Pep Obrador durante la entrevista con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Pep Obrador (Ca n’Obrador, Sant Antoni, 1946) es un hombre de mar por naturaleza, ha pasado su vida ligada al fondo marino. Desde muy joven, Pep desarrolló una conexión profunda con el mar, una relación que ha marcado su vida sin dejar de lado otras profesiones. Su vida laboral ha pasado por múltiples facetas profesionales, desde pescador y patrón hasta cocinero y empresario textil. Su historia, llena de anécdotas y retos, refleja el espíritu aventurero y el carácter trabajador, a la vez que hedonista, que lo definen.

—¿Dónde nació usted?
——Nací en Sant Antoni, en una familia donde éramos tres hermanos. Mi hermana Antònia murió con solo ocho años. Nos quedamos Pepita, Juan y yo, que era el pequeño. Mis padres eran Joan y Pepita.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Al campo. Mi padre estuvo en La Habana y de allí trajo muchas plantas para hacer injertos en sus frutales. Uno de sus mayores ingresos era vender cebollino a los soldados para que ellos mismos lo sembraran. Trabajaba en una finca, Can Casaques, que soñaba con comprar algún día. Por eso, cuando iba al colegio, la gente del pueblo me llamaba Casaques, aunque yo no lo entendía.

—¿Dónde iba al colegio?
—En Sant Antoni, pero tuve la mala suerte de tener un profesor terrible. En aquella época, la única manera de aprender bien era con un maestro particular, y yo no tuve esa oportunidad, así que dejé pronto los estudios. Sin embargo, puedo decir que tuve una infancia buena, algo loca en ciertos sentidos. Hacía mil locuras en el mar, como sacar ánforas de barcos hundidos, que en aquella época eran seis o siete. Aprendí a nadar en Es Pouet, cuando las mujeres aún iban allí a limpiar la lana de los colchones con el agua dulce. En esa zona había mucha agua dulce; mientras nadaba en sa Punta des Molí, que antiguamente llamaban sa Punta de s’Aigua, podía beber del agua que manaba de un gran ‘broll’. Además, podías pescar todo lo que quisieras cada vez que bajabas, nada que ver con lo que es hoy en día.

—¿A qué se dedicó al dejar los estudios?
—Intenté varios trabajos, como la construcción, pero lo mío siempre fue el mar. Me dedicaba a hacer ‘chárters’ en un pequeño barco de vela del hotel Savines. Llevaba a los clientes a sa Conillera, pescaba algo y les hacía una paella. Me daban buenas propinas, pero cobraba lo justo. Nunca he sido buen hombre de negocios, pero siempre ayudaba a quien me lo pedía. Si alguien tenía problemas con una cadena o un ancla, yo bajaba a arreglarlo. También, como no había la Guardia Civil que hay ahora, cuando alguien se ahogaba, me tocaba ir a buscarlo. El último fue un italiano que pescaba a pulmón a más de 20 metros. Lo saqué de una cueva en sa Conillera, donde quedó atrapado por culpa de la linterna. Casi no lo cuento yo tampoco, por la corriente de levante. He estado a punto de morir no sé cuántas veces (ríe).

—¿Siempre trabajó en el mar?
—No. En 1970 trabajé como cocinero en el restaurante El Papagayo, en el puerto de Ibiza, con Jean-François. Cocinaba pescado en una parrilla fuera del restaurante. Serví a todo tipo de famosos, desde campeones de Fórmula 1 hasta Úrsula Andress. Ganaba mucho dinero en aquella época, la peseta cundía. Estuve allí hasta 1975, y durante esa época me casé por primera vez y me separé año y medio después. En tiempos de Franco, divorciarse estaba muy mal visto.

—¿Volvió al mar cuando dejó el restaurante?
—No. Entonces me fui a Sevilla de vacaciones con Montse, que vino a Ibiza de vacaciones, le gustó tanto que, como era funcionaria, pidió el traslado a la oficina de Información de Turismo que había en Vara de Rey. Me fui de vacaciones, pero no volví hasta unos 20 años después. Me casé con Montse y empecé a trabajar en los astilleros de Cádiz, en Matagorda, como ayudante de oficial en la fábrica de barcos. Poco después el oficial murió en un accidente laboral y decidí dejar ese oficio. Me fui un mes a Salamanca a aprender patronaje y montamos un negocio en Sevilla. Hacía desde vestidos de novia, de madrina o batas rocieras a vestidos de flamenca que se vendían en Miami a grandes personalidades. Llegué a hacer hasta 70 trajes para una Feria de Sevilla. En aquella época tuve bastante contacto y amistad con gente de cierto prestigio como Victorio y Lucchino o con gente de TVE que sacaba mis vestidos de novia en la televisión. Estuve en este oficio unas dos décadas, trabajaba 15 o 20 horas diarias y, aunque salvé la vista, la espalda empezó a resentirse

—¿Qué hizo al dejar el negocio de la moda?
—En esa época ya me había separado de Montse hacía tiempo, así que volví a Ibiza en 2005. Estuve trabajando en la Herrería Mariano hasta que me jubilé. Poco tiempo después de jubilarme me llamaron desde Sevilla para comunicarme que Montse estaba gravemente enferma, así que cogí el avión enseguida y me fui a cuidarla durante sus dos últimos meses de vida.

—¿A qué se dedica a día de hoy?
—Además de echar una mano a un amigo en su jardín y disfrutar de mi Harley y de mi quad en la montaña, a pasar todo el tiempo que puedo en el mar. Tengo una de las casetas más antiguas en Sant Antoni, donde guardo mi dingui para llegar hasta el barco. A mis 78 años todavía buceo y sigo navegando a la vela, siempre estoy en el mar: soy medio pez.