Maria Marí frente a Can Ventosa. | Toni Planells

Maria Marí (Sant Vicent de Sa Cala,1947) vivió su infancia en Sa Cala de Sant Vicent, lo que implica el aislamiento de esta parte de la isla. Tras toda una vida dedicada al trabajo, preside desde hace unos meses la asociación de mayores L’Esplai de Can Ventosa.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Sa Cala. En Can Joan d’en Cirer, donde vivía con mi hermana Margalida, mi abuela María y mis padres, Joan y Margalida.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—A lo que se dedicaba todo el mundo en esa época: al campo. También se trabajaba mucho el bosque. Recuerdo que mi padre hacía sitges a medias con uno de nuestros vecinos, Pep de Ses Figueretes, y después venía un carro desde Sant Carles para llevarse el carbón que se hacía.

—¿Recuerda cuando construyeron la carretera de Sa Cala?

—No de la construcción entera, claro. Y es que la empezaron a construir antes de la Guerra Civil y después pararon. Tengo el recuerdo de algunos tramos a medio hacer y de montones de piedras preparadas por aquí y por allá. La única manera que teníamos entonces de salir de sa Cala era saltando piedras y cruzando el monte [ríe]. Cuando se pusieron a trabajar en la carretera de nuevo, por el pueblo se empezó a decir que las chicas jóvenes que no tenían novio, por fin lo encontrarían [ríe]. Así fue, que yo sepa, por lo menos se casaron dos o tres chicas de sa Cala.

—La construcción del hotel, también traería ‘sangre nueva’ al pueblo, ¿no es así?

—[Ríe] Sí. También. De la construcción del hotel recuerdo que la gente del pueblo también hablaba con desconfianza. Decían que, muy bien, que entonces iba bastante gente hasta allí, pero que qué iban a hacer cuando dejaran de ir [risas].

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Sa Cala?

—Apenas había nada. Ni tele ni radio ni nada de nada. En cuanto aprendimos a caminar ya nos tocaba ir haciendo algunas de las tareas de la casa, como llevar leña para calentar la casa o ir a buscar agua al aljibe. Entonces había mucha agua. Llovía tanto que una vez hubo una boda y, como no paraba de llover, los invitados tuvieron que quedarse dos o tres días en la casa. Bajaba el torrente lleno de agua y nos entreteníamos jugando con los renacuajos. Los vecinos nos ayudábamos en todo. De hecho, en época de matanzas se organizaban para hacerlas cada día en una casa distinta para que los demás pudiéramos ir a ayudar.

—¿Hacían muchas trastadas?

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—No. Aunque los de la Cala tenían fama de ser muy tremendos, todos éramos muy buenas personas. Los peligrosos eran los de Sant Carles o los de Sant Miquel, que siempre iban con su navaja encima y armaban follón con lo de la novia de uno o la novio de otro. Los de sa Cala no. Como mucho, los chicos nos hacían alguna broma de camino al colegio. Cuando teníamos que cruzar un torrente saltando por las piedras, alguno nos ponía una piedra redonda para que nos cayéramos al agua [ríe].

—¿Dónde iba al colegio?

—Como no había colegio para niñas, íbamos a una casa, Can Joan d’en Miquel, si no recuerdo mal. Después estuvimos yendo a otra casa, Ca sa Jaia, antes de que abrieran la escuela a las niñas. Esa escuela la hizo el mismo pueblo. Mi abuela María, por ejemplo, llevaba piedras con su mula. Mi abuelo materno, Toni de Can Jai, se encargó de hacer la vigas. Y es que él era mestre d’aixa, además de carpintero, albañil, cartero e incluso modista: él mismo se hacía su propia ropa. Fue un hombre que nació con todos los talentos.

—¿Recuerda la primera radio o televisión que vio?

—Sí. La primera radio que recuerdo se la compró un vecino en Mallorca. Mi hermana y yo no paramos hasta que convencimos a mi padre para que comprara una. Cada tarde nos sentábamos a hacer repulgo escuchando la novela. Estábamos enganchadísimas. Tanto que un día mi padre nos mandó ir a ayudarle a plantar tabaco una tarde. ¡A la hora de la novela! Mi hermana y yo fuimos lo más pronto posible y plantamos el tabaco a tal velocidad que nos dio tiempo a llegar corriendo hasta la radio para escuchar nuestra novela. Más adelante, un primo nos contó que en Mallorca había visto «radios que se ven». Se refería a la televisión. Unos años después llegó la tele a casa, fue la primera del vecindario y venían todos a verla. Sin embargo, la tele no nos daba la misma alegría que nos dio la radio. Había que mirarla todo el tiempo y no podías hacer otras cosas.

—Nos ha hablado de que hacía repulgo mientras escuchaba la novela. ¿Cosió durante mucho tiempo?

—Sí. Desde los nueve o 10 años. Era lo que se hacía entonces. Había una persona que lo repartía entre las vecinas. Esa era una de las maneras de conseguir algo de dinero, aunque lo pagaban muy barato.

—Cuando terminó el colegio, ¿empezó a trabajar?

—Eso era lo que yo quería hacer. Pero en casa no me dejaban. Así que no tardé mucho en casarme. Tuve tres hijos, Joan, José María y Margarita. Ahora tengo cuatro nietos y dos biznietos. Cuando mis hijos eran pequeños empecé a trabajar. Primero en un restaurante y después en un hotel de Portinatx, el President Playa, durante unos tres años. El trabajo suponía la libertad para mí y me separé tras 10 años de matrimonio. Entonces, el divorcio no era tan habitual como ahora. De hecho, estaba bastante mal visto y tuve críticas muy duras y muy poco apoyo en su momento.

—¿Trabajó durante mucho tiempo en Portinatx?

—No. Unos tres años. Después estuve trabajando en el Piscis Park durante cerca de 35 años. Allí llegué a trabajar como gobernanta hasta que me jubilé con 65 años. He estado trabajando toda la vida para salir adelante.

—¿A qué se dedica tras su jubilación?

—A correr por todos lados y a irme de vacaciones todo lo que puedo. Hace poco pensé que, como supe manejar a todo el personal del hotel, a lo mejor también podría manejar al de L’Esplai de Can Ventosa y me presenté para ser la presidenta. Así que, desde este mismo año, tengo el honor de ser la presidenta.