Fernando Gómez ha sido Policía Nacional en Ibiza durante 45 años. | Toni Planells

Fernando Gómez (Córdoba, 1952) ha pasado más de media vida como Policía Nacional en Ibiza. Desde 1973 hasta 2017, pudo ver desde primera línea la evolución de una isla con unos medios precarios para combatir un crimen no menos precario hasta la Ibiza del lujo que atrae a otro tipo de delincuencia más sofisticada.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Córdoba. Sin embargo, mis cuatro hermanos mayores nacieron en Galicia, de donde era mi madre, Purificación. Mi abuelo era militar, teniente coronel del escuadrón de Caballería en Córdoba, y tenía casa en el conjunto del Alcázar de los Cristianos. Por eso nací yo allí.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi padre, Luis, era Policía. Sin embargo, tras la guerra, trabajó en todo lo que en aquella época se podía trabajar. Eran tiempos de la postguerra, y los cabeza de familia debían apañárselas como pudieran. En su caso, hizo seguros, montó un negocio de venta de leche, hacía representaciones… todo de manera simultánea: el pluriempleo era la tónica general en aquellos años.

—¿Creció usted en Córdoba?

—Así es, vivía cerca de los Jardines de la Victoria y mi infancia transcurrió jugando allí. Recuerdo que había estanques con patos y que íbamos a leer cuentos en la biblioteca que había en el centro del parque. También jugábamos mucho al fútbol en medio de la calle… Una infancia bastante bonita y bucólica, vamos.

—¿Hasta cuándo vivió en Córdoba?

—Hasta que tuve 18 años y decidí sacarme las oposiciones a Policía Nacional. Me costó vencer la reticencia de mi padre, que decía que era una profesión muy ingrata, muy dura, muy difícil y que pensara en otra cosa. Sin embargo, me marché a Madrid para prepararme. Recuerdo que el atentado a Carrero Blanco me pilló en la academia, que, aunque estaba a solo unas manzanas de esa calle, no llegamos a escuchar nada.

—¿Tenía razón su padre?

—Me licencié en el 73. Fui Policía durante 45 años, hasta que me jubilé en 2017 y doy gracias por haber tenido la oportunidad de haber tenido una de las profesiones más bonitas. Pese a ser ingrata, tiene toda una serie de compensaciones que van directamente al alma, como la satisfacción de haber hecho un buen trabajo cuando ese trabajo es ayudar y servir a la sociedad.

—¿En qué momento aterrizó en Ibiza?

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—Desde que me convertí en Policía. Gracias a que saqué un buen número en la oposición pude elegir destino y elegí Ibiza. Quería vivir en un buen clima y cerca del mar, así que elegí Ibiza por cuestión geográfica y de latitud. Apenas sabía nada de la isla, solo que en las noticias hacía poco que había salido algo de que habían demolido un hotel. De hecho, la idea que tenía de Ibiza era la de una isla con una montaña en medio a la que, si te subías, veías todo el mar alrededor.

—¿Cómo fue su acogida en Ibiza?

—Tanto la gente de Ibiza como los compañeros nos acogieron a los seis que llegamos de la promoción del 73 de una manera formidable. Para alguien que llega a un sitio nuevo, encontrarse ese ambiente con los compañeros, que te ayudaban en todo lo que hiciera falta, era casi una ensoñación. Además, viniendo de Madrid viví lo que significa saltar de la inhumanidad de la urbe a un lugar en el que todos nos conocíamos. No tardé mucho tiempo en tener que pararme varias veces todos los domingos de camino a la librería de Vara de Rey para comprar los periódicos. Me quedé tan prendado de Ibiza que nunca volví a pedir destino en otro lugar. Poco tiempo después me casé con la que había sido mi novia de la adolescencia en Córdoba. Ya llevo más de 20 años separado, pero aquí tuvimos a nuestros dos hijos, Fernando y Pablo. Ahora tengo a mis tres nietos: Pau, Pere y Ángels.

