Jordi Jiménez en Puig d’en Valls tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Jordi Jiménez (Sant Joan,1975) creció entre Sant Joan, en su primera infancia, y es Puig d’en Valls. Su vida laboral ha transcurrido entre su oficio de tractorista y el de agente rural, desde el que ha vivido de cerca el mundo de la caza, la pesca y el campo, mundos que también forman parte de sus aficiones. Como agente rural, Jordi también ha sido testigo de la llegada de las primeras serpientes a Ibiza.

—¿Dónde nació usted?

—En Sant Joan. Justo encima de la farmacia. Allí es donde se instalaron mis padres nada más llegar de Granada con mis dos hermanos, Antonio y Rafael, y con mi madre embarazada de mí.

—¿Cómo recuerda su infancia en Sant Joan?

—Muy divertida. Nos criamos de casa en casa o atalajados por el bosque. Cuando llegaba el tiempo de matanzas, cada semana había una en una casa distinta y había mucha cercanía y familiaridad entre todos los vecinos. Los niños éramos unos verdaderos trastos. Cuando no soltábamos las gallinas de un corral para hacerlas ‘pastorar’, o nos cargábamos alguna, le abríamos la cancela al cerdo para que saliera. No teníamos ni consolas ni televisión, para ver el fútbol teníamos que ir al kiosco de delante de la iglesia, de alguna manera teníamos que entretenernos (ríe). Éramos una ‘colla’ tremenda con ‘Tirurit’, Maiol, Miquelet, Vidal… En una ocasión no se nos ocurrió otra cosa que coger a todos los cerdos del vecindario, el de mi padre incluido, habría cinco o seis por lo menos y los estuvimos pastoreando por el medio del pueblo. ¡La que se lio!

—¿Dónde fue al colegio?

—Al colegio siempre fui a es Puig d’en Valls. A mi padre, Antonio, le venía mejor porque le pillaba más cerca del trabajo, no tenía carnet de conducir y se tenía que apañar con el autobús. Era albañil y las obras estaban más cerca de es Puig d’en Valls. Por eso nos mudamos allí cuando yo tenía nueve años. Primero fui a la ‘guardería’ en Can Coves, que no era más que un almacén, hasta que hicieron las nuevas aulas del colegio de es Puig d’en Valls y empecé a ir allí hasta que terminé el EGB. Al instituto fui a Blanca Dona.

—¿Echó de menos Sant Joan tras mudarse a Puig d’en Valls?

—Al principio, muchísimo. Allí tenía a todos mis amigos y me costó un poco hasta que me hice uno más del pueblo. Ahora soy un ‘calamonter’ de es Puig d’en Valls.

—¿Eran tan traviesos en es Puig d’en Valls como en Sant Joan?

—(Rie) Alguna hacíamos también. Como en Can Fita, donde robábamos las sandías y el maíz y lo metíamos en su ‘safareig’ para que estuvieran frescas. También nos comíamos las primeras ‘orioles’ que se guardaban para llevar a las tiendas. Éramos tremendos allí también y es que ya traía ‘buenas ideas’ de Sant Joan (ríe). Cada vez que salíamos al recreo, soltábamos los animales de la casa payesa donde vivía Isidro, un antiguo bedel del colegio.

—¿Siguió estudiando tras el instituto o se puso a trabajar?

—En realidad, trabajar, trabajo desde niño con mi padre. No tendría ni diez años cuando empezó a llevarme con él al trabajo y yo le ayudaba a hacer lo que fuera. Pero no seguí estudiando, me saqué todos los carnets y empecé a trabajar como tractorista. Me fui a hacer la mili con solo 17 años. Aunque Pepe Cañas, que era vecino y una gran persona, me ofreció su ayuda, preferí seguir mi propia suerte.

—¿Su oficio es el de tractorista?

—He sido tractorista durante más de 30 años, quitando la posidonia de las playas, por ejemplo. Pero tenía otro trabajo como agente rural. Me saqué la titulación y, tras estar unos meses en Galicia y en Granada, vine a trabajar a Ibiza. Al principio trabajé para el Ministerio y después para la Federación Balear de Caza. Como guarda de caza, pesca y campo me han condecorado hasta tres veces por mérito laboral. Fue una buena experiencia en mi vida durante más de dos décadas, pero es muy complicado ser árbitro, más aún en el mundo de la caza en Ibiza. Solo se ve lo que haces mal. Sin embargo, la pesca, la caza y el campo siguen siendo mis aficiones.

—Como agente rural, habrá sido testigo de la llegada de las serpientes a Ibiza.

—Así es. La primera la vi en 2003, en Es Fornàs, cerca de Sant Antoni. Un vecino se quejaba de que le desaparecían los pollos al poco tiempo de nacer. Al principio pensé que era cosa era una gineta, pero un día hablando con él su hija pequeña nos alarmó porque había visto «la cola enorme de una rata» escondiéndose en un ‘cau’ de la ‘feixa’. No paramos hasta encontrarla. Cuando la abrimos, tenía el estómago lleno de pollos. Informamos a la Guardia Civil, a Medio Ambiente, al Govern… pero no nos hicieron ni puñetero caso. Como son especies protegidas en la Península, estuve enviando las serpientes de vuelta a Andalucía durante no sé cuanto tiempo. Allí empezó todo. A partir de entonces no pararon de llegar cada vez más y más llamadas a todas horas. Haciendo la mili en la Península conocí las distintas especies que hay por allí y, desde el principio, tenía muy claro que, además de la de herradura y la de escalera, también había serpientes venenosas, la bastarda. La descripción que me daban los payeses desde el principio era inconfundible y la gente del campo no miente. Ahora ya no tiene solución, el problema de las serpientes ya no tiene vuelta atrás. Ya están acabando con las ‘sargantanes’ y, como estas no se comen los insectos, como el de la procesionaria, ya se empiezan a ver bosques con manchas marrones de pinos enfermos.

—¿Tiene familia?

—Sí. Isabel y yo llevamos juntos desde 1993, nos casamos en el 98 y tenemos a nuestra hija, Carla. Además, hace unos años soy, oficialmente, quien se hace cargo de mi madre, Carmen. Mi madre está en la residencia Colisée. En Mauthausen. Mi madre estaba la mar de bien en una residencia de Granada y, cuando vino aquí empeoró en cuestión de un mes y acabó ingresada con una deshidratación. Estuve desde el principio denunciando lo que ocurre allí. Hay toda una serie de familias que estamos luchando para que se arregle lo que está pasando allí desde el primer momento. No solo por nosotros y por nuestros familiares, sino por toda la sociedad. No se puede permitir que se trate de esta manera a nuestros mayores. Como se hizo ruido en su momento, algo ha mejorado, pero no del todo.