Ramón Gavilán tras su charla con ‘Periódicode Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Ramón Gavilán Hernández (Baza, Granada, 1944) ha sido testigo y partícipe del desarrollo de Ibiza, una isla que ha cambiado tanto como su propia vida desde que dejó su pueblo natal para dedicarse a la construcción. Con más de 80 años, este albañil jubilado recuerda cómo fue adaptarse a las nuevas costumbres de la isla, a los cambios en la sociedad y a una vida marcada por su trabajo y su familia. La historia de Ramón es una ventana a un tiempo de transición, donde la vida rural y las tradiciones del sur de España se mezclaron con la explosión cultural de los años 70 y 80 en Ibiza.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Baza, un pueblo de Granada. Fui el último de los seis hijos que tuvieron mis padres, Ramón y Rosa.

—¿A qué se dedicaban sus pares?
—Mis padres se dedicaban al campo, como la gran mayoría de la gente en esa época. Como no tenían tierras propias, se dedicaban a arrendar otras para poder trabajarlas. Allí trabajábamos toda la familia, aunque, como yo era el último, me salvaba de trabajar tanto como mis hermanos mayores. Yo siempre me salvaba. Me salvé hasta de hacer la mili (ríe). Sin embargo, desde muy pequeño siempre acompañaba a mi padre para hacer las tareas que tocara, desde recoger aceitunas a cardar lana.

—¿Dónde vivían?
—Vivíamos en una cueva. Era una de las mejores y más grandes del pueblo, con muchas habitaciones. La temperatura allí siempre era agradable. En invierno se estaba caliente y, en verano, fresquito. Mejor que en cualquier casa. No teníamos agua corriente, pero sí electricidad. Para ir al baño teníamos que salir fuera, junto al corral de los animales, donde había una especie de váter. Cada dos o tres años se limpiaba para usarlo como estiércol para la tierra.

—¿Pudo ir al colegio?
—Sí. Iba a un colegio llamado La Graduada. Allí, los profesores usaban una regla de madera, la ‘tablita’, para castigarnos en la mano si hacíamos algo malo. Yo solo me saqué los estudios primarios.

—¿Qué hizo al dejar los estudios?
—Ponerme a trabajar, claro. Primero con mis padres, pero pronto empecé como albañil. Empecé como peón, pero con 19 años ya era oficial y ya me había casado con María, la madre de mis hijos: Ramón, Rosa, Isabel y David -ya tengo seis nietos-. Como os he contado, me salvé de la mili por ser el más pequeño de los hermanos. Cuando mis padres se hicieron mayores, me tocó a mí cuidarles. A mí y a María, que fue quien me permitió trabajar fuera mientras ella cuidaba de mis padres. Ella era quien realmente cuidaba de todos (ríe, y luego se emociona). María nos dejó hace unos años. Era una gran mujer.

—¿Dónde trabajó fuera de Baza?
—Primero en Felanitx, Mallorca, y luego en Ibiza, donde participé en la construcción de edificios como el Hotel Arenal. Aquí ya estaban casi todos mis hermanos. Manuel, Piedad y Concepción vinieron a Ibiza, pero Isabel se fue a Barcelona. Después de que mi padre falleciera, nos trasladamos definitivamente a Ibiza. Vivimos primero en Sant Antoni y luego nos compramos un piso en Vila, donde sigo viviendo.

—¿Cómo era la Ibiza que se encontró al llegar?
—Muy diferente de la de hoy en día. En Santa Eulària había muchos hippies, algo que nunca había visto. Me acostumbré rápido, eso sí. Lo mismo con las extranjeras que bailaban en el Mar Blau, vestidas de formas que en el pueblo eran impensables (ríe).

—¿Se jubiló como albañil?
—Sí, me jubilé. A mis 80 años ya ni me acuerdo de cuándo (ríe). Ahora me dedico a dar un paseo por las mañanas y charlar con los amigos en el parque o en el Hogar Ibiza.