a coincidir con el ibicenco con el que comparte su vida desde entonces. Madre de tres hijos, es una apasionada del mundo de la infancia y desde Unicef desarrolla esta faceta de su vida. Su labor solidaria empezó como voluntaria de Cruz Roja. Desde 1995 lleva como presidenta del comité local de Eivissa y Formentera de Unicef.

-¿Cómo empezó a colaborar con Unicef?

-Una persona muy querida por nosotros, María Angeles Viñets, llevaba Unicef, pensó en un grupo de amigos para que nos hiciéramos cargo. Todos nos comprometimos y en plan de amigos empezamos la junta. Eladio Merino fue el primer presidente y yo fui vicepresidenta pero luego me cambió el papel.

-¿Cuál ha sido la mayor satisfacción que se ha llevado al frente de Unicef?

-Muchas, como por ejemplo, que con la recaudación obtenida, que nosotros pensamos que es muy poco, pero luego nos dicen que con ese dinero se han hecho dos o tres escuelas en Africa. Te quedas muy contenta.

-¿Son generosos los ibicencos?

-Los ibicencos son generosos, sobre todo, cuando hay grandes catástrofes en las que la televisión nos machaca con imágenes y entonces abrimos cuentas. Lo que pasa es que hay muchas ONGs. Cuando yo empecé eramos ocho y ahora han salido muchas más. Quizás falta que se preocupen un poco más por todos los niños del mundo. Los niños de Eivissa, puede haber algún caso excepcional, están muy bien pero del niño africano o asiático que recorre kilómetros para llevar agua e ir a la escuela a veces no se acuerdan tanto.

-¿Ha viajado a los países a los que se ha ayudado?

-He hecho todo lo que he podido desde aquí y he tenido oportunidad de ir a muchos países pero en esos momentos tenía que preocuparme de mis hijos, de sus estudios y de mi nieto. Ahora, si dios quiere, creo que voy a ir. Ahí si disfrutaré, aunque vendré echa polvo porque ves la realidad cruel y la sensibilidad ataca.

-¿Envía postales de Unicef por Navidad?

-Sí, por supuesto.

-¿Son las mejores?

-Son las verdaderas. La postal de Navidad de Unicef fue la primera que se hizo a nivel de ONG. En la II Guerra Mundial se formó un grupo para ayudar a niños de una zona de Checoslovaquia y una niña hizo un dibujo de unos niños jugando con una paloma de la paz que mandó como tarjeta para agradecer la ayuda recibida. Fue un proceso muy largo y de ahí surgió el fondo para las Naciones Unidas de Unicef con el que defendemos los derechos de los niños. Las tarjetas salieron de ahí. Tenemos fabrica propia, no hay intermediarios ni multinacionales. El beneficio íntegro de la tarjeta es para los programas de Unicef, no como otras que las hacen otras multinacionales.

-Da la impresión de que tras la proliferación de las tarjetas hay mucho marketing.

-Por supuesto hay mucho marketing. Hay ONGs que pagan millones por hacerse anuncios en la televisión.

-Han pasado 20 años de la aprobación de la convención de los Derechos del Niño, ¿se respetan los derechos del niño dos décadas después?

-No. Todos los niños nacieron amparados por estos derechos. Les ha favorecido mucho pero el seguimiento de esos derechos es nuestro trabajo. Naciones Unidas nos ha dado el mandato de defender a capa y espada los derechos del niño. Hay muchos países que no cumplen los derechos.

-¿Niños soldados o esclavas sexuales?

-Los niños soldados hacen las dos cosas. Estos niños los preparan para batallar y son sirvientes de los militares, que les limpian los zapatos, las armas y se ha descubierto que sexualmente abusan de ellos. Si la convención se siguiera a rajatabla y si en todos estos países se consiguiera que se respetaran los derechos, cambiaría un poco el mundo.

-¿Cuál es la situación más dramática que puede vivir un niño?

-La soledad y la falta de amor. Cuando en estos países que, por un terremoto u otro desastre natural, no tienen nadie y ves a esos niños solos y sin nadie, un beso o un abrazo a esos niños es lo principal.