—¿Dónde nació usted?
—En Can Tunió, delante de ‘ses monjes velles' de Sant Jordi. Aunque soy de Can Fumeral, la familia de mi madre. La familia de mi padre era de Can Ferras. En casa solo éramos mi hermano mayor, Pep, y yo. Nunca me he movido de Sant Jordi. Pero, como vivíamos de alquiler, tenía seis o siete años nos mudamos a Can Jaume Savina.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre, Catalina, hacía lo que podía para llevarnos adelante. Al final, igual que todos mis tíos, trabajó en el aeropuerto, pero antes cosía, hacía repulgo, fistó, limpiaba casas, criaba y vendía gallinas… y es que se quedó viuda cuando solo tenía 25 años con dos hijos pequeños y un alquiler que pagar. Yo no llegué a conocer a mi padre, Mariano, que murió cuando yo solo tenía unos meses. Era albañil y murió, con 29 años, en un accidente laboral mientras construía el antiguo hospital, donde ahora está el Consell. Salvo por parte de mi padrino, Vicent, mi madre apenas contó con ninguna ayuda. Todo lo contrario, lo único que tenía mi padre era una bicicleta para ir a trabajar y su familia intentó quedársela.
—Me ha dicho que su madre y sus tíos trabajaban todos en el aeropuerto, ¿por alguna razón concreta?
—Sí. Resulta que mi abuelo, Joan, (en realidad mis dos abuelos), tenían tierras allí que se las quitaron para hacer el aeropuerto. Así que, supongo que por eso, les acabaron dando trabajo.
—¿Recuerda el terreno de sus abuelos antes de que hicieran el aeropuerto?
—Sí. Perfectamente. Te podría describir de arriba a abajo su casa. Recuerdo que, en Carnaval, íbamos disfrazados por esa zona a pedir huevos de casa en casa. Mi hermano nunca se disfrazó, él se vestía de sacristán con el cura para pedir huevos en la ‘salpassa'. Mis amigas y yo nos ‘enmariolábamos' y, con una cesta, íbamos por las casas y, los que no nos daban huevos, nos daban galletas, caramelos o hasta una sobrassada. A la que no nos daba nada le decíamos: «Mal te caiga es cul a trossos i sa teva villa el reculli a mossos» (ríe). Pero vamos, que prácticamente todo el mundo nos daba alguna cosa. Al llegar a casa cargados de huevos, mi madre nos preparaba una tortilla para todas las amigas.
—¿Qué otros juegos practicaba con sus amigas?
—Los típicos. Jugábamos a la xinga, a la comba, al escondite… a lo que ahora juegan mis nietas. También íbamos mucho a rebuscar almendras. Pasaba una cosa, que yo no sabía subir sola ni a los árboles ni a los carros y, en una ocasión que íbamos a rebuscar almendras, con Toni de Cas Coroner, el de Can Hereu y algunos más, pasó un carro. Le pedimos que nos acercara a Can Cifre y nos dijo que si subíamos sin que tuviera que parar, sí. Claro, yo no supe subirme y continué a pié con la suerte de que, por el camino, me encontré un saco lleno bajo un almendro. Si no era de los de Can Català, era de los de Can Sac, pero yo lo cogí y me lo llevé a casa (ríe). No tendría más de siete años y lo que dije fue que yo había rebuscado más que los demás.
—¿A qué se refiere con ‘rebuscar' almendras?
—Era lo que se hacía después de que se recolectara. Nos dejaban rebuscar entre las almendras, o lo que fuera, que se habían quedado enterradas o perdidas. No se dejaba perder nada. Después las vendíamos a las tiendas, generalmente a Can Sac. Esto se hizo toda la vida, ahora ni siquiera se llegan a recoger.
—¿Fue al colegio?
—No me gustaba mucho, la verdad, pero sí: fui a las monjas. Allí solo nos enseñaban a coser, hacer punto de cruz o repulgo, lo que nunca aprendí fue a hacer ganchillo.Mi madre me acabó sacando del colegio porque las monjas nos pegaban demasiado. Vale que yo era muy traviesa, pero Sor María y Sor Socorro eran muy ‘pegadoras'. A día de hoy las habrían encerrado. Al sacarnos de allí, mi madre nos apuntó al colegio de Sant Jordi cuando tendría unos 10 años. Allí la maestra, Paquita, que era la mujer de Tunet era muy buena.
—¿Hasta cuándo fue al colegio?
—Hasta los 14 o 15 años. Entonces me puse a trabajar en Can Bossa, en el office haciendo bocadillos y desayunos. Todo el dinero que ganábamos, tanto mi hermano, que trabajaba un taller de Vila, Can Parra, como yo, se lo dábamos a mi madre. Ella después nos iba dando lo que necesitáramos. Creo que nos daba más de lo que le dábamos nosotros. Nunca nos negó nada, pero tampoco pedimos nunca nada que no necesitáramos. Era una mujer bastante estricta, no me dejaba ir a los bailes, ni a Vila ni esas cosas. Siempre decía que tenía que hacer de madre y padre a la vez. Lo que más rabia me daba era que yo tenía que limpiar los platos, hacer la cama, la comida en la cocina de leña y ayudar en casa mientras mi hermano no hacía nada. Ese era el único problema. Mi madre siempre decía que los hombres no hacían la cama. Como mucho, él solo se ocupaba de las palomas, que era lo que le gustaba. Las gallinas o los cerdos, también me tocaba a mí cuidarlos.
—¿Trabajó mucho tiempo en Can Bossa?
—No mucho. No tardé mucho en empezar a trabajar en el hotel Mare Nostrum hasta que me casé con 17 años. Me casé con Rafel y tuvimos a nuestros hijos Juan Jesús, Mariano, Fina y Lina. Ya tengo seis nietos que, prácticamente he criado yo: Lara y Raquel, que son de Mariano, Àlex, de Fina y Juan Vicente, Laia y Lina, que son de Lina.
—Tras casarse, ¿no volvió a trabajar más?
—Sí. Cuando la pequeña, Lina, tuvo un añito, monté una tienda con mi marido al lado de Cas Cardones. Teníamos de todo, carne, congelados, todo tipo de comida… ¡hasta para los animales y todo!. La tuvimos cinco o seis años, hasta que me operé de la espalda de tres hernias. Pagábamos mucho alquiler y, cuando Rafel pidió que nos lo rebajaran y no accedieron, decidimos dejarlo.
—¿A qué se ha dedicado desde entonces?
—A disfrutar y cuidar de mis nietos. A las siete de la mañana ya me levanto para llevarlos al instituto y les hago la comida. También echo una mano a mis vecinos cuidando a sus hijos cuando trabajan.
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