Maria Marí tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Maria Marí (Sant Jordi, Eivissa, 1945) creció en una familia numerosa y humilde. Desde pequeña asumió grandes responsabilidades, como cuidar de sus hermanos y ayudar en las tareas del campo. Pese a las dificultades y obstáculos que le ha puesto la vida, Maria ha demostrado fortaleza y resiliencia a lo largo de su vida.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Sant Jordi, en Can Masauet, que era la casa familiar de mi madre, María. Mi padre era Pep Cordes, que era de la parte de Es Jondal. Yo era la segunda de siete hermanos.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Al campo. En la misma finca de Can Masauet, cerca de Cova Santa. Además de sembrar de todo, también teníamos animales como cerdos y vacas. Allí se trabajaba duro y es que eran tiempos en los que no había mucha abundancia. Recuerdo que íbamos con el carro y la yegua a Sa Graduada para buscar la leche en polvo que repartían allí. Esa leche no nos gustaba nada, así que lo que hacíamos era dársela a los terneros y bebernos nosotros la leche de la vaca.

—¿Fue al colegio?

—Muy poco. Solo durante un tiempo con un profesor particular, es Mestre d’es Coll d’Es Jondal, tal como lo llamaban. En casa se trabajaba mucho, con 11 años ya segaba blat, ordi y lo que hiciera falta. Pero es que mucho antes, con solo siete años, ya tenía que hacerme cargo de mis hermanos pequeños mientras mis padres estaban trabajando. Me ponían una sábana sobre una garbella de paja y allí cuidaba de los pequeños mientras ellos hacían lo que tocara hacer en el campo. Por las noches, me dedicaba a hacer repulgo a la luz de la lámpara de petróleo. Cuando me iba a dormir tenía que limpiarme la nariz porque la tenía toda negra por el humo del quinqué. Como no tenía dinero para comprar almidón, hervía arroz y almidonaba los pañuelos de punto canario con ese agua. Cuando lo pienso ahora, no me explico cómo una niña tan pequeña, de edad y de tamaño [ríe], podía tener tanta imaginación e iniciativa.

—¿Dónde aprendió a coser?

—No soy capaz de recordar el nombre, no tendría más de siete u ocho años, pero era en casa de una vecina que hacía pantalones de hombre. Allí aprendí a hacer muchas cosas, aunque tampoco estuve mucho tiempo. Lo que más me gustaba era hacer el punto canario. Sin embargo, casi todo el tiempo lo dedicaba a trabajar en casa, cuidando de los pequeños, limpiando la casa, haciendo la comida y lavando la ropa. Mi hermano Juanito y mi madre trabajaron en el Celler Balear y, cuando me tocaba lavarles la ropa blanca manchada en la cocina, tenía que subirme a una silla para poder llegar al librell.

—Supongo que, cosiendo y bordando, podría ganar algo de dinero.

—Así es. Todos los hermanos colaborábamos para aportar algo a casa. Incluso recién casada tuve que seguir haciendo repulgo para poder mandarle dinero a mi marido, Llorenç, que se fue a la mili dos semanas después de la boda.

—¿Dónde conoció a su marido?

—Le conocí muy jovencita, con solo 15 años, bailando en el Club Patín. Iba allí a bailar mientras mi padre jugaba a las cartas en Can Poll. Me casé con solo 18 años y en dos años tuvimos a José Antonio (†) y a Lorenzo. Pero poco después me abandonó. Fue una etapa dura, aunque fue él quien me dejó, era yo la que pasaba vergüenza a la hora de salir sola con dos niños pequeños a la calle por lo que pudiera decir la gente de mí. Sin embargo, yo estaba muy enamorada, acabé perdonándole y volviendo con él. Entonces tuvimos a Javi y a Antonia. Ahora ya tengo cuatro nietos: Nadia, que es de José Antonio, Gabriel, que es de Lorenzo, y Fran, que es de Antonia. Respecto a mi marido, siguió sin portarse bien conmigo, así que le acabé dejando tiempo después. Empecé a salir con mis amigas, a pasarlo bien, y acabé conociendo a Martí, que es mi pareja desde hace ya 15 años.

—¿Siguió trabajando mientras estuvo casada?

—No. Más allá de coser, no he tenido ningún otro oficio. Cuando mi marido se marchó, estuve trabajando en la limpieza de unos apartamentos en Sant Antoni hasta que volvió. Entonces no volví más. También estuve trabajando durante 15 o 20 años cuidando de mi cuñada y de sus padres, que tenían alzheimer. Sin embargo, aunque estuve años y años, no solo cuidando de tres personas enfermas, también limpiando, cocinando o haciendo la compra, nunca estuve asegurada. Una vez salí en la tele contando este caso y solo entonces mi hermano pasó algo de vergüenza «porque ahora todo el mundo sabe que no te tenía asegurada». Si me hubiera hecho un seguro, al menos tendría una ‘paguita’, pero no tengo ninguna pensión ni nada. Yo, que he sido trabajadora toda la vida.

—¿A qué se dedica en la actualidad?

—A estar lo mejor posible dentro de lo posible. [Hace una pausa reflexiva mientras se le humedecen los ojos]. Lo único que me ha amargado ha sido la marcha de mi hijo José Antonio hace cuatro años. Por lo demás, está todo bien.