— ¿Dónde nació usted?
— Nací a finales del año 40 en la Placa de sa Draçaneta. Aunque, cuando tenía un año, nos mudamos al Carrer d'Enmig. Yo era la pequeña y tenía tres hermanos mayores, Pedro, Pepe y Manolo. De Pedro decían que era el mejor estudiante de Ibiza. Mi madre, Catalina, vivía en Sa Penya, aunque su padre era de s'Hortet d'en Rubió, de Sant Miquel. Mi padre, Lorenzo, era de can Melis.
— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Igual que mi hermano, adobaba barcas en el Puerto. Más adelante fue patrón de una barca de turistas, de Escandell, en Sant Antoni. En una ocasión, mientras trabajaba como adobador, un niño, el hijo de Valentina, se cayó en el Puerto. En cuanto le avisaron se tiró al agua para rescatarlo, pero ya fue demasiado tarde y el niño murió. En ese momento decidió enseñar a nadar a todo el mundo que quisiera aprender. Enseñó a nadar a media Ibiza en unos tiempos en los que no todo el mundo sabía.
— ¿Cómo aprendió a nadar su padre?
— No te lo sabría decir, pero los Melis nadamos y buceamos todos muy bien desde siempre. Eran como delfines. Cada vez que se enrocaba un ancla en el puerto llamaban a mis tíos, Manuel y Toni, para que se sumergieran y la liberaran. Manuel llegaba con un Llaüt de esos con un cristal para ver el fondo del mar, al club francés de Can Tara hasta Cala Bassa. Allí se tiraba al mar, nadaba y, junto a su hermano, Toni, se ligaban a todas las francesas que querían (ríe). Mi tío, Toni ‘Melis', llegó a ser campeón, primero de Baleares y después de España, de natación. ¡Iba nadando hasta Formentera!, y hay quien cuenta que, a medio camino, si se encontraba una barca, se tomaba una cerveza con ellos antes de continuar su camino. Él era el hombre que vivió mucho tiempo en la playa de Sa Torreta, en s'Espalmador. La gente de Vila iba con sus barcas y le llevaban arroz, aceite y cosas que él no tenía allí. Eso sí, él se zambullía (no veas cómo buceaba), cogía un mero o lo que fuera y le hacía un guiso, un arroz o una paella que eran increíbles. De la misma manera, pescando él el pescado para la familia.
— Una familia, los Melis, de lo más particular en esa época.
— Así es. Nunca se reconoció el mérito que tuvo mi tío Toni. Tanto él como la familia Melis no se han reivindicado como se merecen. Ellos fueron los que acompañaban a uno de los primeros grupos de turistas que vinieron a Ibiza, los Argonauts, para los que pescaban, hacían paellas y demás. Están relacionados directamente con los primeros turistas que llegaron a Ibiza. Lo que sucede es que mi abuelo Llorenç, según decían, era de una casa muy acomodada de Mallorca que le desheredó por beber demasiado. Y la verdad es esa, bebía demasiado. La cuestión es que la fama de borracho que se ganó él la heredaron sus hijos, que no bebían más que cualquier hombre de su época. Creo que es debido a eso que, pese al gran corazón que tenían todos y la cantidad de bondades que hicieron, nunca se les reconoció como se merecieron.
— ¿Tiene recuerdo de hambre y pobreza?
— Sí, viví tiempos en los que había mucha gente que apenas tenía para comer. Lo que pasa es que, al ser yo la pequeña y la única niña de la familia, nunca me dejaron pasar hambre. Si había una costillita, era para mí. Era la malcriada (ríe).
— ¿Qué recuerdos guarda de su infancia?