—¿Cómo fue su evolución dentro de la Policía Nacional?

—Nada más llegar, con Luis Trobo como comisario, los novatos teníamos que hacer la brigada de noche además de la BIC (Brigada de Investigación Criminal). Sin embargo, había que hacer de todo: desde control de fronteras hasta policía científica, acompañando al forense, fotografiar la autopsia o aguantarle el cráneo de la víctima cuando lo abría. Lo atendíamos todo. Como consecuencia de esa experiencia nocturna, me ofrecieron entrar en la Brigada Especial del Juego en el momento en que se autorizó el juego en España. Pensé que se trataba de una cosa más, además de las otras. Pero no. Se trataba de una brigada que dependía de Madrid y tenía actividad en todas las islas, además de intercambios con otros lugares de España. Recorrimos todos los casinos, bingos, locales de apuestas o de juego ilegal de todos lados. Aquí en Ibiza había el ‘munti’, que era toda una tradición que, de repente, se vio perseguida. Estuve 20 años en la brigada, pero no tenía opción de ascenso y acabé renunciando. Después fui ascendiendo hasta segundo jefe de la Comisaría de Ibiza, hasta que me jubilé en 2017.

—Habrá visto evolucionar el cuerpo de Policía Nacional en Ibiza de manera significativa.

—Así es. Cuando llegué, el nivel de medios de todo tipo que disponíamos era mínimo. Funcionábamos con el ánimo, el empuje y la voluntad de todos los compañeros, que solucionaban y solventaban cosas de manera que ahora sería impensable. Por ejemplo, teníamos que usar nuestros propios coches y apañarnos como pudiéramos para las comunicaciones. La jefatura de Palma solía decir que las cosas se podían hacer de tres maneras: bien, mal o como se hacía en Ibiza [ríe]. El policía de entonces trabajaba a base de creatividad, ahora trabaja bajo toda una estructura donde todo está preestablecido. La Policía de ahora ha mejorado en todos los sentidos, sobre todo en medios y en estructura. Sin embargo, se ha perdido la creatividad de la que os hablaba.

—De la misma manera, también habrá visto cambiar el mundo de la delincuencia durante su carrera. ¿No es así?

—Ya lo creo. El delincuente de antes era más honrado. Era un perfil de ‘malo’ que tenía una serie de valores que ahora difícilmente se detecta en los delincuentes. Gente que venía de familias menos estructuradas y pudientes, de barrios desfavorecidos que necesitaban sobrevivir de alguna manera. Hoy hay mucha más maldad. En los años 80, con la llegada de la droga, el perfil de delincuencia cambió de manera drástica. Ahora actuaban cegados por la adicción y, además, podían venir de todo tipo de familias. El perfil del delincuente de hoy en día es totalmente distinto a todos los demás. Ahora se trata de gente que delinque para hacerse inmensamente rica. El delincuente de cuando llegué iba caminando como podía; el de ahora va en un Ferrari o en un ‘yatazo’. La vida lujosa es la nueva heroína que lleva a la gente a delinquir. Lo que se inyectan ahora es el lujo.

—¿Cuál era su relación con los delincuentes con los que trataba?

—Como dijo Concepción Arenal: ‘Odia el delito y compadece al delincuente’, esa es la máxima que siempre debemos seguir los policías. Una vez que le has pillado en el delito y resuelto el trabajo, el policía debe ayudar en todo lo que pueda. De hecho, hoy en día me encuentro con gente contra la que he procedido que me saluda y me invita a tomar un café o una caña.

—¿A qué dedica su jubilación?

—Nada más jubilarme alquilé una finca en el Valle del Jerte, donde me he dedicado a la agricultura, cuidando de la huerta y de los árboles. Es todo lo contrario de lo que es Ibiza, pero en invierno hace mucho frío, así que también paso temporadas en la Costa del Sol. También vengo a Ibiza todo el tiempo que me apetece. Me muevo según me apetece, como un ave migratoria que va buscando el clima.