Esperança Marí. | Toni Planells

Esperança Marí (Sant Francesc, Formentera1959) es una mujer pionera e implicada en el ámbito educativo y político en las Pitiusas. Criada en el negocio familiar, Esperança heredó el espíritu emprendedor y la vocación por la política de su familia, convirtiéndose en la primera mujer licenciada de Formentera. Desempeñó una importante carrera como docente en Ibiza ante generaciones de ibicencos, además de una destacada etapa política en el Parlament balear.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Formentera, en la capital, Sant Francesc. De los tres hermanos, las dos primeras (Lina y yo) nacimos en casa, en Can Pep Antonina. El pequeño, Xumeu, nació más tarde, cuando yo tenía siete años.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mis padres, Pep Antonina y Margalida, tenían una tienda de tejidos, Teixits Marí Cardona. Fue la primera tienda de ropa de Formentera y la abrió mi padre a principios de los años 50 gracias al dinero que trajo mi abuelo, Xumeu Antonina desde Cuba. La familia de mi padre siempre fue muy emprendedora: su madre era Catalina, de los Serres de Sant Ferran, que ya en su época se dedicaba al comercio con Argel. Cada semana iban hasta dos veces en su llaüt para volver cargados de tabaco, además de todo tipo de productos que no había en Formentera, como lo que se llamaba ‘obra fina’: platos, cubiertos, ollas… Cuando estalló la guerra en el 36, su llaüt fue uno de los cuatro que huyeron cargados de gente a Argelia cuando entraron los nacionales. Cuentan que, cuando salieron de Formentera, quienes huían tenían tanto miedo que se ataban una piedra al cuello por, si los atrapaban, poderse lanzar al mar. Entre quienes se marcharon, estaban los tíos de mi padre. Algunos desde allí se fueron a América, pero esa es otra historia.

—¿Entiendo que su familia estaba implicada políticamente?

—Así es. La familia de mi padre estaba muy comprometida con la izquierda y la República. Sin embargo, por parte de mi madre, mi familia estaba más implicada en el otro lado. El alcalde de Formentera durante 40 años, Miquelet, era hermano de mi abuela Esperança. Otro de sus hermanos fue el encargado de la Salinera. Era el número uno de la Falange en Baleares. Nunca me he explicado cómo alguien de Formentera podía tener ese carnet ya en esos años. Al fin y al cabo, le sirvió para acabar siendo el encargado, además de la Salinera, de Puertos y de la base de hidroaviones… Desde pequeña, recuerdo que escuchaba las conversaciones en el patio de casa que tenía mi padre sobre los hechos de la República o las discusiones sobre política. Reconozco que esas tertulias seguramente me influyeron de alguna manera cuando crecí. Mi padre siempre estuvo implicado políticamente, estuvo en la Mesa Democrática, fue uno de los fundadores del PSOE de Formentera, de la PIME, del grupo de ajedrez… Le venía en la sangre; su familia siempre fue emprendedora y viajera, lo que hizo que siempre tuvieran una mente más abierta.

—¿Creció usted en la tienda de sus padres?

—Así es. La tienda tuvo bastante éxito. Aprovechó el boom del turismo y se vendían miles de camisas de algodón, un poco hippies, con un par de botones delante o camisetas de esas con un sol estampado tan típico de los 60. En la primera etapa de la tienda fue cuando empezaron a llegar los primeros calzoncillos y calcetines en Formentera. Cuando venía alguien que iba a emigrar por trabajo se le preparaba toda una muda de recambio en un paquete que, si no podía pagarla, simplemente se le apuntaba en uno de los libros. Cuando yo era pequeña, también me tocaba echar una mano en la tienda. Era una época en la que no había vacaciones, como en todas las casas, teníamos que echar una mano en los negocios familiares. Recuerdo que, por ejemplo, mi padre nos ponía a limpiar el polvo de los cilindros de tela con un cepillo.

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—¿Fue al colegio en Formentera?

