— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Santa Gertrudis, en la finca de Es Corralassos, que es donde trabajaban mis padres, Eulària y Toni, de Can Puàs. Soy la tercera de sus cuatro hijos, la única chica.
— ¿A qué se dedicaban en su casa?
— Mis padres eran payeses 100%. Estuvieron media vida como mayorales, primero en Santa Gertrudis y después para Llombart, cerca de Puig d'en Valls. De hecho, a mi padre, mucha gente le conocía como de Can Llombart, el nombre de la finca en la que trabajaba. También tenía animales, vacas sobre todo y vendía leche. Allí estuve viviendo desde los tres hasta los 17 años. Trabajaron muy duro para poder ahorrar y comprarse su propia finca en Santa Gertrudis.
— Entonces, creció y se crió en Puig d'en Valls.
— Así es. Allí pasé toda mi juventud; es donde hice la comunión, la confirmación y donde fui al colegio. Por eso, aunque ya vivía en Santa Gertrudis, cuando me casé en el 85 lo hice en Puig d'en Valls. Lo hice con Lluís Torres, de Can Jordi Jondal, con quién ya festejava a los 17 cuando nos mudamos a Santa Gertrudis. Por desgracia, hace cuatro años que no está entre nosotros.
— ¿A qué se dedicaba su marido?
— Fue cocinero durante muchos años. Trabajó en Es Pins, en Can Jurat y en Ses Campanes
— ¿Hasta cuándo estudió?
— Hasta los 14 años. No es que me gustara mucho estudiar ni tenía intención de estudiar ninguna carrera. Fue entonces cuando mi padre me propuso empezar a trabajar con él en el Mercat Nou. Me dijo que el mercado era una buena finca. Recuerdo que empecé al volver de un viaje que hice con mi abuela Margalida a Mallorca. Tengo que reconocer que yo era su ‘ojito derecho'.
— Hábleme de su abuela.
— Era la persona más buena de la tierra. Vivió siempre con nosotros [no llegué a conocer a mi abuelo]. Tuvo 10 hijos. Imagínese: era una mujer trabajadora como la que más. Además, yo era su nena, claro, tenga en cuenta que me crié en un mundo de hombres. Eran tiempos en los que la mujer siempre iba por detrás del hombre.
— ¿Echó en falta alguna cosa durante su juventud?
— No. Teníamos todo lo que necesitábamos: educación, comida, ropa... lo que no teníamos era la tontería que tenemos ahora. Me acuerdo que, cuando nos fuimos a vivir a Santa Gertrudis no teníamos ni teléfono. Para hacer los pedidos me iba a la cabina del pueblo. Era otro mundo.
— El hecho de ser la única niña entre los hermanos, ¿suponía algún tipo de trato distinto respecto a sus hermanos?
— Para que se haga una idea, a los 19 años me saqué el carnet de conducir. La teórica muy bien, pero la práctica la saqué a la tercera. No había tocado un volante en mi vida. ¡Y mira que había vehículos en casa! Pero nunca conduje ninguno hasta que fui a la autoescuela. Los chicos fueron en moto y condujeron desde siempre. Reconozco que tampoco es que me atrajera nunca, pero es que las chicas lo que hacían entonces era aprender a coser para ganarse la vida.
— ¿Aprendió a coser?
— Mi abuela para ‘asegurarme el futuro' me hizo ir a aprender costura a Can Cova Camp, en Puig d'en Valls. Hasta me compró una máquina de coser buenísima, una Refrey a motor. Pero no me gustaba nada coser. De hecho, la máquina de coser la tengo de adorno desde entonces.
— ¿Alguna ventaja por ser la única niña?
— Bueno, a lo mejor sí que era un poco la ‘malcriada', pero pringaba, no te creas. Me dedicaba a regar y a hacer mis tareas en el campo. No recogía tomates, es verdad, pero es que mi padre contrataba temporeros que venían de Valencia para que le ayudaran. Dormían en casa y todo. Recuerdo que a uno de ellos, Genaro, le faltaba un brazo.
— Su padre, ¿había trabajado en el mercado siempre?
— Sí, aunque yo no trabajé allí. Antes de ir al Mercat Nou tenía un puesto al lado del Mercat Vell, bajo el Rastrillo. Además, también fue mayorista de fruta y la repartía.
— ¿Ha cambiado mucho el mercado desde que se incorporó?
— No tiene nada que ver. No había tanto supermercado y bajaba todo el mundo de Sant Antoni o Santa Eulària los sábados a comprar senalló en mano. Compraban por kilos, no como ahora, que te piden dos tomates o una zanahoria. Solo se acuerdan de ir al mercado cuando necesitan algo de calidad, en Navidad, por ejemplo. También han cambiado las variedades. Antes teníamos, por ejemplo, un tomate que se llamaba ‘muchamiel' que ya no se encuentra.
— ¿Trabajó mano a mano con su padre?
— Sí, hasta que se jubiló y contraté a una trabajadora, Juanita, de Sa Cala, que estuvo conmigo bastante tiempo. Pero mi padre seguía.
— ¿Cómo ve el futuro de su puesto?
— De mis dos hijas, Carol y Esther, solo le gusta a Esther. A Carol no le gusta nada; ella es maestra. Esther está conmigo. Pero reconozco que tengo dudas serias de si ella se podrá jubilar en el puesto.
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