María Juan (Cala Llonga, 1940) ha dedicado los últimos 60 años a su tienda en Cala Llonga, el Súper Maria, desde donde ha venido ofreciendo su simpatía a generaciones de turistas y vecinos. Testigo de primera mano del desarrollo del lugar en el que nació, también da testimonio de cómo ha cambiado la vida, el comercio y la actitud a través de los años.
—¿De dónde es usted?
—De Can Jordi, en Cala Llonga. Aquí nací y aquí llevo toda la vida. Mi madre, Antonia, era de Corona, pero como se casó con mi padre, Vicent, que era de Can Jordi, se quedó con el nombre. No sabría decirte seguro de qué casa era. Al principio eran payeses. Tenían una finca y, en el huerto sembraban de todo: pimiento, boniato y todo lo que podían. También se recolectaba grano, algarroba, almendra. Mi padre era muy buen hombre. Le recuerdo perfectamente con nosotros sobre sus piernas, esgronsándonos para que nos tranquilizáramos mientras mi madre preparaba la comida.
—¿Se dedicaron siempre al campo?
—No. En 1955 abrieron un negocio: el bar Toni. Allí trabajábamos todos, mi padre, mi madre, que era la cocinera y todos los hermanos y hermanas: Catalina, Toni, Pep, Vicent y yo. No necesitábamos tener empleados, lo llevábamos entre toda la familia. A día de hoy sigue abierto, lo lleva un sobrino. También teníamos una pensión, entonces venían mucho los catalanes, pero la cerramos en cuanto mis padres lo dejaron. Ahora solo bar y restaurante. En el bar, poco a poco, también fuimos montando tienda. Al principio un saco de azúcar, después otro de arroz o de harina, luego pusimos una bomba de aceite...
—Supongo que la tienda no tendrá mucho que ver con el concepto de tienda que tenemos hoy en día.
—No. No había bolsas, ni botellas de plástico ni lo que hay ahora. Teníamos papelinas de distintos tamaños, de dos kilos, de uno y de medio, y había que llevar el sanalló, si no no te llevabas nada. Si querías aceite, tenías que llevar tu botella y te la llenábamos. No te creas que había muchas botellas de cristal, de hecho había pelea cada vez que aparecía alguna en la playa por cogerla.
—Cala Llonga, en general, tampoco tendría mucho que ver con la de hoy en día.
—Ha cambiado mucho, sí. No había nada antes de que nosotros hiciéramos el bar. Se contruyó todo poco a poco, primero la urbanización Espàrrecs, después los Apartamentos Ramon Clapés y así hasta lo que es hoy en día, que ha crecido mucho. En la playa, que siempre había sido de arena, solo había un kiosquito que llevaba una señora de edad donde ahora está ‘Es portxets'. Estaba todo lleno de pinos, desde donde han hecho el hotel hasta donde está el parque infantil. Cada 18 de octubre, los payeses bajaban en sus carros a las cinco de la madrugada con tal de poder coger una sombra. Ese día venían de toda la isla para celebrar el ‘día del trabajador'. Entre todos se hacía una gran paella, cada uno llevaba comida y aportaba lo que podía. Cuando ya se había reunido y comido todo el mundo, se volvían para casa.
—En este tipo de celebraciones, ¿era habitual el baile payés?
—Sí. Tanto yo como mi hermano bailábamos payés. Nos enseñaron nuestros mayores, mi madre también bailaba. Es verdad que no se hacían las collas de la misma manera que se hacen ahora, pero sí que se bailaba. Si había las fiestas de Santa Eulària, por ejemplo, bailábamos. Lo que sí que es verdad es que se dejó de bailar durante unos años. No sabría decirte por qué. Cuando ya casi se estaba perdiendo para siempre se empezó a promocionar de nuevo y se retomó.
—¿Dónde iba al colegio?
—A Santa Eulària. Aunque no fuimos durante mucho tiempo, de los ocho a los doce años, ese tiempo nos mudamos a otra finca que tenía mi padre a unos kilómetros de Santa Eulària. Allí iba a las monjas, todavía recuerdo a Sor Margarita o a Sor Coloma. Eran maestras rectas, pero muy buenas. Se portaban mejor que alguna de las compañeras. Recuerdo a una compañera, que era un poco traviesa, era de Sant Carles y se llamaba María (todavía me acuerdo de ella) siempre nos asustaba con lagartijas o bichos. Nos perseguía con ellos como si fuera un chico.
—¿Echa de menos esa Cala Llonga de la que me ha bla?
—[Hace una pequeña pausa mientras se le escapa una mirada llena de nostalgia antes de contestar con apenas un susurro] Yo sí. Pero esto no se puede mostrar. Si no fuera por estos cambios, ahora no tendríamos vida, si gente no tendríamos la tienda y nos tendríamos que haber buscado la vida en otro lugar. Pero no sé donde, porque, si no hubiera turistas, ya me dirás. Todos trabajan con turistas. Aquí tenemos la suerte de tener turismo muy bueno. Son todo familias con niños, siempre ha sido así y así continúa siendo. Quien viene repite. Cuando se van, siempre vienen a la tienda a despedirse con un «hasta el año que viene».
—¿Tendrá esto algo que ver con su carácter?
—Bueno. Siempre he sido una persona muy activa, que ha hablado mucho con todo el mundo y haciendo amistades. Te puedo asegurar que, con los años que tengo, no he tenido nunca a nadie peleado conmigo. ¡Y mira que he tratado con gente!.
—¿Todos los hermanos continuaron con el negocio familiar?
—Sí, de distintas maneras. Mi padre tenía bastantes tierras por aquí, que heredó del suyo (era el hereu) y arregló las cosas de manera que cada uno de sus hijos pudiera tener algo para ganarse la vida: el bar Toni los apartamentos Sofía, una lavandería y el supermercado María, que es donde llevo 60 años trabajando.
—¿Dónde lleva, o dónde estuvo?
—Donde llevo. No te creas que me he jubilado, ¿qué te crees?. Si me quitas el trabajar, me quitas la vida. Mira lo que me gusta este trabajo que, con todos los años que llevo, todavía no estoy cansada.
—¿Qué hay del relevo generacional?
—¡Claro!. Aunque yo sigo trabajando, quienes lo llevan son mi hija, Nieves, y mi yerno, Roberto. Además, tengo dos nietos, Aitor y Arantxa, pero a ellos no les gusta este trabajo y se han dedicado a otras cosas. ¡Incluso tengo una bisnieta preciosa!: Nicol.
—¿Qué consejo le daría a la generación de su bisnieta?
—Que piensen el día siguiente. Es verdad que durante aquellos años se podían hacer cosas que ahora no se podrían. Quien pudo hacer algo entonces, tiene algo, pero quién quiera hacer algo ahora, ya no puede. Recuerdo la cantidad de obreros de la construcción que vinieron a Ibiza. Ganaban un dineral y se compraban relojes caros y buenos coches sin pensar en el día siguiente. Eran los ricos. Lo que pasa es que, nosotros que pensamos en el día siguiente, hoy tenemos algo. Ellos (no todos) no.
—¿Llegó a conocer usted los tiempos de miseria?
—Yo no. Pero mi madre sí que me contaba que venían de Vila solo para buscar algarrobas para comer. Allí, a lo mejor tenían dinero, pero no había nada que comprar. Por eso venían. Dios no quiera que vuelvan esos tiempos, pero no lo sé, la cosa está muy mal. Esto lo vemos nosotros, no la juventud, y es que nosotros nacimos y crecimos en la miseria para ir subiendo. Ellos han nacido y crecido en la abundancia y están bajando.
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