El nuevo colegio de s'Arabí en Santa Eulària es uno de los centros que tiene comedor.

Comer en el cole ya no es algo habitual en los tiempos que corren. Tras la implantación de la jornada intensiva hace unos años, en la mayoría de centros de Eivissa desaparecieron los comedores. Ahora parece que vuelven a estar en auge, porque las dos escuelas que se han inaugurado este año cuentan con este servicio. Se trata de la de s'Olivera en Puig den Valls y la de s'Arabí en Santa Eulària. Estos dos centros se vienen a sumar a un tercero, el de Blancadona, que reinstauró el servicio ahora hace ya casi una década y que hasta hace poco era el único centro público en el que los niños se podían quedar a comer.

Al hacer la planificación de los nuevos centros, la conselleria decidió que tuvieran servicio de comedor. Y parece que la iniciativa está teniendo una respuesta muy buena. En s'Olivera, el 85 por ciento de los niños del colegio se quedan a comer y en el de s'Arabí , aproximadamente la mitad. Estos índices son calificados por las direcciones de ambos centros como éxito total.

Vicent Marí es el cocinero que se encarga de elaborar la comida para los tres colegios junto a dos personas que le ayudan en los fogones. Tiene su base en s'Olivera, que cuenta con una cocina industrial, y a las ocho ya está en pie para hacer la compra y para elaborar los platos que los niños tendrán sobre la mesa a las 12,30 horas. La comida se traslada en recipientes especiales también hasta los colegios de s'Arabí y Blancadona.

El menú tiene que incluir mucha verdura. Una alimentación sana que ha sido supervisada por dietistas para que los niños reciban lo mejor. Y no es fácil que los más pequeños ingieran según que cosas, sobre todo verdura. «Lo paso todo por el turmix para que no vean lo que comen. Hoy por ejemplo he hecho sopa de garbanzos con verduras, pero las he triturado», explica el cocinero. Lo que más sorprende es que los niños no tienen ningún problema para comer legumbres y fruta. Vicent asegura que les gustan las judías, garbanzos y lentejas.

Luego hay cosas sorprendentes, como que a los alumnos de s'Arabí no les gusta el flan porque tiene caramelo. Un niño propuso un día que hicieran farinetes, un postre ibicenco similar a las natillas. El cocinero le hizo caso y ahora todos los niños del centro están locos por este postre que está viviendo un resurgir impensable.

Pero los cocineros no son las únicas piezas del engranaje. Tanto en s'Olivera como en s'Arabí hay una serie de monitoras que se encargan de poner la mesa, de servir los platos y de controlar a los niños mientras comen. Una tarea que no es fácil. Catiana Contell es monitora en s'Olivera y explica que lo que les cuesta menos es comer sopa. Los niños que tienen más dificultades son los más pequeñitos, los de tres años, que en algunas ocasiones todavía no saben demasiado bien cómo tienen que coger el tenedor. De hecho, algunos comen directamente con las manos. Eso sí, la mayoría hacen triquiñuelas para librarse de lo que no les gusta. Según Catiana, «algunos tiran la comida al suelo o la esconden y luego nos dicen que ya han acabado y otros hacen verdaderos 'picassos' con los espaguetis». En esto coinciden con los del colegio de s'Arabí, donde las maestras cuentan que un niño de madre marroquí y padre español intenta evitar comer lo que no le gusta diciendo que su madre no le deja, cuando en realidad lo único que le prohíbe comer su mamá es carne de cerdo. En este centro, en el de s'Arabí , han distribuido a los niños por mesas. Ha sido difícil controlar el comedor, pero ya tienen pillado el truco, porque han colocado juntos a los pequeños que necesitan más ayuda. Luego elaboran un informe mensual para que los padres sepan si están comiendo bien y cuáles son los alimentos que les gustan más.

C. Roig