Maria Torres en Can Ventosa tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

María Torres (Sant Joan, 1943) creció en el Sant Carles de los 40, 50 y 60 antes de mudarse a Vila junto a su tía María. Un ejemplo de mujer trabajadora, pasó por la hostelería antes de emprender su propio negocio, el Souvenir Talamanca, a principios de los años 70. Un negocio que regentó durante décadas, a la vez que ejercía, primero de madre y, después, de cuidadora de sus mayores

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Joan, en Can Roc. Mis padres, Toni y Rita, vivían allí cuidando de los abuelos de mi madre, Roc y Rita, y de su tía Maria, que estaba enferma. Sin embargo, yo no crecí en esa casa. Y es que, detrás de mí, mis padres tuvieron seis hijas más, una detrás de otra.

—¿Dónde creció entonces?
—En casa de mis abuelos, Joan y Rita de Cas Ferrer d'Atzaró, en Sant Carles. Me llevaron allí cuando nació mi segunda hermana y crecí con ellos, con mi tío Toni y con mi tía Maria, que era soltera y era la que se ocupó siempre de mí. A mí me llamaban ‘sa nena des Ferrer'. Iba a la escuela de Atzaró. Era la escuela de Franco, no nos dejaban hablar el ibicenco ni en el recreo. Yo me hacía un lío. Una vez que fui a comprarme unas ‘espardenyes' -unas alpargatas- a la tienda acabé pidiendo unas ‘espardacas' (ríe). Mi tía nos acompañaba cada día al colegio a mí y a mis amigas, Cecilia y María de Can Vich. Mi tía nos solía acompañar siempre, hasta cuando íbamos a los bailes de Las Dalias. Con ellas, la de Can Vich, y su hermano fuimos hasta Vila en bicicleta desde Atzaró el día que vino Franco. Ese día recuerdo que comimos en Can Alfredo. La única manera que teníamos para movernos era la bicicleta o el carro. Mi tía era la que llevaba el carro con la mula cada vez que íbamos a Sant Joan a visitar a mis padres.

—¿A qué se dedicaban en su casa?
—Eran todos payeses y cuidaban del campo. Tanto mis padres en Sant Joan, como nosotros en Cas Ferrer. Era la época de la ‘patata inglesa' y, en casa, mi tío tenía una noria para el agua y sembraba todo lo que podía. Además cuidaba huertos vecinos. Mi tía y yo también trabajábamos el campo. Menos labrar con el tractor, desde pequeña he hecho de todo: he cavado, sembrado, arrancado…

—¿Siguió estudiando al terminar el colegio?
—No. Tenía intención de continuar estudiando con un profesor particular que había en la zona, pero se marchó a Vila. Así que me puse a aprender a coser y hacer corte y confección con Margalida de Can Novell. La verdad es que nunca me gustó trabajar sentada y no cosía mucho. Hice el vestido de novia a mi hermana Eulària, a mi amiga Cecilia de Can Vich y a algunos de sus invitados, y ya no cosí nunca más. Prefiero la ropa ya confeccionada (ríe).

—¿Hasta cuándo vivió en Atzaró con sus abuelos?
—Hasta que tuve 20 años. Mi tío ya se había casado y vivían en casa y mi tía y yo fuimos a Vila a trabajar. Ella se ocupaba de la casa de un practicante, que vivía con su madre anciana, las horas que le sobraban se iba a hacer otras cosas. Yo trabajaba en unos apartamentos en Portinatx durante la temporada. En poco tiempo nos pudimos comprar un pequeño apartamento. Salvo unos años en los que fui a cuidar de mis padre y de mi tía cuando se hicieron mayores, desde entonces siempre he vivido en Vila.

—¿Trabajó mucho tiempo en los apartamentos de Portinatx?
—No, solo un par de temporadas. Luego empecé a trabajar en el hotel Argos como camarera. Allí trabajaba uno en los servicios técnicos que se llama José con el que me casé hace 53 años. Tuvimos dos hijos, Modesto y Sonia, y ya tenemos tres nietos: Pau, Roque y Modestito. Al poco tiempo de casarnos monté el souvenir Talamanca, al lado del bar Gilberto y del hotel El Corso, donde trabajó José durante 37 años. Yo trabajé en el souvenir hasta que me jubilé. José me ayudó mucho, igual que mi tía, que se quedaba con los niños mientras eran pequeños mientras yo trabajaba.

—Tantos años en el souvenir, habrá visto evolucionar el turismo desde primera línea.
—La verdad es que yo nunca tuve ningún problema. Al principio ni siquiera hablaba idiomas, pero me las supe apañar como pude. Siempre les entendía y aprendí inglés sobre la marcha. Aún así estuve un par de inviernos yendo a clases de inglés. Los problemas llegaron un poco más tarde, coincidió en la época en la que estuve cuidando de mis padres y de mi tía, cuando tuve que contratar a alguien para que estuviera en la tienda. Entonces llegó el gamberrismo y a ella le llegaron a atracar y le robaron la caja. Aunque, si tuviera la tienda ahora, tendría más miedo todavía.

—¿A qué ha dedicado su jubilación?
—Los primeros años, José y yo viajábamos mucho con el Imserso y yendo a visitar a su familia a Granada. A mis 80 años tengo todos, o casi todos (ríe), mis sentidos muy bien. Lo que tengo fastidiada es la espalda y ya no estoy para andar viajando como antes. Ahora me dedico a desayunar en Can Ventosa con José, aprovechar todas las actividades y a estar en casa tranquilos, haciendo sopas de letras cuando me canso de la televisión (ríe).

—Hoy es el 8M, ¿cómo valora la evolución del feminismo?
—Es cierto que, cuando era pequeña, el hombre era el que estaba siempre al frente de todo mientras las mujeres nos ocupábamos de hacer todas las tareas de la casa. Pero eso era otro tipo de machismo. Un tema de nuestra generación. A la generación de mi hijo ya le ha tocado aprender a cocinar y a poner lavadoras, mientras mi marido sigue dejándome que haga yo las cosas tal como yo quiero. Ese machismo generacional no es el malo, el malo es el machismo que mata a las mujeres. En ese sentido no se ha evolucionado nada: los machistas siguen matando igual. Cuando era pequeña es verdad que estábamos un poco retrasados, pero yo creía que a estas alturas ya estaríamos de otra manera: más estudiados y más inteligentes. En este año que estamos parece mentira que estemos como estamos. Me siento decepcionada. Cada vez vamos a peor en todos los sentidos, tanto si hablamos del machismo como si hablamos de guerras y esto es lo que me espanta del mundo.