—¿Dónde nació usted?
—Nací en Dalt Vila, en la plaza Luis Tur, justo en la torre que hay delante de la fuente. Mis padres eran Dolores dees Cònsol y Toni ‘Mosson’. Mi hermana mayor era María Dolores y el pequeño, Aventino.
—Carmela, Aventino... No son nombres muy habituales en Ibiza.
—No. Lo habitual era poner el nombre de los abuelos o los padres a los niños. Mi madre lo solucionó a la primera con mi hermana mayor. Mis abuelas se llamaban María y Dolores. A mí me pusieron Carmela por una película que habían visto en el cine ‘Sor Angélica’. Siguiendo las tradiciones, mi hermano tendría que haberse llamado Xicu o Paco, pero mi padre tenía 13 hermanos —siempre decía que solo faltaba uno para llegar a los tres reales— y todos tenían un hijo que se llamaba así. De manera que decidió ponerle el nombre del santo del día de su nacimiento.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era ‘motorista’ de barcos. Siempre andaba embarcado en barcos como el ‘Illa d’Eivissa’, el ‘Pedro’ o ‘El Brillante’, con el que iba a Valencia. Mi madre era bordadora y trabajaba por encargo. Pero con la llegada de la Guerra, la gente dejó de comprar bordados, así que se puso a hacer ‘espardenyes’ de ‘rafia’. Todavía la veo con sus cinco agujas de distintos colores, con la ‘potra’ de diferentes tonos. Las suelas se las preparaba un profesor de ebanistería de Artes y Oficios, Antonio Molina. También se hacían suelas de ‘cànem’. En casa teníamos un banco para hacerlas y es que mi abuelo, Vicent ‘Matà’, ya ‘hacía espardenyes’.
—Nos ha hablado de la Guerra. Usted era muy pequeña, pero ¿tiene recuerdos de aquellos tiempos?
—Sí. Recuerdo que cuando pasaban los aviones salíamos todos corriendo hacia los refugios por miedo a las bombas. Nosotros nos refugiábamos tras las puertas de Es Rastrillo, pero había otros refugios, como los de Vara de Rey, que tenían forma de pirámide. Yo no tendría más de tres años, pero recuerdo perfectamente una vez que, corriendo hacia el refugio de la mano de mi madre mientras sonaban las sirenas, se me cayó una ‘espardenya’ entre las columnas del patio de armas. No nos paramos a recogerla. Durante una época nos marchamos a casa de unos familiares en Jesús para alejarnos un poco de la guerra.
—¿Pudo ir al colegio?
—En esa época era demasiado pequeña, pero después fui un tiempo a las monjas de La Consolación hasta que terminó mi hermana. Yo no tendría más de ocho años, porque todavía no había hecho la Comunión. Luego asistí a clases con doña Emilia, en Dalt Vila, y a repaso con don Pepito Soriano. Después estuve en Artes y Oficios aprendiendo Corte y Confección durante un año. Creo que me aprobaron por enchufe, porque siempre tenía que pedirle a mis compañeras que me repasaran el trabajo (ríe).
—¿Cómo recuerda los años de la posguerra desde Dalt Vila?
—Eran difíciles para todo el mundo. Recuerdo que mi abuela, Dolores, iba a una casa, Can Turrilles, donde tenían 13 hijos, a coser, lavar y a ayudar en lo que hiciera falta a cambio de frutas o verduras que nunca faltaron en casa. Mientras mi madre y mi hermana trabajaban, yo me encargaba de cuidar a mi hermano pequeño, hacer la comida junto a mi abuela, hacer la compra, la casa... Los fines de semana mi hermana me ayudaba y me daba toda la prisa posible para ir a nadar a s’Aranyet con mis amigas. Estaban Dolores de Art i Marcs, Maria, Nieves, Gertrudis, Margalida Balanzat... Gracias a Dios, siempre he tenido la suerte de tener buenas amigas, aunque, por la edad que tengo, he tenido que ir renovando la plantilla durante los años (ríe).
—¿Cómo recuerda su juventud en Dalt Vila?
—Muy tranquila. Apenas había coches, solo el del médico Villangómez y el del coronel Gotarredona. El coronel siempre pasaba a la misma hora de la tarde, las nueve, para volver a su casa. No tuve reloj hasta más adelante, cuando mi padre me trajo uno de Tánger. Entonces, cuando iba a Artes y Oficios, el coche del coronel me ‘avisaba’ de que era hora de dejar de pasear por Vila y volver a casa. Cuando tenía 13 o 14 años nos fuimos a vivir a Valencia, donde contrataron a mi padre. Todos los jueves íbamos al puerto a ver el Correo que llegaba desde Ibiza y siempre traía a algún ibicenco al que saludar. Durante ese tiempo estuve cosiendo y ayudando a una modista, quien me hizo un abrigo gris elegantísimo con el que volví a Ibiza con 16 años, y con el que conquisté a Vicent ‘de sa Gerreria’. ¡Qué guapo era!
—¿Quién era ese Vicent ‘de sa Gerreria’?
—El hombre con el que me casé en 1960 después de ‘festejar’ durante ocho años. Un buen hombre, un buen marido, un buen padre y muy trabajador. Tuvimos a Laura (†), que nos dio a nuestros nietos Gabriel, Alejandro y Laura; a Carolina y a Carlos, que nos dio a nuestro nieto Roberto. ¡Ya tengo hasta dos biznietos!: Sofía y Alejandro.
—Tras casarse, ¿trabajó en algún lugar?
—No. Un año después de casarme, cuando estaba embarazada, murió mi madre de repente, con solo 54 años, y me hice cargo de mi hermano, que seguía soltero, de mi abuela Dolores, que tenía 90 años, y de mi padre, que seguía navegando con 57 años. Además, crié a mis hijos y pude ayudar a criar a mis nietos mientras mi hija trabajaba en el Consell. Les he estado haciendo la comida hasta hace poco; ahora son ellos quienes me invitan a comer. Hoy me llevan mis gemelos, Gabriel y Alejandro, junto a su padre, a comer un buen ‘bullit de peix’. Ahora me toca disfrutar, pasarlo lo mejor posible, con la gran riqueza de que los míos me cuidan y mantengo un gran grupo de amigas con las que me lo paso genial.
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Admirable Carmela!