—Durante la Primaria, sí. Pero para seguir estudiando después teníamos que ir a Ibiza. En esa época, el hecho de ser mujer bastaba para que no siguieras estudiando; le pasó a muchas chicas de mi generación, pero mi padre tenía sus ideales y nos envió internas al colegio de La Consolación. Mi hermana y yo estuvimos allí internas desde los 10 hasta los 16 años. Solo íbamos a Formentera los sábados por la tarde ya que por la mañana teníamos clase y volvíamos el lunes a primera hora con la Joven Dolores, hiciera buen tiempo o mal tiempo. Hoy en día sería impensable meter a una criatura de 10 años sola en el barco. La verdad es que era duro; apenas estábamos con la familia el tiempo justo de limpiar la ropa, asearnos y ya teníamos que volver. Más de un lunes por la mañana, al despertarme, le decía a mi padre que ya no quería volver. Él siempre insistió en que, si quería seguir estudiando, debía hacer ese esfuerzo [se emociona]. La verdad es que fue triste, tanto para nosotras como para mis padres.

—¿Siguió estudiando?

—Así es. Tras hacer el COU en Santa María, ese año viví en casa de mi tía Esperança. Con 17 años, me fui a estudiar a Barcelona. Siempre fui muy lectora, ¡menos mal que tenía a los libros! Quise ser profesora de Literatura desde pequeña, así que hice Filología Hispánica. No sabía que existiese la Filología Catalana, pero la estudié más tarde. En 1982 me convertí en la primera mujer licenciada de Formentera. Al año siguiente ya estaba dando clases en el instituto de Formentera, pero tenía a tantos parientes en las clases que decidí que, si me quedaba allí, lo pasaría mal. ¡Si es que tuve hasta a mi hermano como alumno! Además, era un malcriado [ríe]. Así que decidí cambiar. Tras un año en Mallorca, me trasladé al instituto Sa Blanca Dona, donde entré como interina, después como profesora funcionaria, más tarde fui directora y, en definitiva, es donde pasé prácticamente toda mi vida laboral antes de comenzar una etapa en la política durante ocho años en el Parlament nalear.

—¿Cómo valora su etapa en la política?

—[Hace una larga pausa reflexiva]. Por un lado, fue una experiencia bonita. Llegar allí con la ilusión de poder hacer cosas y creo que conseguí hacerlas: fue la época en la que más infraestructuras educativas se hicieron en Ibiza. Desde Ibiza teníamos la fuerza de Eivissa pel Canvi, que hizo que muchas de esas cosas fueran posibles. Por otro lado, también te das cuenta de otras cosas menos positivas, como lo complicado de las burocracias o la realidad de las Baleares, que genera muchos recursos, pero que se van todos fuera. Siempre nos ha faltado autoestima a la hora de reivindicar lo nuestro en Madrid.

—¿Volvió a la docencia tras su etapa en la política?

—Sí. Volví durante unos años a dar clases en la Escuela de Adultos antes de jubilarme. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. En general, la docencia me ha dado muchas motivaciones para estar orgullosa. He tenido como alumnos a gente como Pilar Costa, Pau Marí Clos o Pep Costa, que tienen una carrera política destacable. Recuerdo que en una ocasión, en los 80, un padre me recriminó que implicara a su hijo en la realidad social y política de Ibiza. Le tuve que explicar que la alternativa a inculcarles el amor por su tierra y su cultura era que se perdieran en la droga. Esa época fue muy dura en ese sentido y hoy en día ese chico está dando clases en una universidad de EEUU.

—Aún no nos ha hablado de su familia.

—Me casé a los 22 años, pero no funcionó y me divorcié al cabo de un año. Justo acababa de salir la Ley del Divorcio y, probablemente, fui una de las primeras mujeres que se divorció en Formentera. No estaba bien visto y, la verdad, es que me dio la espalda mucha gente. Sufrí bastante por eso. Por suerte, enseguida conocí a Bernat, con quien tengo a mis hijas, María y Clara. Ahora tenemos a nuestros nietos, Martí y Agnès, que son de María, y estamos esperando al primero de Clara, que ya está en camino [se le iluminan los ojos].