— ¿Dónde nació?
— Nací en un pueblo de Almería que se llama Serón. En lo alto de la Sierra de Filabre. Allí mis padres, Rogelio y Elvira, vivían del trabajo que hacía mi padre con un par de bueyes que tenía. Pero apenas tengo recuerdos de allí. Nos fuimos cuando tenía tres años a un pueblo de Granada que se llama Freila.
— ¿Qué les llevó a mudarse a Granada?
— Porque mi padre no tenía mucho trabajo allí. En Granada había muchos olivos y los bueyes son mejores para labrar que los mulos; como van con la cabeza agachada pasan mejor por debajo de las ramas de los árboles que los otros animales. Así que no le faltó trabajo allí en Freila.
— ¿Fue allí a la escuela?
— Sí, pero a partir de los seis años. Antes ya me había enseñado mi padre, con una cartilla, el abecedario y esas cosas. Recuerdo que a la escuela íbamos con el tintero y con la pluma para escribir. No era como ahora que hay de todo. Al acabar las clases, por la tarde, no era raro que mi madre me mandara a buscar hierba para los conejos o los animales que tuviéramos. Piensa que entonces había que criar conejos, gallinas y algún cerdo para poder comer carne durante el año.
— ¿Conoció el hambre?
— Yo no pasé hambre, afortunadamente, pero sí que la conocí. Todos los días pasaba gente por la puerta de casa pidiendo un trozo de pan. Mi madre, aunque no nos sobraba nada, nunca se lo negó a nadie. Podía pasar bastante gente, más de dos o tres. En aquellos tiempos había cartilla de racionamiento, que te limitaba la cantidad de pan que podías comprar en la tienda. Nosotros teníamos algo de trigo sembrado y mi madre hacía el pan, que después repartía entre quienes se lo pedían. Con el tabaco pasaba lo mismo y, aunque mi padre no fumaba, los vecinos le convencieron para que se apuntara y así poder venderles los cigarrillos.
— ¿Su madre hacía el pan en casa?
— En realidad no era ni una casa. Era una cueva. Al principio tenía cuatro habitaciones, pero acabó con 10 conforme fue creciendo la familia. Cuando llegamos a Freila éramos dos, mi hermano Manolo y yo, pero con los años acabamos siendo ocho hermanos.
— ¿Cuándo comenzó a trabajar?
— Pues tendría unos 12 años cuando hice mi primer jornal recogiendo aceitunas. Recuerdo que el sueldo fue de 12 pesetas por estar todo el día.
— ¿Cuándo dejó el pueblo?
— En el 64, que me fui a Palma a trabajar. Allí estuve trabajando de herrero durante seis años, hasta que me tocó hacer la mili en Melilla.. Después un cuñado me habló de Ibiza y, como las ciudades me agobian y Mallorca ya era muy grande, me vine a Ibiza.
— ¿Qué se encontró en Ibiza?
— Aquí desembarqué el 8 de abril de 1970. Cuando llegué y vi esa Ibiza virgen me quedé asombrado y me dije que de aquí no me echaban ni a patadas. Nada más llegar me busqué una pensión y, con mi Vespa, que me traje de Palma, empecé a buscar trabajo. Lo encontré el primer día y no dejé de trabajar hasta el día que me jubilé en 2010.
— ¿Dónde trabajó?
— Encontré trabajo en la herrería de Can Bufí, justo en frente de Blancadona. Se trabajaba mucho haciendo tuberías para todos los pozos que se estaban construyendo en la isla. Lo que pasó es que, en 1974, con la crisis que hubo del petróleo, se paró todo. Coincidió que estaban empezando a construir el puerto de Ibiza Nueva y el jefe me dijo que no me podía asegurar trabajo y me recomendó que empezara allí. Así lo hice, pero a los tres días volvió el jefe medio llorando. Resultaba que les había entrado un encargo importante, hacer un velero, y me necesitaban. Así que acabé por trabajar en los dos sitios. En Ibiza Nueva por la mañana y cuando terminaba me iba al taller. En Ibiza Nueva estuve trabajando en la construcción y después de mantenimiento.
— Trabajó en la construcción del puerto deportivo, ¿recuerda alguna anécdota?
— Muchas, sí. Desde las almejas que salían entre el barro que dragaban del muelle de pescadores; estaban buenísimas. Ahora no creo que haya. También recuerdo que un ingeniero pretendía hacer una pontona (una grúa) con unas vigas de 20. Yo le dije que no aguantarían los bloques de 25 toneladas. Me tuvo que dar la razón y reconstruirlo con vigas de 30 cuando, al cargar el primer bloque, la pontona se dobló como un gancho. Otra anécdota es que necesitaban un remolcador y me tocó hacerlo a mí. Ya había hecho un velero, ¿no iba a hacer un remolcador? Estuvo funcionando muchísimos años.
— Aparte de trabajar, tendrá alguna afición.
— Sí, la pesca. Pero la pesca submarina, que la pesca con caña me aburre muchísimo. He llegado a pescar hasta langostas en una cueva cerca de Portinatx y mira que yo no bajo más de 10 metros. Pero entre las cuevas de esa zona vi un par de cuernos que se movían y claro, les eché mano. Había cuatro ¡y quedaron buenísimas!
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