E s una tarde espléndida, pero ya no es hora de estar en la playa y todavía es pronto para salir de marcha. La tarde se presenta bastante aburrida y buena forma de superar la monotonía es ir a dar una vuelta por los amarres de los yates que están en el puerto de Eivissa. Algo atractivo a la vista, igual que los escaparates de muchas de las boutiques del puerto, e inalcanzable para el bolsillo, pero verlo, de momento, resulta gratuito.
No son pocos los que a lo largo de la jornada deciden ir a caminar por los muelles para ver estas casas de lujo flotantes, que son la envidia de muchos y la posesión de pocos. Unos acuden en compañía de sus amigos, otros en pareja y muchos con la familia. Los hay que todavía llevan la ropa de la playa y otros que ya se han arreglado para ir a cenar, sin embargo, todos disfrutan de las embarcaciones y se acercan con la misma curiosidad, ver de cerca el yate y saber quien es el dueño.
Los más tímidos simulan pasar por allí como por casualidad y mientras hablan entre ellos van levantando la vista para poder admirar los barcos. Entre éstos, los más vergonzosos: hay un trío de chicas extranjeras que pasan fumando mientras hacen mueca de que no les interesa lo más mínimo. Sin embargo, cinco minutos más tarde, una de ellas vuelve sola y se para a observarlos uno por uno. Otros tienen el coche estacionado allí mismo. Llegan con mucha parsimonia, abren las puertas del automóvil y colocan todo en su interior antes de sentarse dentro. Mientras preparan y arrancan el coche, hablan entre ellos, comentan y miran el barco. Sin duda, hacen tiempo para poder ver con más detalle la nave (increíble, pero cierto).
Los hay que en su escaso disimulo se colocan la mano en la frente, imitando una visera, porque el sol les molesta. Otros cogen a sus hijos en brazos y empiezan a señalar diferentes partes del barco, para que el niño los alabe con el mismo carisma que lo hacen sus padres... Y nadie es indiferente a las millonadas flotantes que se exhiben suntuosas en los amarres más exclusivos del puerto de Eivissa. Los comentarios son variados y graciosos, la mayoría de ellos mientras los mirones posan para la típica fotografía vacacional ante el barco de sus sueños.
Mientras todo esto sucede, los marineros de los yates, perfectamente uniformados y equipados en algunos casos con los galones correspondientes, se pasean por la embarcación haciendo alarde de una posesión que no es suya, mirando a la prole por encima del hombro y respondiendo, de vez en cuando, las preguntas que los más osados se atreven a formularles, y es que hay de todo en el paseo de los yates, pero sin duda, es una buena manera de salir del hotel o de casa y pasar el rato, porque ¿quién no ha ido nunca a pasear por el embarcadero? Es una forma divertida de pasar el rato y de hacer planes por si algún día toca la lotería, primitiva o quiniela, y saber que estilo y dimensiones de embarcación se adecuan a nuestras preferencias. Ya se sabe, barco grande, ande o no ande.
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