Elena Almazor en su tienda tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Elena Almazor (San Sebastián, 1958) se crio en San Sebastián, donde vivió hasta mudarse a Ibiza definitivamente a principios de los 80 tras haber conocido la isla en la inauguración de la mítica discoteca Ku. Con una vocación precoz en el mundo del comercio, el de la moda ha sido donde ha venido desarrollando su vida profesional durante décadas con la elegancia por bandera.

¿Dónde nació usted?

En San Sebastián, en las faldas del monte Ulía. Allí fue donde crecí, donde jugué y donde puse mi primera ‘tienda’ cuando era una niña, con una banqueta vendiendo limonada y cosas que tenía por mi casa (ríe).

Parece que tenía un espíritu comerciante muy precoz.

¡Ya lo creo! Cuando mi madre nos llevaba a la playa yo insistía para que me dejara quedar en el colmado de ultramarinos de una vecina, Anita. Allí me tenían como si fuera una sobrina adoptada de la familia y me enseñaban a bordar y a hacer cosas en la tienda. Como era una niña y Anita no sabía cómo pagarme todo lo que le hacía en la tienda y todo lo que le vendía, siempre volvía a casa cargada con una bolsa enorme de chucherías.

¿A qué se dedicaban sus padres?

Mi madre se dedicaba a la casa. Mi padre siempre supo vivir muy bien. Entre otras era industrial y promotor de boxeo, de hecho fue el primer entrenador (y descubridor) de un boxeador que fue bastante famoso en la época, Urtain. La verdad es que cada vez que veía ‘Cuéntame’ me recordaba a mi casa en esa época.

Cuénteme, ¿cómo fue su infancia en San Sebastián?

Fue una época muy bonita y muy inocente. Jugábamos todo el día por la calle, al escondite por el monte o organizando teatros con las amigas. Yo siempre era Pepa Flores, ‘Marisol’, mi amiga era Rocío Durcal y mi hermana Virginia era Cecilia. Lo pasábamos genial jugando en la calle. Todavía recuerdo a mi madre gritándonos porque había dejado la bechamel para las croquetas enfriando en la ventana y entre todos nos la habíamos cepillado toda. Delante de casa había un restaurante en el que celebraban bodas, el Rodil, y siempre nos colábamos a comer y bailar con los invitados. Siempre estábamos haciendo de las nuestras, ¡un día llegué a ver a la Virgen y todo! (ríe).

¿Me puede explicar esa experiencia?

No es que fuera una experiencia religiosa (ríe), es que las niñas mayores eran tremendas. Para nosotras eran como si fueran miss universo, hacían lo que querían con nosotras. A una de ellas se le ocurrió hacer un altar con un par de sillas por la Virgen de Mayo. Nos pusieron delante a rezar (mis primeros cinco minutos quieta) y una de ellas me preguntó qué veía. Yo le dije que una sombra y ella empezó a gritar que había visto a la Virgen. Todo el pueblo estuvo hablando de ello durante un tiempo (ríe).

¿Dónde fue al colegio?

Fui al colegio de monjas. Era como un cuento, con monjas jóvenes que tocaban el piano y un ambiente muy agradable. Recuerdo esa época con mucho cariño. Los sábados íbamos al cine de los jesuitas, con 25 céntimos nos comprábamos una Mirinda, una bolsa de pipas y veíamos la película. Lo que más sonaba en el cine eran las pipas (ríe).

¿Hasta cuándo continuó con sus estudios?

Hasta los 16 años. Entonces comencé a trabajar en una tienda como aprendiz de probadores antes de empezar a trabajar en las tiendas de Arias Camisón. En poco tiempo me pusieron una tienda de ropa de niños solo para mí. Y es que Camisón era un empresario capaz de fijarse en un aprendiz y llamarle a su despacho para decirle lo bien que lo estaba haciendo y que iba a llegar lejos. Si le hubieran dejado, hubiera sido el Amancio Ortega de la época, pero tuvo que marcharse por las amenazas.

Imagino que se refiere a las amenazas de ETA, y es que me habla de unos años muy duros en ese sentido, ¿cómo los vivió?

Así es. Los vivimos con mucho miedo. Venían muchos policías a comprar ropa y muchas veces venían llorando porque les habían matado a un compañero. Era un día sí y otro también, yo también perdí amigos en esa época que prefiero ni recordar. Me pone muy triste.

¿Cuándo vino a Ibiza por primera vez?

Empecé a venir en el 75, cuando se inauguró el Ku, con un novio que tenía que era dj. Tras unos años, volví de la mano de Moncho Moneo, para trabajar con L&M, que fue mi segunda universidad. La primera fue con Camisón. También aprendí mucho, sobre todo de exquisitez, con Pedro, de Casual, que me llevó a ferias en París y con Teresa Bermejo, que se ha convertido en mi familia. Moneo fue quien me trajo a Ibiza y ¡quién me hubiera dicho a mí que hoy en día seguiría aquí con mi propia tienda! Al principio me costó un poco adaptarme hasta que me di cuenta de lo fácil que es vender ropa de hombre (ríe). Otra cosa que descubrí en Ibiza es la sensación de poder ir con la calle lavada y sin tener que ir a la peluquería. Aquí conocí a alguien que ya me había llamado la atención tiempo antes en San Sebastián y que acabó convirtiéndose en el amor de mi vida y en el padre de mi hija, Zhila.

¿Cómo era ese Ku que conoció?

El Ku fue mi Hollywood. Te metías por la noche y salías a altas horas con la sensación de haber estado en otro mundo. Conocías a tanta gente tan diferente entre sí, desde gente de prestigio internacional hasta los trabajadores del local, allí daba igual quien fueras. Era mágico. Yo siempre he sido muy bailona y mi pandilla éramos ‘los reyes del bafle’. Todavía nos seguimos viendo. Nuestro lugar de reunión era uno de los bailes de la discoteca y allí pasaba de todo. Íbamos un par de veces a la semana y después, para ‘limpiarnos’, mi amiga y yo nos íbamos a hacer ‘footing’ desde el Ku hasta Sant Rafel o a caminar hasta Puig d’en Valls con todo el calor.

Tras décadas en el negocio de la moda, ¿cuál es su secreto para mantener una tienda como la suya a lo largo de los años?

La verdad es que he tenido épocas muy distintas, y he tenido que comenzar de cero varias veces. No ha sido fácil y me he tenido que privar de muchas cosas para llevarla adelante. También tengo que agradecerle a Pilar Vadell, la dueña del local, que siempre me ha tratado de manera excepcional. Siempre he sido muy trabajadora y, aunque conservo mi parte revoltosa, también conservo el espíritu de esa niña en la tienda de Anita. Con los vestidos bien hechos y bien planchados. Será porque soy vasca, pero me encanta lo bien hecho y lo elegante. Todo lo que tengo se lo debo a mis clientas, que vienen de lugares muy distintos, a las que me gusta atender de manera especial, cerrando la puerta si es necesario. Algunas de ellas me llaman unos días antes para que cuando vengan yo ya lo tenga todo estudiado. Me gusta atender a la gente lo mejor posible y respeto tanto a las grandes firmas como al diseñador que me viene con un par de modelos a la tienda. He visto a tantos grandes inspirarse en los mercadillos y en la calle. Lo que de verdad enseña sobre moda es la calle, y mucho más la calle de Ibiza.