Loli Ruiz tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Loli Ruiz (Almería, 1958) llegó a Ibiza tras superar el duelo por su marido sin saber que Ibiza se convertiría en el escenario de un nuevo capítulo en su biografía. Una biografía que, además de momentos felices, cuenta con capítulos más dramáticos y desagradables.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Almería. Como la mayor parte de mis ocho hermanos. Yo era la mayor y me llevo 18 años con el pequeño, que nació en Madrid, como los dos anteriores.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi madre, María, se dedicaba a limpiar casas. En casa apenas entraba dinero, en casa pasábamos hambre. Literalmente. Yo creo que por eso siempre he tenido anemia. Y si nosotros apenas comíamos, imagínate mi madre: todavía menos. Antes de irse a trabajar nos repartía en las casas de sus hermanos para que pudiéramos comer alguna cosa.

—¿Pudo ir al colegio?

—No. Como era la mayor yo siempre ayudé a mi madre a cuidar de mis hermanos pequeños. Ella siempre me decía que yo era ‘sus ojos y sus manos’ (se emociona). Mientras ella trabajaba, aunque yo era una niña me encargaba de cuidar de mis hermanos. Ni siquiera sabía cambiar un pañal y tenía que pedirle ayuda a mi tía, que vivía justo al lado.

—Su padre, ¿no contribuía a la economía de su casa?

—No. Al parecer, en algún tiempo mi padre, Pepe, iba a vender tela y ropa con un cesto, pero volvía con el cesto igual de lleno como cuando se había marchado. Él solo tenía una pensión que, en realidad, debía ser de mi madre, porque era por un trabajo que ella y yo hacíamos limpiando un bar a las tantas de la madrugada. El dueño le ofreció contratarla, pero ella prefirió que aseguraran a su marido para que pudiera tener la pensión. Mi padre no era más que un maltratador.

—¿Tenía su padre problemas con el alcohol?

—No. Nunca fue bebedor. Sus vicios eran el tabaco y el café, además de ser un mujeriego. Era violento, sin más. Sin embargo, solo lo era en casa, con la gente de la calle era una bellísima persona y el hombre más bueno del mundo. Sin embargo, en casa era un demonio.

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—¿Tuvo que vivir los malos tratos desde su infancia?

—No comenzó a ser violento hasta que nos mudamos a Madrid, cuando yo tenía once años. Recuerdo haberle visto pegando a mi madre, estando embarazada de ocho meses. La llevó a patadas desde la puerta de la casa hasta la habitación. A nosotros, sus hijos, nos pegaba con la hebilla de la correa. A mi hermana pequeña, con solo un año y medio le reventó el labio solo por despertarle con sus lloros. No paró hasta que mi hermano Paco cumplió los 18 años. Cuando iba a pegar a mi madre, mi hermano le agarró el brazo, le puso el puño en el mentón y le aseguró que le mataría si volvía a tocar a mi madre. Poco tiempo después falleció mi madre con solo 48 años y, al poco tiempo, murió mi padre.

—¿Qué les llevó a mudarse a Madrid desde Almería?

—En Almería no teníamos nada, ni siquiera futuro. La hermana de mi padre, Mari, vivía en Getafe y estuvimos con ella un tiempo antes de encontrar un piso para nosotros. Enseguida empezamos a trabajar. Con solo 12 años, y mi hermano con nueve, ya estábamos trabajando repartiendo cestas de frutas a las casas de los militares. Con 14 trabajé en una pollería y, después, en una pastelería, donde trabajé hasta que me casé. Aunque nunca dejé de trabajar, solo para parir.

—¿Con quién se casó?

—Con Floren. Le conocí una noche que salí con mis amigas Cati y Mari, su hermana y su sobrina. Fuimos a la Miami y, nada más entrar me lo presentaron. Desde entonces no se separó de mí en toda la noche y empezó a venir a verme a la plaza cuando sacaba a mis hermanos pequeños. Como él sabía el panorama que había en casa y que la única manera de salir de ese infierno era casándome le pidió mi mano a mi padre. Pero le dijo que n, así que decidimos que la única manera de casarnos era que me quedara embarazada. No veas cómo se puso cuando se lo dije.

—Finalmente, ¿se pudo casar?

—Ya lo creo. Entonces empezó la etapa más feliz de mi vida. Como nunca pude tener infancia, viví mi juventud con mi marido a partir de cuando me casé. Nuestro hijo Floren nació pocos meses después de casarnos, claro, y después vinieron Cristina y Joana. Ahora ya tengo cinco nietos. Floren siempre fue muy buen padre, muy buen marido y, sobre todo, muy buena persona. También era muy trabajador, era escayolista y madridista hasta las trancas. Por desgracia, el cáncer se lo llevó con solo 51 años.

—¿Fue un duelo muy duro?

—Sí. No solo el duelo, también los últimos años de enfermedad. No se lo deseo a nadie. Como mis hijos ya estaban casados, dos años después vine a visitar a mi amiga Paqui, que trabajaba en el Hotel La Cala, de Santa Eulària. Allí mismo conocí a quien sería mi pareja durante ocho años,: Berna. Pero el cáncer también se lo llevó. Tanto Floren como Berna murieron en octubre.

—¿Qué hizo al fallecer Berna?

—Volví a Madrid dos años después. Sin embargo, al lado de donde vivíamos había un vecino, Diego, que tiene una discapacidad y con quién tuve una buena relación ayudándole durante la pandemia. Ahora sigo viniendo una semana sí y otra no para echarle una mano a Diego. Una semana estoy con Diego en Ibiza y otra semana estoy con mis nietos en Madrid.