—¿Dónde nació usted?
—Nací en la Marina, justo encima de Can Pou, en la calle que entonces se llamaba Eugenio Molina, que fue el ingeniero de Ses Salines y, también, el padrino de una de mis tías. Mi madre era Dolores de Can Jaume y era hija de un militar madrileño. Mi padre, Vicent de sa Mata, era de Sant Josep y fue abogado, como su padre. Aunque no sale en ningún papel, al parecer, mi tatarabuelo llegó a ser alcalde de Sant Josep. Mi abuelo fue Federico Lavilla, que tal como contó en esta misma sección mi pariente Quique Ramon, llegó a Ibiza desterrado tras batirse en duelo y matar a otro hombre. También fue uno de los dueños de las minas de s'Argentera. De hecho, una de las minas se llama como mi abuela y como yo: Leocadia.
—Su abuelo, sería un hombre poderoso en esa época.
—Fue un hombre muy rico, es cierto. Tenía fincas por toda la isla y celebraba grandes fiestas. Para que te hagas una idea, hasta traían el hielo de Valencia. Lo que pasa es que, tras inundarse las minas, se acabó arruinando. Una de sus frases era, «yo respondo hasta con el reloj de mi bolsillo». Así fue. Lo acabó vendiendo todo para cubrir sus deudas y se acabó quedando sin nada. Tanto su mujer como sus hijas acabaron cosiendo por comisión y sus hijos emigrando a América. Todos menos el tío Federico.
—Estamos hablando más sobre su familia que sobre usted. ¿Dónde creció?
—En nuestra casa, encima de Can Pou, como le he dicho, con mis tres hermanos. Fui alumna de Doña Emilia Noya, al lado de Ses Monges Tancades, hasta que fui al instituto también en Dalt Vila. Fui la única chica de mi generación que terminó el Bachillerato e hizo la preparatoria y el preuniversitario. También fui la única chica que fue de viaje de estudios; todos los demás alumnos eran chicos. Como nuestro instituto sacó la mejor nota media de toda España no tuvimos que pagar nada. Para que me dejaran ir, el director del instituto, don Manolo Sorá, puso a una profesora para que nos acompañara al viaje. Recorrimos Valencia, Barcelona y Madrid. El examen del preuniversitario lo hicimos en Barcelona y fui la única de todos los alumnos que lo aprobó. Supongo que ahora ya puedo reconocer que aprobé porque copié todo el examen [ríe]. Siempre tuve una vista extraordinaria y pude ver las respuestas de la traducción de griego y latín de un compañero que tenía delante. Eso sí, el examen de arte moderno lo aprobé gracias a que recordaba perfectamente las magníficas explicaciones que nos dio don Manolo Sorá durante el viaje de estudios. Como lo hice muy genérico, sin nombres ni fechas, me salió muy bien.
—¿Estudió alguna carrera?
—No. Sin embargo, hice Magisterio por libre en los veranos, entre junio y septiembre, mientras hacía el Bachillerato. Algunas amigas fueron a hacerlo a Mallorca, pero en casa salieron a estudiar mis hermanos y las chicas éramos la últimas en poder salir a estudiar. Así que no salí. Yo quería hacer Derecho, como buena parte de mi familia, pero lo que hice tras terminar el preuniversitario fue casarme [ríe].
—¿Con quién se casó?
—Me casé en 1961 con Vicent de sa Mutual. Me casé en Sant Antoni con tal de hacerlo lejos de Vila para evitar los chismorreos típicos de la ciudad [ríe]. Sin embargo, cuando llegué a Sant Antoni, estaba lleno de gente de Vila que había cogido el ‘camión' para venir ‘chafardear' en la boda [risas]. Vicent era militar (de la misma promoción que el Rey Juan Carlos) y acababa de salir de la academia. La idea era irnos a vivir a Menorca, donde había pedido destino, pero el día antes de la boda le llegó una carta de incorporación forzosa e inmediata a Sidi Ifni (Marruecos). Él se creía que era una broma de los amigos y estuvo intentando confirmarlo hasta el último momento antes de contármelo. Nos casamos sin tener vivienda y sin saber dónde íbamos a pasar la noche de bodas. El plan era casarnos a las 17.00 horas y a las 22.00 horas coger el barco para irnos de luna de miel. Menos mal que los de Can Manyanet nos dejaron una habitación en el hotel Osiris.
—¿Fue con Vicent a Sidi Ifni?
—Con él me hubiera ido hasta al infierno. Claro que fui a Sidi Ifni con Vicent. Fueron los cuatro mejores años de mi vida. Lo que pasa es que no podía ir si no tenía casa. El coronel lo arregló para que nos pudiéramos quedar en una de las habitaciones del pabellón médico. Compartimos las instalaciones con otro matrimonio cargado de niños, también teníamos que compartir baño. Allí tuvimos a Vicent, nuestro hijo mayor, que también es militar (de la misma promoción que el Rey Felipe). Al segundo, Pepe, vine a Ibiza a tenerlo antes de volver a Sidi Ifni. Al tercero, Santi, ya lo ‘encargamos' y tuvimos en Ibiza cuando volvimos.
—¿A qué se dedicaron a la vuelta?
—Vicente continuó siendo militar, pero se involucró con su hermano Pepe en la discoteca Play Boy de Sant Antoni durante unos años y montó, junto a otros dos socios, el restaurante Sa Capella. ¡Yo no estaba nada de acuerdo con eso! [ríe]. Vicente era muy bueno para tener ideas y para dirigir los equipos que montaba, pero no tanto para trabajar. También era muy colombófilo y fue presidente de la colombófila y fundó una revista internacional sobre colombofilia. Después nos desplazamos a Madrid, donde vivimos durante una década, del 81 al 91. Allí Vicente fundó la sección de medios audiovisuales del Ejército (filmó prácticamente toda la vida del Rey Juan Carlos). Gracias a eso viví una de las experiencias más bonitas de mi vida: un viaje por América con Miguel de la Cuadra Salcedo. Estuvimos embarcados durante un mes y medio en el Guaraní y fuimos a Venezuela, Cabo Verde, Santo Domingo, el Parque Natural de Canaima… Tras eso vino el retiro.
—¿A qué dedicaron el retiro?
—Vicente a la colombófila, a pescar y a cuidar de la finca. Se especializó en los higos, de los que llegó a cultivar 14 o 15 variedades distintas. ¡Tuvo hasta avestruces!. Yo, a mis labores y a cuidar de mis mayores. Mi madre llegó a los 100 años.
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Entrañable Caíta. Una señora de las que ya casi no quedan.