—¿Dónde nació usted?
—Nací en Cuevas, un pueblo de Almería. Yo fui el cuarto de los seis hijos que tuvieron mis padres, Francisco e Isabel.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre se ocupaba de la casa y de sus hijos. Mi padre era albañil, aunque en el pueblo se dedicaba principalmente al campo.
—¿Iba usted al colegio?
—Fui poco, lo justo para aprender algunas letras, porque había que trabajar. Trabajo desde que tengo uso de razón, igual que el resto de mis hermanos. Cada uno hacía lo propio de su edad. Cuando empecé yo, con unos siete u ocho años, lo primero que hice fue guardar las ovejas. Al ir creciendo, empecé a hacer otras tareas como cavar o segar cebada y trigo.
—¿Hasta cuándo llevó este ritmo de vida?
—Hasta los 13 años, cuando me vine a Ibiza con toda la familia. Mi padre y mi hermano mayor, Clemente, habían venido un año antes y no tardaron en llevarnos a todos. Vendimos todos los aperos y nos establecimos en Ibiza.
—¿Cómo era la Ibiza a la que llegó?
—Muy distinta a la de ahora, claro: eran finales de los 50 y principios de los 60. Apenas había seis o siete taxis, que estaban todos en Vara de Rey. El carácter de la gente de Ibiza también me sorprendió para bien: son gente sincera, que vive su vida y deja vivir a los demás. No son tan ‘chafarderos’ como en otros lugares. A partir de mediados de los 60, empezaron a venir más turistas que traían dinero a la isla; eso fue muy bueno para todo el mundo.
—¿Qué hizo al llegar a la isla?
—Ponerme a trabajar en una empresa de construcción de un argelino. En aquella época no se aseguraba a la gente ni nada. Yo no tenía ni contrato, era muy joven y no tenía ningún carné, pero me encargaba de llevar el ‘dumper’ cargado de piedras o de cemento. En aquella época construimos, por ejemplo, el muro que hay en ses Figueretes. Unos años después, la empresa quebró. Yo ya tenía el carné de conducir, así que me puse a trabajar en una empresa de alquiler de vehículos, Casa Valentín, moviendo coches de arriba a abajo, llevándolos a los hoteles o controlando las devoluciones.
—Me está hablando de mediados de los años 60, con la llegada del turismo a Ibiza. ¿Cómo vivió ese momento?
—El recuerdo que conservo de esos años es muy bueno. También era la época de los hippies, de quienes tengo un recuerdo amable. Yo era muy joven e inocente, pero creo que, en general, la gente también era mucho más inocente que ahora. Salíamos de fiesta al Mar Blau, al Club Patín, a Sa Gaia o al Yuma y acabábamos bañándonos desnudos por la noche en Platja d’en Bossa con las holandesas (ríe). A eso lo llamábamos ir de ‘palanca’. Fue una buena época.
—¿Hasta cuándo trabajó en Casa Valentín?
—Hasta que me tocó ir a hacer la mili. Allí me saqué todos los carnés de conducir para poder trabajar como camionero al volver. Al volver de la mili, también empecé a salir más en serio con Mariana, a quien había conocido un tiempo antes en el Club Patín. Nos casamos poco tiempo después, en 1967, y tuvimos dos hijos. Ahora ya tenemos cuatro nietos.
—¿Pudo trabajar como camionero al volver de la mili con todos los carnés de conducir?
—Así es. Los primeros cinco años los pasé trabajando para una empresa en Barcelona, Canmai, con la que viajaba a todos los rincones, tanto de la Península como del extranjero. Al volver a Ibiza y tras casarme, me puse a trabajar en un par de empresas de transportes, Tomàs y Vargas, con las que llevaba principalmente material para la construcción. Poco antes de jubilarme, decidí ponerme por mi cuenta y me compré mi propio camión, un Ebro, con el que estuve trabajando hasta que me retiré a los 63 años, tras sufrir un infarto.
—¿A qué se dedica desde entonces?
—Me gusta ir a caminar y a pescar. Tengo una caña y suelo ir dando un paseo al puerto o al dique de es Botafoc con el autobús. Antes, cuando conducía, prefería ir a pescar a la costa, a las rocas principalmente. Pero antes de operarme de cataratas, como perdí mucha vista, ya no quise renovar el carné. Por eso ahora solo voy donde puedo llegar caminando o en autobús.
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