Era una sola estancia que encerraba muchos talentos. Literas donde se desarrollaban sueños de música y melodías en forma de deseo, desde la convicción firme de Vanessa por convertirse en una concertista de prestigio, hasta la simple y sincera afición de Paula por su violín.

El III Camp Musical Sa Cala intentó concentrar anoche a través de cánones, flautas dulces barrocas, canciones populares e incluso mambos, en un concierto ofrecido en el salón parroquial de la zona a las nueve y media, las enseñanzas de varios días aprendiendo a pensar con sonidos y desenvolverse según las directrices que marcan las cinco líneas que constituyen un pentagrama. Para ello, en la estancia del campo de aprendizaje de Sant Vicent (sólo en una ocasión se ha abandonado el área para ir a nadar a la playa) crearon sus propios instrumentos en diversos talleres de manualidades, combinaron el movimiento corporal con técnicas de profesionales o recurrieron a la improvisación en diversos juegos dramáticos. Todo bajo el control de los seis monitores que allí acudieron con el fin de coordinar a los dos turnos de 24 niños de entre 7 y 10 años que fueron durante el 16 al 20 de julio y los 27 que llegaron del 22 al 26 para mayores de 11, y en los que tuvo cabida una joven valenciana que decidió incorporarse a las actividades de los chavales ibicencos en el último ciclo. El objetivo era agruparlos según los conocimientos de solfeo que cada uno poseía, aprovechando al máximo las horas de las que se disponía.

Incluso hubo tiempo también para la informática, siempre relacionada con el tema que da vida a esta tercera experiencia, con programas que utiliza la Generalitat y que utilizaron para confeccionar partituras o escuchar composiciones como «Pedro y El Lobo» a fín de comenzar a enlazar sonidos. Se compatibilizaban de este modo tres ejercicios simultáneos que abarcaban melodías, representaciones y naturaleza, aprovechando un marco como el que se disponía en las instalaciones.