— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Quito, Ecuador. Aunque toda mi familia era de un pueblito que se llama Pifo. Del barrio de Chaupi Molino, que en quechua significa pequeño molino.
— ¿No se crió usted en Chaupi Molino?
— No. Cuando se casaron mis padres, Jaime y Hortensia, se fueron a vivir a la ciudad. Mi madre se dedicó a la casa y a su familia, somos cinco hermanos (yo soy la menor). Mi padre trabajó en el Banco de Pichincha desde entonces. Aunque su familia era acomodada (en el pueblo hay una calle con el nombre de mi abuelo, Ignacio Jarrín) no estudió. Con los pajaritos en la cabeza, se fue a viajar por toda Sudamérica, cuando volvió se casó con mi madre y fue cuando se marcharon a Quito. Empezó en el banco desde abajo, limpiando, pero, con los años, fue ascendiendo hasta convertirse en director de materiales de todas las sucursales.
— ¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Quito?
— Recuerdo que mis padres, como venían de un pueblo, querían que sus hijos disfrutáramos de las ventajas de la ciudad y de la cultura. Siempre nos llevaban al cine y esas cosas. Además, mi padre siempre llevaba su cámara encima, una de esas de fuelle. Era muy aficionado a la fotografía, también a la lectura y la música. Hasta el punto de que muchas veces, cuando el presupuesto familiar era ajustado, compraba libros y discos a escondidas. Nunca fue un intelectual, pero siempre procuró que absorbiéramos ese tipo de cultura. También tengo recuerdos del pueblo, cuando íbamos un par de meses en verano con mis abuelos maternos, Eloy y Alegría. Eran dos meses de pura diversión, juego y locura. Imitábamos a Nadia Comăneci y representábamos películas de indios y vaqueros.
— ¿Estudió en Quito?
— Sí. Hice un primer año de letras, pero me di cuenta de que no podía seguir el ritmo de mis compañeros, ¡se leían cinco o seis libros en una semana!. Yo no era capaz, así que me fui a estudiar Publicidad en la U.T.E. Descubrí una carrera muy bonita, que abarcaba muchos campos y en la que me sentía cómoda.
— ¿Ejerció como publicista?
— Sí. Comencé en los 80, mientras estudiaba, en una empresa que había fundado un español, Carlos Koplovich (primo de Esther), de paneles luminosos en vía pública. Estuve cuatro años allí. Después montamos una empresa con una amiga y otro amigo. Con la experiencia adquirida teníamos ganas de montar algo propio y montamos Edimedios. Estuvimos durante seis años trabajando haciendo cosas relevantes. Llegamos a llevar las guías Carvajal (son muy importantes en Colombia) a Ecuador. Teníamos proyectos considerables, pero económicamente éramos un poco inestables. Éramos jóvenes, íbamos de fiesta, con publicistas, amigos, fotógrafos… Eran tiempos de bonanza y se notaba.
— ¿Por qué dejó la agencia?
— Edimedios terminó porque mi socia se metió en una religión. Quería que diéramos diezmos, no quería hacer publicidad de cigarrillos o licores, me quería meter a mí… Eso no era lo mío. Me había cansado del mundo de la publicidad y me metí en el mundo artístico como manager de una cantante de Tango, Bibi González. De allí empecé a trabajar en el Socavón de Guápulo, un teatro de Quito. Me contrató el director, que atravesaba una depresión, agotado. Me enseñó y dejó hacer un poco lo que quise. Así que organicé la Semana de Homenaje a la Música Nacional de Ecuador, fue algo muy grande y bonito. Llevé a los mejores artistas nacionales como Los Miño y Naranjo, Los Reales o el viejito que quedaba vivo de Benítez y Valencia, Gonzalito Proaño. Eran los artistas cuyos discos compraba mi padre a escondidas (se emociona).
— ¿En qué momento vino a Ibiza?
— Fue tras una ruptura en 1999. Coincidió que había cobrado un buen dinero de un trabajo que había hecho para una petrolera y, en cuestión de 15 días, armé el viaje. Siempre había querido viajar y conocer España. Dejé el trabajo en el teatro, lo dejé todo y me fui a Madrid. Allí estuve solo seis meses y no di pie con bola. Sin papeles no encontraba opción de trabajo de lo mío, probé otras cosas, pero para trabajar en una cocina o para limpiar, pero no era competente para eso. No todo el mundo vale y yo no valía. No me iba bien, se me acababa el dinero cuando Mónica, una amiga, me propuso ir a Ibiza una semana, a visitar a unos amigos suyos. Me lo pensé mucho, no tenía un concepto claro de lo que era Ibiza, creía que era solo lujo y fiesta. Venía de Madrid, sintiendo que caminaba en sentido contrario y, cuando llegué a Ibiza y vi ese cielo azul y pude respirar, me cambió el concepto por completo. La cuestión es que acabé trabajando para esos amigos, Mariví y Paco, cuidando de sus hijas, Marina y Mónica la temporada de verano del 2000 como interna.
— ¿Qué hizo al terminar la temporada?
— Coger mi carpeta y mostrar mis trabajos. Así conocí a Joan Llavador y el Grup de Publicidad, donde trabajé como comercial. En ese contexto me metí un poco en la radio, haciendo cuñas y esas cosas, hasta que Joan Tur me propuso hacer un programa en la COPE. El programa era sobre inmigrantes, se llamaba ‘Maleta de sueños'. Aquí me di cuenta de que en Ibiza pude volver a soñar en hacer algo más allá de trabajar para mantenerte. Desde entonces trabajé, he hice cosas distintas. No mantuve nunca mucha estabilidad, ya que cada año me iba a Ecuador para volver a buscar trabajo a la vuelta. He limpiado villas, en cocina, cargando paellas en el Insula Augusta. También puse en marcha el Pub Sui, inspirada en el Café Libro de Quito, donde hacíamos actividades culturales. Creo que arrancamos este tipo de movimiento cultural en los cafés en Ibiza.
— ¿Dejó su profesión como publicitaria?
— Ser publicista parece que está mal visto. Al llegar a Ibiza incluso trataba de evitar decir que era publicista. Entre que los recién llegados hablamos mucho y que era publicista, iban a creer que era un poco fantasma y que quería venderles cualquier humo. Siempre que se habla de márqueting se relaciona con la mentira. Se ha convertido en un oficio mal visto. Un publicista lo que hace es darle brillo a las cosas. Además, hay publicidad que va más allá de vender un producto por venderlo. También hay márqueting social con fines valiosos.
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