Dos lanzamientos detenidos por Iker Casillas le convirtieron en el héroe de la noche. FOTO: EFE/GEORG HOCHMUTH

Jenaro Lorente VIENA

España dio un vuelco a la historia, que le había dado la espalda desde hace décadas, al lograr, con sangre, sudor y lágrimas, el pase a las semifinales de la Eurocopa, por primera vez desde que lo hiciera en 1984 en Francia. Y lo hizo en la suerte de los penaltis, la misma que les volvió la cara en Corea 2002, Inglaterra'96 y México'86. Casillas, que paró dos de los lanzamientos desde los once metros, fue uno de los héroes. El otro, Cesc Fábregas, que anotó el disparo decisivo y dio a La «Roja» el billete a la penúltima ronda.

Comenzó España con demasiado respeto al rival, a su condición de campeón del mundo. Salieron los jugadores de Luis Aragonés con excesiva timidez al césped del Ernst Happel, aunque, como era de prever, tenían la posesión del balón. El problema es que era una propiedad infructuosa, insulsa, como los gusta a la «azzurra». Los hombres de Donadoni no querían la bola. Lo tenían muy claro. Luca Toni, el delantero del Bayern de Munich, era su gran referencia, el más buscado por sus compañeros. Para ello, Alberto Aquilani y Daniele de Rossi, los dos creadores de la Roma, se encargaron de suplir a Andrea Pirlo.

Cómoda

Italia estaba cómoda. A los transalpinos no les interesa jugar bien. Son 'resultadistas' al máximo. Esperan y desgastan al contrario con paciencia y regularidad. Y lo estaban logrando. España no se soltaba, estaba agarrotada, con el toque estéril e improductivo. Realizó Silva, no obstante, el primer tiro a puerta de los españoles, pero Buffon respondió. Poco después, Massimo Ambrosini pudo haber cometido penalti sobre David Villa, pero el germano Fandel no lo señaló y encendió a la grada rojigualda.