— Iba al colegio a Sa Graduada y tenía un grupo de amigas divinas. Iba al Frente de Juventudes a hacer gimnasia con Julia Cano, a jugar a ‘balón volea' con Pereira o a Artes y Oficios. Allí me hubiera gustado aprender a pintar, pero mi madre consideró que era mejor aprender a bordar. Recuerdo que íbamos al Club Náutico cuando todavía no teníamos edad (18) para poder entrar, nos quitábamos los calcetines y nos colábamos por la ventana. Cuando nos pillaba el encargado y nos echaba la bronca yo le rogaba que nos dejara, al menos, dos bailes. Y es que yo era una enamorada del Rock and Roll, en cuanto salió me volvió loca. No perdíamos ocasión para hacer guateques en casa, para poner nuestros discos y bailar.
— ¿Le gustaba bailar?
— Ya lo creo. Siempre he sido muy bailarina. Me enseñó mi tío Manuel y siempre fui la primera en salir a la pista de baile, a bailar rock and roll, cha cha chá, o lo que fuera. Desde siempre he ido a bailar al Club Náutico, al Casino del Puerto, al Mar y Sol cuando tenía una pequeña pista de baile. En aquellos tiempos no había discotecas, lo que había eran salas de fiestas. Yo siempre aprovechaba que mi padre trabajaba en Sant Antoni para ir a las de allí, al Malibú, por ejemplo. Allí es donde cantaba quién sería mi marido, Octavio.
— ¿Le conoció en la sala de fiestas?
— No. Octavio llegó de Orihuela a trabajar a Ibiza en el 60. Era camarero en la Plaza del Parque y, por las noches, cantaba en las salas de fiestas. Un día, paseando con mis amigas por el Parque, me echó unos piropos y me sentaron fatal. Aunque se lo hice saber siguió yéndome detrás. Un día que nos estábamos tomando un chocolate en el Montesol con las amigas resultó que ninguna llevaba dinero para pagar. Justo ese día no estaba el camarero que nos fiaba y, cuando no sabíamos qué hacer, él entró por la puerta. En cuanto me vio, se sentó con nosotras y nos invitó (ríe). Lo que pasa es que, al sentarse y escucharle hablar, me quedé loca. A partir de entonces empezamos a salir. Me llevaba siempre a verle cantar, a lo mejor, por miedo a irse con alguna extranjera (ríe). La verdad es que siempre fuimos muy felices. Siempre el hombre más atento del mudo, que si «qué guapa estás», que si «qué mona que eres»… Estábamos locos el uno por el otro. Tuvimos a nuestras tres hijas, María Iluminada, Katiana y Jessica. También tuvimos un hijo, Octavio, que nos dejó hace 25 años. Mi marido nos dejó hace nueve. A mí me costó cinco años de tratamiento, pero mi marido nunca llegó a superar la muerte de Octavio.
— ¿Cultivó algún oficio?
— Soy modista. Me enseñaron mi tía Pilar Melis y su hija, Catalina, con la que aprendí corte y Concepción. Estuve mucho tiempo cosiendo en casa los encargos que me hicieran hasta que me casé. Más adelante alquilamos un local de mi tía e hicimos el restaurante Sa Plaçeta. Tuvieron mucho éxito mis buñuelos de bacalao, las albóndigas… así que me convertí en cocinera. Más adelante alquilamos el restaurante y volví a coser. Ahora para María-M, de la moda Ad-Lib. Me traían la tela cortada y yo solo tenía que coser. Se ve que se notaba que yo era modista y lo hacía bien porque mis vestidos eran los que lucían las modelos. Tras recuperar el restaurante, mi madre enfermó y lo acabamos traspasando. Después trabajé en Can Lluís, de Sa Riba, con Alfonso. Ese fue mi último trabajo.
— ¿Sigue usted bailando?
— ¡Sí! Voy mucho al club de mayores, a Can Ventosa, donde bailamos los domingos y, aunque ya no tanto como antes, voy a bailar todo lo que puedo. No me encuentro nunca sola, mis hijas están siempre pendientes de mí y mi nieto, Daniel, vive conmigo. Sin embargo, echo mucho de menos a Octavio.
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