Diseñar una moda sin cabeza equivale a confeccionar un estilo sin sentido. De ahí que, decorar el objeto que portamos encima de nuestros cuellos (y que algunos utilizan insensatamente para pensar) sea el paso inicial a la hora de elegir un buen conjunto.
Si el año pasado fue el «pareo», una prenda fundamental en las fechas en las que estamos, esta vez los sombreros marcarán la etapa estival. Abandonando su tradicional función protectora, hoy por hoy es un elemento que aporta mucho acerca de la personalidad de quién lo lleva: clásico, atrevido, hippy o snob. Los modelos son tantos como prototipos de personas existentes: uno para cada sujeto.
De colores chillones o más discretos, (aunque julio y agosto piden a gritos tonos fuertes), a juego con el bañador o el bikini, los gorros de punto están a la última, aunque los tradicionales de paja y ala ancha continúan viéndose en terrazas y chiringuitos. Los de tela, un poco desfasados, pueden tolerarse cuando la cita no conlleve una visita a la playa o la piscina.
En cuanto a las hechuras, es evidente que depende del material con el que esté elaborado, ya que la rigidez o flexibilidad del mismo condicionan el posible formato. No obstante, una pauta general: de tamaño moderado y huyendo de las exageraciones. El estío es un periodo proclive a la naturalidad y las extravagancias, a pesar de tradicional excusa de «estamos en Eivissa y aquí cabe de todo». No es una cuestión de llenar huecos, sino de crear espacios adecuados. Por ello hay que tomar en cuenta también el peinado. No es igual llevar un recogido que un espectacular moldeador. El resultado final depende de la armonía de los elementos.
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